Detrás de cada persona que duerme en la calle hay una historia extrema que le ha llevado hasta esa situación. Ellas son la preocupación de la Concellería de Benestar Social de Pontevedra estos días, cuando por fin parece que el invierno ha llegado para quedarse. Para ello se ha activado el protocolo debido al frío y las intensas lluvias, así como por las previsiones para las próximas jornadas.

"¿Qué te parece todo esto? Una pena, ¿verdad?", pregunta Manuel F.O. señalando a sus compañeros de calle en las inmediaciones de la Plaza de A Ferrería.

El pontevedrés, de 52 años, se busca la vida cada día para no dormir a la intemperie. Lleva seis años durmiendo en la calle y está viviendo en una casa vieja en la zona monumental, aunque está pensando en cambiarse a otra más segura, "ya que en esta llueve dentro y tengo miedo de que un día se me caiga encima".

Durante un tiempo, estuvo durmiendo en el albergue, pero reconoce que ahora están "a tope" por lo que prefiere quedarse en un "chupano", nombre con el que comúnmente se denomina a las casas okupa.

A Manuel le ha salido una ángel de la guarda, "Doña Carmen", una vecina de la calle donde él duerme actualmente que, diariamente, "me paga el desayuno, me da un euro y me lava y me plancha la ropa una vez a la semana". Su agradecimiento con la mujer no tiene límite: "En una ocasión estuve muy enfermo porque tuve neumonía. Me llevó a su casa y pasé allí 17 días hasta que me puse bien".

"Hay gente de todo tipo. Hay gente maravillosa y otra que te desprecia. Me gustan mucho los jóvenes, porque entienden nuestra situación y, en ocasiones, charlan con nosotros", explica.

"Algunas personas se piensan que estar en la calle es fácil, pero a algunos de ellos les diría que la vida da muchas vueltas y que el dinero va y viene", concluye.

Violencia machista

La situación de Ana C.J., de 37 años y natural de Bueu, viene derivada de un caso de maltrato. "Me tuve que venir desde Vigo básicamente con lo puesto", confiesa.

La joven ha utilizado el albergue de "Calor y Café", en la calle Casimiro Gómez. Allí puede dormir, asearse y desayunar.

"Ya he superado el máximo de 21 días que se permite, por eso ahora tengo que dormir en cajeros, donde me siento más segura porque puedo echar el pestillo. Cuando llega alguna persona a sacar dinero le abro la puerta", cuenta.

Ana tiene pocas pertenencias y la poca ropa que tiene la guarda en taquillas de supermercados o en casa de alguna amiga.

"Hubo un tiempo en que viví en una caseta. Era la parte trasera de un camión. Tenía una cocinita y podía calentar agua para asearme", recuerda.

Reconoce que los dos años que lleva viviendo en la calle han sido muy duros y que le han supuesto problemas de salud en más de una ocasión. "¿Lo ves? Ahora mismo estoy acatarrada?", dice.

Los días que consigue dinero suficiente, decide irse a una pensión u hostal, aunque no todas permiten el paso a la gente de la calle. "Al final, lo que cuenta es el aspecto exterior, y eso que yo, ya lo ves, voy limpia y arreglada", se queja.

"Yo vivo de lo que pido, pero hay gente que se aparta de ti con solo que te acerques a ellos", se lamenta.

Además, la vida ha sido difícil para ella en otras cuestiones como la salud, ya que ha superado un cáncer. "La vida no me ha tratado bien", asegura una mujer que aprovecha para pedirle a los políticos albergues con más capacidad, sobre todo para días como los de esta semana.

Junto a ella se encuentra María D.P., una coruñesa de Carballo de 60 años que ha pasado los últimos 19 en la calle. "Non teño casa, non teño onde durmir", dice, una frase tristemente frecuente en los últimos tiempos.