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El final de una saga de aguardenteiros tradicionales

José Ramón Ortigueira Vázquez, de 94 años, ha dedicado más de medio siglo al destilado tradicional a partir del bagazo

José Ramón Ortigueira Vázquez, cuidando de alimentar el fuego para la potada. // Carlos Montero

Se suele emplear saga para aludir a una epopeya familiar que se extiende a lo largo de varias generaciones. En el caso de José Ramón Ortigueira Vázquez esta dinastía arranca hace siglos en la comarca de Lemos, cuna de los mejores poteiros de Galicia.

Éstos desarrollaban la campaña entre octubre y diciembre, trasladando de aldea en aldea los alambiques, si bien pasado en tiempo a los artesanos solo les daban permiso para ejercer durante un mes.

En esos 30 días José Ramón Ortigueira ni pisaba la cama sino que dedicaba las 24 horas al destilado. Y es que el aguardenteiro ha de supervisar constantemente el fuego para que el aporte de calor sea continuo, de modo que ese mes apenas podía caer en un ligero duermevela, un sueño fatigoso interrumpido constantemente para añadir leña, vigilar las brasas, cubrir las potas para conservar el calor y promover un enfriado lento etc.

Son pasos meticulosos e imprescindibles que el poteiro aprendió hace más de medio siglo de su suegro, con raíces en Sober. Fue un aguardenteiro tardío y afirma que lo hizo para conservar la tradición.

Su suegro dejó en testamento a su hija dos potes (éstos pasan tradicionalmente de poteiro en poteiro por venta directa o mediante legado testamentario) pero ella no quería seguir con el oficio y fue su marido quien decidió convertirse en el continuador.

Empezó hace más de medio siglo y cuenta con un pote realizado en Monforte en 1960. A mayores de los heredados, incorporó otros 2 alambiques a su labor, en la que tradicionalmente las familias contaban con un número de clientes que iban traspasando a la siguiente generación.

Estos artesanos se encargaban de elaborar el aguardiente, también llamado "caña", a partir de la destilación del bagazo, los restos de uva que quedan tras elaborar el vino.

Perfeccionista y cuidadoso con la conservación de las tradiciones, José Ramón Ortigueira nunca aceptó sustituir la leña por una bombona de butano a pesar de que supondría una mayor comodidad en el aporte de fuego, así que mantuvo el combustible a base de ramas y cepos de carballo.

Todo este esfuerzo permite conseguir un licor con una graduación en torno a los 50 grados que será la base para elaborar otras variedades como el aguardiente de hierbas o la tostada. A partir de este primer destilado se podrá obtener el licor café, hacer la queimada u otras variedades y usos tradicionales.

A pesar de sus 94 años el poteiro insiste en realizar en solitario los trabajos más pesados: cargar y descargar la pota, sacarla del cobertizo para vaciar los restos que servirán de comida para el ganado y abono de las tierras, etc.

Su sobrino-nieto, José Guimil, está siempre cerca para ayudarle. Cada vez que el joven interviene en alguna de las facetas del proceso de la destilación, su abuelo le corrige cariñosamente y le explica al detalle por qué y el modo correcto de realizar cada uno de los pasos.

La potada tarda en realizarse entre 4 y 6 horas y produce un garrafón de 16 libros. Desde hace años el poteiro cobra lo mismo por destilado, 35 euros, a pesar del incremento de los precios de la leña.

Se trata de un tipo de producción artesanal que está actualmente en recesión, sustituida por la industrial.

Hace más de medio siglo iba por todas las aldeas de los alrededores de su parroquia, Briallos, en Portas, transformando el bagazo de los vecinos. Llegó a tener varios empleados que trasladaban los alambiques de aldea en aldea para atender la demanda de los productores, primero en carros y posteriormente en coche.

Esta actividad era en realidad una labor estacional de los poteiros, un extra para la economía familiar al que se dedicaban solo en este trimestre final del año y enero, mientras que el resto del tiempo lo centraban en sus labores en la agricultura, ganadería etc.

El precio de los seguros y las nuevas exigencias normativas hicieron que el oficio de aguardenteiro dejase de ser rentable. Aún sin empleados, José Ramón Ortigueira Vázquez siguió destilando.

De hecho a pesar de su avanzada edad la administración le permitió seguir trabajando acogiéndolo a un epílogo especial pensado para conservar la tradición. "De otro modo", explica," me habrían precintado los alambiques, ya que las autoridades son muy rigurosas en la vigilancia de estas actividades, es decir comprueban las potas, que hagas las cantidades para las que estas autorizado, que estés al tanto de los pagos etc".

Trabaja en un anexo a su vivienda dentro de su finca, adaptado para la actividad con todas las características tradicionales, rodeado de la leña con la que alimentar el fuego y del bagazo de los vecinos.

Su gran experiencia hace que le baste cargar la pota y ver el bagazo para saber si dará o no mucho alcohol y por tanto si el aguardiente será de calidad.

José Ramón Ortigueira destaca que los vinos de su parroquia producen muy buenos aguardientes y le hubiese gustado continuar con su actividad tradicional, pero sus problemas de visión le obligan a dejarla.

Los que defienden la cada vez más buscada calidad artesanal lamentan la retirada de este aguardenteiro experto y confían en que se perpetúe el amor por la tradición familiar en su sobrino-nieto, de modo que tome el testigo de su querido y admirado abuelo.

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