El pontevedrés Jesús Iglesias lleva cuatro meses viviendo en la República de Irlanda. Ahora mismo está trabajando en el gimnasio Flyfit de Macken Street, en Docklands, donde da clases de kettlebess, box y hace entrenamientos personales.

"El periodismo como tal me sigue gustando, pero durante los años que ejercí esta profesión descubrí que no era algo tan atractivo como yo pensaba, que no está remunerado de una forma digna y que no siempre se valora la buena escritura. Además, me di cuenta de que perdía muchas horas de mi vida en el trabajo", explica.

"El día en que nos comunicaron el despido a varios compañeros supuso un punto de inflexión para probar otra carrera en la que quizás pueda disfrutar más y venir a otro país con las ventajas que esto puede tener, como el hecho de aprender inglés", considera.

"Decidí estudiar para ser entrenador personal. He descubierto que me encanta y he recibido el apoyo de mi familia", confiesa.

En su opinión, "no estamos acostumbrados a salir de nuestra zona de confort". ""Uno tiene que tratar de perseguir a la suerte", concluye.

Marcos Amoedo es taxista desde hace casi cinco años. Tomó la decisión después de quedarse en paro, pues en su anterior empleo trabajaba como administrativo.

"Agoté el paro y daba clases de informática, pero no me daba para vivir, así que o era esto o era irme fuera, a Suiza, donde tenía familia. Por cuestiones personales esta última opción quedó descartada, así que me quedé aquí con mi pareja y, casualmente, surgió la oportunidad de conseguir una licencia como taxista en Poio", recuerda.

Este paso le costó 90.000 euros, por la plaza de taxi y por el vehículo, que aún está pagando a través de un préstamo bancario.

Reconoce que vivir como taxista es algo duro: "esto solo da para mantenerse, para llegar a fin de mes, porque los gastos que generan la cuota de autónomos y el gasoil son elevados".

Ahora que tiene una hija de casi dos años, el taxista confiesa que no se arrepiente de haberse atrevido a cambiar de profesión. "No me arrepentiré jamás, porque aunque este no sea el trabajo de mi vida, me ayudó a asentarme, a poder tener una estabilidad laboral, que era lo que me faltaba", subraya, para añadir que, aunque su familia estaba muy asustada por la cuestión económica, le brindó su apoyo incondicional.

Uno de los momentos más duros que ha pasado durante todo este camino, y que todavía está sufriendo, fue el haberse animado a innovar instalando en el techo de su taxi una pantalla publicitaria. De hecho, fue el primero de España en hacerlo. "Lo hice para sacarme un dinero a mayores con el que poder asumir los gastos que me había generado la parada, pero no salió bien. Ahora mismo tengo un proceso de reclamación abierto con la empresa que me lo instaló, de Alicante, porque me generó un problema con las diferentes administraciones, ya que me pusieron multas por algo que no estaba legislado. Se pasaban la pelota de unas a otras", se queja.