La antigüedad de las instalaciones provocaba que los vigilantes se tuvieran que enfrentar a situaciones que hoy llaman la atención. La prisión era muy permeable a la droga, tanto que en muchas ocasiones llegaba de forma sencilla. Lanzada desde el exterior del centro penitenciario por encima de los muros de la cárcel. "De repente caía una bola con droga en medio de un patio de 300 metros cuadrados en el que había unos 80 o 90 internos que se lanzaban a por ella", explica Acuña. "Lo más normal era que ni la pillaras", explica, "aquello se convertía en un partido de rugby entre reclusos y funcionarios en el que, evidentemente, estábamos en inferioridad numérica". Explica que, en muchos casos, "si la intentabas coger tú lo menos que te podría pasar es que te dieran una patada o un empujón", asegura, y de ahí para el norte.

"Pinchos"

Los "pinchos" y armas blancas caseras estaban a la orden del día en una cárcel que además estaba llena de pequeños recovecos.

También los funcionarios realizaron manifestaciones y protestas por las lamentables condiciones de la prisión. Finalmente, y tras una concatenación de motines, se decidió su cierre en mayo de 1991. Tomó su relevo de forma provisional la cárcel de Vigo, que "aunque también era vieja y tenía sus problemas, ya no padecía la conflictividad exagerada que tenía la de A Parda" explica este funcionario. "Lo de Pontevedra fue un caso realmente raro", reflexiona, "digno de un estudio sociopenitenciario".

Finalmente, en 1998, se inauguró la nueva cárcel de A Lama. Acuña explica que "eran otros tiempos, afortunadamente hoy es todo muy distinto con la , somos distintos, no solo los reclusos, también los funcionarios y el propio sistema penitenciario". "Entonces se trataba casi de una cuestión de supervivencia", añade, tanto para los reclusos como para sus custodios.