A la Banda de la Loba la disolvieron los reglazos en las puntas de los dedos de aquellos profesores de finales de los 40. Su último y más ambicioso plan, asaltar el cuartel de Figueirido armados con arcos de juguete y tirachinas, nunca llegó a ejecutarse, recuerda sonriente, susurrante, como si revelara un pecado, Carlos Fabelo, uno de los exalumnos del emblemático Colegio Minerva que ayer se reunieron para recordar esta y otras hazañas.

A la salida del santuario de la Peregrina, donde los exminervistas acudieron para dedicar una misa a los compañeros fallecidos, Carlos se detiene a charlar. Es la XLIII Xuntanza Minervista, costumbre que se inició años antes de que el centro echase el cierre un 29 de agosto de 1.981, pero él recuerda algunos de aquellos días como si se repitieran pases en cada encuentro de exalumnos.

"Contamos cosas propias de aquella época, nuestras trastadas, pillerías, diabluras propias de la edad. Éramos todos chicos de entre 10 y 14 años", explica preguntado por qué ocupa sus conversaciones tantos años después.

El Minerva, situado en el número 21 de la calle Oliva, fue centro femenino durante un tiempo, acogió también chicos antes y después de ese periodo, pero lo que siempre le distinguió fue su ambiente y profesorado. Eso cuentan quienes estuvieron allí.

"Por él pasaron profesores excepcionales y media Pontevedra como alumnos. Entre nosotros hay mucha unión. La Academia Minerva, para mí, es una de las mejores que ha habido en Pontevedra. Yo recuerdo especialmente al profesor don Ángel Piñón", afirma Carlos Fabelo. El maestro Piñón ingresó en la escuela nada más terminar sus estudios y en ella pasó varias décadas, además de ser jefe de estudios del Colegio La Inmaculada.

Aunque duros en el manejo de la disciplina, como se estilaba entonces, tan queridos profesores alumbraron destacados alumnos que harían carrera.

"De ahí salieron muchos y muy preparados, gente magnífica como el doctor Campos Villarino o el abogado Alfredo Rodríguez", cuenta orgulloso Gonzalo Soliño. Soliño, como todos le llaman, es uno de los exminervistas que cada año se encarga de juntar a los que fueron alumnos del centro. Su aspiración es reunir cada año a más, incluidos los por ahí desperdigados. "David Campos fue el primero en organizar las reuniones y consiguió a casi 100 compañeros entonces", indica.

La veintena que ayer se reunió tomó tras la misa el camino del restaurante para la comida de confraternización. En el recorrido, masticaban las trastadas y lecciones que les unieron para siempre.