El hombre ha utilizado la sal desde tiempos inmemoriales. Ya los fenicios conocían sus propiedades y ya era grande su comercio con otras tierras del mediterráneo. Los romanos también dejaron muestra de estas explotaciones a lo largo de la costa gallega. El uso de la sal en siglos anteriores era fundamental para el transporte y conservación de muchos alimentos que se transportaban hacia otras partes de la Península. La extracción de las sales de se extendió hasta nuestros días, aunque la aparición de grandes depósitos fósiles de sal más fácil de extraer y la proliferación de productos químicos relegaron este método a un segundo plano.

En Vilaboa existen los restos de unas salinas del siglo XVII que han sido restauradas en la primera década del siglo XXI. La zona del pequeño valle donde se encuentra el conjunto intermareal y etnográfico se denominaba Ulló o Ullóo hace tiempo y por ello se denominan Salinas de Ulló actualmente, aunque se ubique en el barrio de Paredes.

El Rego Tuimil y el Villil desembocan en una bahía de la Ensenada de San Simón formando unas hermosas marismas de agua salada de bajo nivel. Cuando sube la marea la tierras bajas se inundan pasando a formar parte de la ría. Por eso fue que en 1637 se aprovechó la bahía para crear unas grandes salinas. Se construyó casi 1 kilómetro de dique para contener las aguas saladas. Todos estos muros estaban construidos en mampostería de granito pertenecientes a canteras cercanas y estaban provistos de pequeñas compuertas para el agua de la pleamar. Así, el agua era retenida en la ensenada y en las mismas marismas. Allí, mediante el proceso de desecación solar, se conseguía que el cristal de la sal contenida en el agua del mar cristalizara sobre la superficie y así pudiera recogerse para diversos usos.

Sobre las marismas adyacentes se formaban las cristalizaciones de sal que era extraída y luego elaborada. Se crearon diques para separar las salinas que hoy son unas marismas llenas de gran interés faunístico y vegetal. Estas salinas comenzaron a ser explotadas por el Colegio de los Jesuítas de Pontevedra en 1694 y su uso se remonto prácticamente hasta el siglo XX.

En el punto oeste del dique una senda se adentra hacia las marismas. Aquí se conservan las ruinas de las edificaciones de la Granja de las Salinas, edificio del siglo finales del XVIII y principios del XIX utilizado por la servidumbre y los terratenientes y que disponía de diversas dependencias para la manipulación de la sal y otros productos.

Reconstrucción

En el lado sur del Dique de la Ensenada se construyó también en el siglo XIX uno de los pocos ejemplos de molinos de mareas, que aprovechaba las corrientes de las pleamares para mover su maquinaria. Hoy se pueden ver los canales de las compuertas creadas para su utilización, así como las marcas donde se apoyaba la maquinaria de madera. No queda resto de ninguna edificación. En el siglo XXI se ha reconstruido la zona y se ha habilitado un hermoso paseo que cruza y rodea la marisma por el dique.

La zona cuenta incluso con parking para disfrutar del paseo, que se puede alargar cara el Este hasta el Paseo da Punta do Castelo, donde se encuentra la enigmática Cerca. El río Villil contiene una pequeña ruta en donde podremos admirar una serie de molinos de agua dulce.