En el momento en que estoy escribiendo estas líneas todavía no he asimilado la triste noticia recibida hace apenas unas horas. Se nos fue Ricardo Aguilar. Un mazazo para todos nosotros.

Cuando allá por marzo del 2007 tuve la primera reunión en la que conocí al resto de compañeros que íbamos a formar parte de la candidatura a las elecciones municipales los saludé a todos, pero no se por qué, la persona con la que me detuve a entablar una conversación fue con él, con Ricardo. Desde el primer momento conectamos. Él era así; una persona con la que daba gusto conversar.

Aquel fue el primer día de una serie de ocho años en los que juntos compartimos el honor de desempeñar el cargo de concejal en nuestra ciudad. Fueron muchos momentos de trabajo, de debate sobre diversos temas municipales, momentos buenos y malos, y también de compartir problemas de nuestra vida diaria y personal. Fuimos compañeros de partido, pero sobre todo amigos.

Ricardo destacaba por su corrección, su exquisita educación y saber estar, su profesionalidad, su buen talante para debatir con razonamientos y su gran capacidad de intermediación; era además un caballero, y un pontevedrés de los pies a la cabeza. Amaba Pontevedra con pasión, y todo su trabajo como concejal estuvo siempre guiado por una voluntad sana y sincera de buscar lo mejor para su ciudad. Sus intervenciones en los plenos demostraban un profundo estudio de cada tema. Era de esa clase de políticos que no abundan, la de los que dignifican la política.

También, aunque esta faceta solo la conocimos los que lo tratábamos de cerca, tenía un inmenso sentido del humor, y humor del bueno, porque él siempre se reía de sí mismo, nunca de los demás. Hasta en eso era un señor. Recuerdo una broma que repetía mucho allá por el 2007, cuando él era el mayor del grupo y yo el benjamín; cada vez que había que hacer una foto, siempre se me acercaba con su sonrisa y me decía: Jacobo, yo me pongo a tu lado en la foto, porque así hacemos una buena media de edad.

Cuando en las reuniones y debates las dudas sobre un tema nos asaltaban, Ricardo era el compañero hacia el que nos girábamos todos con la esperanza de que nos brindara la solución al dilema, porque sabíamos que iba a arrojar luz y a decirnos cuál era la decisión más acertada. Por eso le llamábamos entre nosotros cariñosamente El Senador, apelativo que le hacía gracia, porque tenía lo que en derecho se llama "auctoritas", definido como el saber socialmente reconocido. Para nosotros, el contar con su apoyo era siempre una garantía que nos daba a todos seguridad. Estábamos tranquilos de no errar porque Ricardo había dado su visto bueno.

Ya padeciendo la enfermedad, siguió dedicando tiempo y esfuerzo a su labor como concejal. Y a pesar de que yo le pedía -y casi le exigía- que descansara y se despreocupara de las reuniones y de los plenos, él me decía que bajo ningún concepto haría eso, y que mientras las fuerzas se lo permitiesen no iba a fallarnos. Y así, continuaba trabajando en los expedientes de urbanismo e infraestructuras, preparando ruedas de prensa, intervenciones para los plenos, etc. Raro era el domingo por la tarde o por la noche en el que no recibiera un correo de Ricardo con documentos e informes sobre asuntos municipales. Fue un servidor público hasta el final.

Cuando hace unos días hablé por teléfono con él, fue la primera vez que me transmitió su falta de esperanza. Cuando colgué me entró el desasosiego de pensar que esa podía haber sido mi última conversación con él. Y desgraciadamente, lo fue.

Me queda por darle las gracias a su esposa y a sus dos hijos por todo ese tiempo que nos dedicó a los demás, tiempo que le quitó a su familia. Gracias por ello porque nos permitió conocerlo y aprender mucho de él.

Ricardo nos deja un ejemplo de abnegación. Pero sobre todo nos deja un gran pontevedrés, un gran amigo y una gran persona. Descanse en paz.