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Héctor Alterio: "En el teatro puedes mejorar lo mejorable, en el cine no, queda ahí para siempre"

El argentino estará en Pontevedra el sábado con "El padre", una historia sobre el alzhéimer

Héctor Alterio en una representación de "El padre". // Miguel Ángel de Arriba

El ciclo Summum teatro del Pazo da Cultura, que comenzó el pasado mes de abril, echa el cierre este sábado (21 horas) con uno de los actores más reconocidos mundialmente, Héctor Alterio. El argentino estará en Pontevedra con la obra de teatro "El padre", en la que da vida a un hombre enfermo de alzhéimer. Dirigido por José Carlos Plaza, con el que ya trabajó en "El estanque dorado", Alterio está acompañado en esta ocasión por Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González. Las entradas, a 20 euros, están a la venta en ataquilla.com.

-En "El padre" se vuelve a encontrar con la enfermedad de Alzheimer.

-Digamos que sí, que es una manera de presentar una enfermedad tan misteriosa, sobre la que los especialistas todavía están indagando. El protagonista tiene alzhéimer, una enfermedad que sufren más los que están alrededor que los propios enfermos.

-¿Tuvo que documentarse para ponerse en la piel de uno de estos enfermos?

-Indirectamente. Yo nunca tuve una relación directa con ninguno, solo había hecho la película "El hijo de la novia". Su director, Campanella, tenía a su madre internada en una residencia porque padecía de alzhéimer. A él le pareció interesante que yo la visitase para que me hiciese una idea de lo que se trataba. No tuve más relación con la enfermedad, salvo las referencias accidentales que alguien te puede comentar. No hubo una indagación ex profesa, fue todo muy accidental. Es una enfermedad muy dura y, en la obra, Florian Zeller, el autor, descubre que el personaje enfermo, en su incoherencia, provoca humor. Todo eso lo aprovecha él con el mayor de los respetos a la enfermedad, lo que contribuye a que el espectador se sienta muy identificado. Nosotros, los actores, tratamos de hacerlo lo mejor posible. Todo lo que yo te pueda estar explicando son experiencias de las 110 representaciones que tenemos encima. Hace un año que la estrenamos y queremos que el público que se sienta en la butaca pasivamente se crea todo esto, que lo vea como un estreno. Ese es nuestro desafío.

-¿Es más difícil ser el enfermo o el familiar del enfermo?

-Los papeles son siempre difíciles. Depende cómo lo hayas trabajado y cómo están hechos. Siempre hay incovenientes, pero si tenemos voluntad de superarlos... En el teatro tienes la posibilidad de mejorar lo que consideras mejorable, en el cine no, queda ahí para siempre. Difícil es siempre que tienes la conciencia de que hay un espectador que tiene que creer lo que estás diciendo. Es un juego que se repite desde época inmemoriable. Cuando era niño, jugaba a policías y ladrones y quería el personaje más alejado de mí y que mi compañero creyese que yo era un ladrón. Todo ese juego, que es la mentira, es lo que ocurre en el teatro.

-En este caso, fue usted quién eligió al director, y no al revés, como es habitual...

-Sí, a José Carlos Plaza. Me pareció el ideal. Además, tenemos la fortuna de que maneja el francés a la perfección. Cuando el productor me entregó la historia, yo ya dije que sí porque me sedujo desde el primer momento. Después, José Carlos hizo una adaptación más estupenda todavía. Es un director talentosísimo.

-¿Cuál es la clave para que una obra supere el centenar de representaciones?

-Si uno tuviera la clave, estaría haciendo éxitos permenantemente. Uno no sabe cuál es la clave. El público se engancha con historias. Yo llevo haciendo esto desde que tenía quince años, más de setenta años, y hubo de todo. Nunca se sabe qué es lo que va a tener éxito, a trascender. Cuando hacíamos los ensayos estábamos frente a una pared con José Carlos dirigiéndonos. Todo lo que presumíamos que iba a impactar, recibía nada más que el rebote del silencio que daba esa pared. Inmediatamente después, con el estreno, todo se transformó, porque detrás de esa pared estaba el público, que reaccionaba con emoción, alegría, tristeza y muchos aplausos. Al final, y eso es lo que más me conmueve, se ponen de pie. Esa es la verdad absoluta, porque es lo que nos viene sucediendo a mí y a mis compañeros desde hace un año.

-Estar sobre un escenario con 87 años tiene que cansar...

-Por supuesto. Hay cosas que ya no hago, ni por edad ni por condiciones físicas. Pero lo que puedo decir es que todavía me manejo por mí mismo. Voy, vengo, salgo... si hay que correr, corro... y, fundamentalmente, la memoria me permite aprender textos y todavía me divierto con mi trabajo.

-¿Ha pensado en tomarse ya un descanso?

-No, no lo pienso porque, en principio, vivo de esto, yo y mi familia y mis deudas. Tengo que afrontar la realidad.

-Habla de la buena relación con el director, pero ¿cómo es trabajar con Ana Labordeta?, su hija en la obra.

-Es maravillosa. Es una actriz estupenda, con la que yo no había trabajado. La conocí ahora y es, realmente, mi hija, y como tal nos queremos (risas), de padre a hija y de hija a padre. Todos mis compañeros tienen esa voluntad generosa de estar apoyando con su talento, alegría, saber estar en el escenario. Es conmovedor tener a compañeros así.

-¿Cuáles son las razones por las que los pontevedreses deben ir a ver "El padre"?

-Si yo tuviese una campana, me pondría en la puerta de los teatros a animar, a hacerla sonar para decirle a la gente que pase, que entre (risas). Hay una corriente de público, un boca a boca, que es lo que hace que el espectáculo se llene. Tenemos funciones que antes de llegar están vendidas. Hemos hecho funciones de 3.000 espectadores en teatros de conciertos. Realmente, no tengo manera de llamar la atención más que el boca a boca y el hecho de haber hecho una buena función. Si tuviese valentía, al terminar le diría al público que si le ha gustado se lo digan a sus amigos para que vengan.

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