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El gran laboratorio del campo gallego

En la finca de la Misión Biológica se testan y desarrollan nuevos cultivos y el centro preserva para el futuro cientos de variedades autóctonas de vid, legumbres o leguminosas

Mantenimiento de un cultivo experimental de maíz. // Gustavo Santos

Aunque la Misión Biológica depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la huerta en la que desarrolla sus actividades es propiedad de la Diputación, que cede para uso científico este espacio que ocupa unas 12 hectáreas, de las que 10 son de suelo cultivable.

"Nos ofrece todas las oportunidades para hacer experimentos porque somos un centro básicamente de ciencias agrarias y de genética de plantas", explica la directora de la Misión Biológica, Elena Cartea González.

La mayor parte de la finca está ocupada por diferentes tipos de maíz (desde el maíz grano, el más popular y que se utiliza para piensos, al de palomitas, blanco para panificar o dulce). Otra parte de la parcela experimental y los invernaderos se dedica a otro grupo de investigación que trabaja con los cultivos de brásicas, como las coles, grelos, navicol, repollos etc; y finalmente un tercer grupo centra sus estudios en las legumbres.

"Todas las investigaciones que realizamos necesitan hacer una evaluación de los materiales o de las variedades; bien sea para elegir las que tienen mejores características agronómicas, que son más resistentes a una plaga o enfermedad o se caracterizan por una mejor adaptación o rendimiento de los cultivos", añade Elena Cartea.

Tras estos ensayos las mejores plantas son seleccionadas para enriquecer los cultivos y, a mayores, se realizan cruces, manuales o mediante injertos en condiciones de aislamiento, con aquellos ejemplares que reúnen las características más deseables a fin de seleccionar y multiplicar las variedades de interés.

Una parte de la finca se reserva para mantener la colección de variedades autóctonas de vid seleccionadas durante los años ochenta y principios noventa y plantadas en la Misión Biológica para preservar su material genético. "La plantación estaba en Santiago y se trajo aquí, actualmente tenemos unas 90 entradas aproximadamente y la mitad son variedades autóctonas pintas, unas 34 blancas y 4 que son rojo-rosadas", detalla la responsable del centro.

La vid no es el único cultivo que se conserva, ya que cada grupo de investigación cuenta con su propia colección de variedades. "En el caso de la colección de brásicas tenemos aproximadamente unas 600 distintas, la mayoría son de Galicia, de modo que al ser tan cantidad ya suponemos que hay duplicados, es decir variedades que tienen diferentes orígenes pero que son la misma, pero nuestra obligación es que si procede de un origen o localidad diferente tenerla representada", señala la científica.

Por su parte, las primeras entradas de maíz datan de los años 70. "Ahora en total hay como unas 240 poblaciones, de ellas 200 son de maíz grano, unas 15 de maíz dulce, cerca de 30 de palomitas, y se conservan tanto las gallegas como otras de España y del resto del mundo".

Esta planta protagonizó también uno de los éxitos históricos de la Misión. Ganó fama cuando su primer director, Cruz Gallástegui, que se había formado con los grupos de genética más relevantes de Estados Unidos, aplicó sus experiencias y conocimientos para desarrollar los primeros híbridos de maíz, desconocidos hasta entonces en Europa y que se implantaron rápidamente en distintos países.

Por lo que respecta a las leguminosas (judía y guisante), los laboratorios cuentan con unas 240 variedades autóctonas diferentes y a mayores están representadas variedades de la mayoría de los países del mundo, hasta reunir alrededor de 2.000 entradas.

La Misión Biológica es depositaria de una gran tradición. Fundada en 1921 en Compostela, su sede está en Pontevedra desde 1927 y desde un primer momento se buscó que fuese un centro que atendiese a las principales necesidades de la agricultura y la ganadería de Galicia, así que empezó a trabajar con cultivos que eran claves para el campo gallego. Con los años "unos han cambiado, otros se han cerrado, han surgido nuevos y en general las líneas de investigación fueron evolucionando, pero esa dinámica inicial de trabajar con cultivos en los que Galicia tiene algo que decir se mantiene", explica la directora.

En casi un siglo los grupos de investigación han colaborado decisivamente con la agricultura gallega. Solo en los últimos años han puesto a disposición del sector diferentes clones de vid de gran resultado; han identificado con precisión las brásicas que son efectivamente autóctonas; sus científicos determinaron qué propiedades tiene para la salud cada cultivo y, dentro de él, qué variedades son las más interesantes por sus valores nutricionales; cuenta con una línea importante de maíz blanco para hacer panes, otra para lograr variedades resistentes que eviten el uso de pesticidas?

Por su parte, el grupo de leguminosas lideró un macroproyecto internacional para secuenciar el genoma de la judía.

"No podría destacar un éxito sobre otro pero si que cada grupo dentro de su área de investigación ha cosechado importantes éxitos en los últimos años", indica en este punto Elena Cartea González. Como resultado, estos científicos ayudan a nuestra vida más de lo que imaginamos: sin importar lo muy urbana que sea nuestra cotidianeidad, nuestros cuerpos viven de la agricultura y, como recuerda el novelista y ensayista estadounidense Wendell Berry, venimos de la Tierra y retornaremos a ella, de modo que existimos en la agricultura tanto como existimos en nuestra propia carne.

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