Un año más, y como marca la tradición, las familias de la comarca se acercaron hasta los cementerios para celebrar el 1 de noviembre, fecha más conocida como el Día de Todos los Santos.

Las flores fueron las auténticas protagonistas y fueron depositadas en ramos, centros o incluso sueltas como muestra de amor. Pese a que el crisantemo es la flor por excelencia de cementerio, los gustos marcan una variedad que va desde las margaritas hasta las rosas, en una gama en la que los colores son infinitos. Se trata del día del año en el que más flores se venden en el mercado, superando con creces al de San Valentín, otra fecha clave para el sector.

Realmente, el acondicionamiento de algunas tumbas se realiza las jornadas anteriores, de modo que ya durante el fin de semana muchas familias se dedicaron a limpiar estos lugares santos para que el día 1 estuviese todo a punto.

Las escenas con abuelos, hijos y nietos se repitieron especialmente durante toda la mañana, ya que la cita, día festivo, suele terminar con una comida en familia e incluso con un magosto por la tarde.

Otra cuestión que no suele faltar en un día como el de ayer son los postres típicos de Todos los Santos. Los escaparates de las confiterías de Pontevedra están llenos de "huesitos de santo", de mazapán, cuyo ingrediente principal es la yema de huevo, por lo que son la delicia de los más golosos.

Conseguir aparcar en las inmediaciones del cementerio de San Mauro o en el San Salvador de Poio era ayer una cuestión de mucha paciencia. Los conductores, en el caso de Pontevedra, se vieron obligados soportar importantes retenciones, especialmente en la rotonda con la calle Juan Carlos I, y a dar numerosas vueltas antes de lograr estacionar.

Origen de la tradición

La tradición del Día de Todos los Santos se remonta al siglo IX, cuando el papa Gregorio IV decidió extender la festividad a toda la Iglesia Católica en recuerdo de todos aquellos difuntos que habían logrado la "vida eterna". Realmente, los inicios de esta fecha fueron instaurados a principios del siglo IV a raíz de la Gran Persecución de Diocleciano. Se trata de una de las fiestas religiosas de mayor importancia entre los creyentes, y no creyentes, en el país, de modo que ese día en el cementerio pese más el amor por la familia que cualquier tipo de fe.