Pilar Bustabad Parapar vive casi en el centro de Pontevedra, a orillas del río Gafos. Tiene 92 años y una memoria envidiable, pero el resto de su cuerpo hace tiempo que acusa la edad. Vive sola por decisión propia, pero para sentirse más protegida solicitó el servicio de teleasistencia domiciliaria de Cruz Roja que, con solo apretar un botón, la mantiene comunicada con los asistentes sociales y los servicios de emergencias.

"Lo solicité en 2007 cuando enfermó mi marido, que falleció hace seis años, cuando tenía 98. El último año estuvo encamado, así que yo así me sentía más segura", explica la anciana, que reconoce que al faltar él su propia salud "fue a peor". "Sufrí una especie de infarto, me empezaron a doler las piernas, me caí y me rompí la cadera...", resume. El hecho de contar con el servicio de Cruz Roja, a través de un pulsador que lleva continuamente colgado al cuello y de un dispositivo conectado a su teléfono fijo, hacen que tanto ella como su familia cuenten con algo más de tranquilidad.

La mayoría de los días de Pilar Bustabad transcurren en el interior de su casa. Apenas sale por sus problemas de movilidad y cuenta con la ayuda de una vecina que le ayuda en algunas tareas de la casa. Recibe las frecuentes visitas de su hijo y sus llamadas telefónicas diarias, así como de algunas amigas del barrio, por lo que muchas tardes está entretenida. Además, los voluntarios de Cruz Roja se ponen en contacto con ella aunque no efectúe las llamadas de emergencia para comprobar que todo marcha bien.

A ella le recomendó este servicio la dueña de una tienda para la que trabajaba como modista, profesión que ejerció toda su vida. Ahora es ella la que le aconseja a sus amigas que lo soliciten, "por su bien". "Mi marido y yo fuimos de los primeros en Pontevedra en pedir la teleasistencia", apunta.

"Viviendo él tuve que pulsar el botón varias veces, conmigo sola también, como una vez que me dio un cólico de riñón", cuenta.

La anciana no siempre vivió en esta casa. Se mudó a ella después de casarse en agosto de 1996 con su marido, Apolinar, un vecino de Bora al que conoció en la residencia de ancianos de Campolongo. "Nos conocimos allí y decidimos casarnos. Entonces alquilamos este piso", dice. "La verdad es que ahora no sé por qué fui a la residencia, porque fui porque quise, pero yo donde estoy bien es aquí", confiesa.

Cosas del destino, Pilar y Apolinar se conocieron en la última etapa de sus vidas, siendo ella modista y él técnico de máquinas de coser.

Pilar Bustabad nació en 1925 en Cuba, ya que su familia había emigrado a la isla a principios del siglo pasado. Cuando volvieron a Galicia lo hicieron a su tierra, Ortigueira. Allí ella hizo la mayoría de su vida. Fue madre soltera y pasó muchos años ganándose la vida cosiendo, para salir adelante tanto ella como su hijo. Después, cuando a él le salió un trabajo en las Rías Baixas, terminó viniéndose a Pontevedra.

Ahora los días de la anciana pasan lentos. Tiene el televisor encendido muchas horas, pero no siempre le presta atención ya que muchas veces aprovecha para echar una cabezadita en el sofá. Reconoce que los programas del corazón no le gustan demasiado y que su debilidad son las series de la televisión autonómica. No hay nombre ni trama que se le escapen de "Serramoura" y "Pazo de familia", entre otras, pero también de otras que ya hace tiempo que se dejaron de emitir como "Padre Casares".

Además, a la pontevedresa de adopción le gusta mucho leer. Es consciente de que con su edad es un privilegio que sepa hacerlo. "Antes de la guerra civil se estudiaba mucho en la escuela, pero después con Franco todo era rezar y leer el catecismo, ya no aprendimos nada", señala.

"Tengo muchos libros. Si quisiera ponerme a leerlos todos no me daría tiempo. También me leí El Quijote", dice satisfecha.

Por su puesto, en la mesa camilla de su sala de estar no faltan una cestilla con hilos y otra con calceta, al fin y al cabo, tantos años dedicados a la profesión no se dejan de lado tan fácilmente.