Las víctimas del presunto violador de Marín intentan recuperar algo de normalidad después de los acontecimientos vividos el martes, cuando la Guardia Civil les comunicó la detención de un sospechoso, y el miércoles, con la declaración en los juzgados de Marín. Las dos primeras mujeres, de 42 y 36 años de edad, declinaron ayer nuevamente realizar declaraciones, todavía muy afectadas por lo sucedido. Sí hablaron personas de su entorno más cercano, que aseguran que "lo peor de todo es saber que el presunto culpable es alguien de la familia". Las dos tienen un vínculo en común: son las exparejas del hermano mayor del presunto culpable. "Algunas personas de la familia dicen que él no pudo ser y es verdad que parece una persona incapaz de golpear a nadie. A la madre y el hermano es normal que les cueste asimilarlo, pero las pruebas son las pruebas y parece que la Guardia Civil encontró muchas cosas en su casa, como las cuerdas, el cuchillo, la pistola [simulada] y la mochila", relatan los allegados de las dos mujeres.

La detención y posterior ingreso en prisión de José Luis García está lejos de ser un alivio completo para las víctimas, que se debaten entre la necesidad de que la agresión sexual sufrida no quede impune y la de pasar página para tratar de olvidar lo sucedido. "Fue todo muy de golpe. El martes nos avisaron de una detención y que debíamos ir al juzgado el miércoles. Con el arresto y con la declaración en los juzgados han vuelto las pesadillas, a revivir lo que pasó, a relatar con pelos y señales todo lo que vivieron", apuntan fuentes familiares.

Ninguna de las dos mujeres sospechaba del que había sido cuñado, con el que tampoco tenían un estrecho vínculo puesto que parece que la relación entre los hermanos no era muy fluida. A la primera víctima [en julio de 2016] la sorprendió en su vivienda en Bueu cuando estaba durmiendo. El agresor demostró que conocía sus movimientos. "Había muerto su madre y estuvo pasando una temporada en casa de su hermana, en Moaña. La agresión ocurrió en los primeros días después de su regreso a casa en Bueu, le tapó los ojos y la amordazó", explican. A raíz de aquel suceso la mujer reforzó las medidas de seguridad en la vivienda, colocando rejas en las ventanas y cerraduras nuevas.

La segunda agresión ocurrió en septiembre de 2016, en la antigua cafetería Paxarim, en el centro de Cangas. En este caso la víctima estaba sola en el local [a primera hora de la tarde] fregando loza cuando el agresor entró en el bar con la cara tapada. "Le puso la pistola [simulada] en la cabeza y le obligó a bajar la reja", relatan. Las dos víctimas fueron sometidas a prácticas sexuales "aberrantes" y a la segunda de ellas incluso la roció con agua hirviendo, según la declaración de la Guardia Civil, y no llegaron a ver la cara de su agresor. "Para ellas era una especie de mancha negra, algo que no podían identificar", señalan desde su entorno.

Fuentes cercanas a la investigación de uno de los casos destacan la crueldad empleada por el agresor. "No era solo el acto de la violación, sino la sensación que tenían de que el hombre podía acabar con sus vidas", concluyen.