El mar sigue manteniendo viva la tradición. O al menos eso es lo que sucede en el puerto de Portonovo, donde cada día durante la semana se entremezclan los diferentes oficios dedicados al sector marítimo. Marineros, transportistas, pescaderos y redeiras conviven unos con otros. Con sus diferencias, pero con la necesidad de depender los unos de los otros al contar con el mismo denominador común del agua salada y los productos que el medio acuático ofrece.

Mientras otros sectores avanzan y pierden el carácter humano en beneficio de las máquinas, el marítimo también se adentra en el mundo de la tecnología, aunque sin dejar de lado su acervo cultural. Así lo demuestra la presencia de una quincena de redeiras que habitualmente ejercen sus labores de confección y reparación a orillas de la Ría de Pontevedra. Ramona Lustres acumula 35 años de trabajo dedicados a un oficio que, según ella, sigue vigente debido a la demanda: "Los barcos siguen saliendo a faenar y las redes se rompen. Nosotras somos imprescindibles para ellos". A ella el oficio le viene de familia. Su padre y su abuelo eran marineros, y tras acabar sus estudios, aprendió la profesión porque "no quedaba otra".

Muchos patrones y marineros apuestan por dejar las redes en manos de estas expertas artesanales. La mayoría se suelen juntar en el muelle, ya sea a la intemperie o dentro de una nave que tienen disponible para ejercer sus labores: "Muchas veces en invierno estamos aquí sentadas al lado del mar. Ya estamos acostumbradas y es lo de menos. Hoy hace sol y se agradece, pero cuando no llueve muy fuerte también aguantamos".

Son autónomas y cobran por horas. Concretamente, 6,50 euros cada 60 minutos trabajados. Por eso, tomarse unas vacaciones no es una opción. Cada una tiene sus propios clientes y, normalmente, cuando un encargo es demasiado voluminoso, el resto suele cooperar solidariamente. "Sí existe solidaridad, aunque no siempre ni toda la que sería preciso" explica Lustres con ciertas reservas, antes de analizar el futuro de un gremio que de momento se mantiene, pero para el que no hay nuevas generaciones.

Las redeiras se organizan particularmente sus horas de trabajo, aunque suelen ejercer una media ocho horas a jornada partida. Otros, como los marineros, tampoco tienen una jornada precisamente fácil. La labor de los hombres del mar varía mucho en función del barco y el tipo de pesca. En Portonovo se juntan unos 45 barcos con base en el puerto. Algunos, como el de José Sabor y su hijo Santiago, salen desde su ubicación sanxenxina y vuelven al cabo de unas horas con la pesca del día, ya sea congrio, choco o una centolla que es demandada en Navidad pero que, para ellos, "no es muy rentable ahora mismo".

Padre e hijo juntos mantienen viva la tradición que heredaron gracias a que su familia llevan generaciones poseyendo un barco propio. Viven de faenar, pero el progenoitor se queja de que cada vez es más difícil progresar en un sector en el que los autómonos son duramente penalizados por las tasas: "Hay que pagar el 1% por la guía de descarga, cada año los reguladores cambian los medicamentos obligatorios para el botiquín, los títulos de marinero se renuevan trianualmente, Puertos del Estado se queda con un 75% de la ganancia... Todo son gastos".

Pese a ello, la familia Sabor aguanta en el sector porque "dapara ir tirando", igual que la decena de marineros que ayer llegó a puerto tras más de una semana de faena en el Mar Cantábrico. Decenas de kilos de jureles suponen la última recogida del año para una decena de marineros que sabe que ahora, con motivo de la normativa, pararán al menos un mes. "Siempre viene bien para poder estar con la familia", comenta uno de ellos mientras ayuda a cargar en el camión que transportará el pescado a su destino.

La de estos últimos marineros es una vida diferente a los que apuestan por una pesca de bajura más cercana a apuerto, pero ambos, con sus similitudes y diferencias, mantiene viva la tradición.