El origen de esta historia está en una de las fotos que la ilustran. A pesar de que el tiempo transcurrido ha borrado parte de la nitidez y contraste de los perfiles, en el centro de la imagen se distingue a un joven doctor Miguel Domínguez junto a dos ayudantes interviniendo posiblemente el fémur de un paciente que está postrado en una rudimentaria mesa de operaciones. Es noviembre de 1949. Hace apenas unos meses que el Sanatorio Domínguez ha abierto sus puertas en una vieja propiedad de la calle Joaquín Costa. Con él iba a cambiar el paisaje de la asistencia sanitaria de nuestra ciudad.

Miguel Domínguez Rodríguez era un asturiano nacido en Castropol en 1922 y que había cursado sus estudios de Medicina en Santiago de Compostela. La especialidad de traumatología la aprobó con el catedrático Ángel Echeverri, el primero en impartir esta disciplina en Galicia junto con el doctor Troncoso. Como por entonces estaba mal visto que el alumno abriese consulta en la misma plaza en la que ejercía su profesor, al acabar sus estudios aceptó la sugerencia de un tío suyo, Teodosio Domínguez, ingeniero de la Diputación y casado con la entonces Marquesa de Riestra, para probar fortuna en Pontevedra. Detalles como ese son los que a veces modifican la vida de una familia y de una ciudad.

Nuestro protagonista tenía 24 años cuando instala su primera consulta en la calle General Mola (hoy Gutiérrez Mellado) y comienza sus primeras intervenciones quirúrgicas en el ya desaparecido sanatorio San José. Por entonces el cuadro clínico pontevedrés tenía como grandes referencias médicas a los apellidos Marescot, Latorre, Valenzuela y Barbolla, entre los que rápidamente se incrustará el de Domínguez. Se anuncia como "especialista en huesos" y su prestigio crece dentro y fuera de la provincia en una época en la que aún había cirujanos que operaban desde una catarata a una rotura ósea, lógicamente con suerte muy dispar. Por eso el hecho de dedicarse únicamente a la traumatología le otorgaría desde muy temprano una autoridad en la materia que sería una marca de la casa Domínguez.

Apenas año y medio después de su llegada, ya casado y con una creciente lista de pacientes, adquiere el solar donde poco a poco iría levantando el Sanatorio, transformado desde hace dos décadas en hospital. Son años duros y de enorme pobreza. No había seguridad social, y los pacientes tenían que pagar a plazos las consultas y operaciones o completar con pago en especies (gallinas o productos del campo) el total de la factura.

Hace apenas cuatro años que ha finalizado la Segunda Guerra Mundial y España además de pobre estaba aislada. Conseguir material médico o algún tipo de medicinas era además de costoso muy complicado. En esos años se empieza a hablar de un revolucionario instrumento que cambia por completo el concepto de la traumatología, la máquina de Rayos X. El que se haga con uno de esos aparatos se asentará con una posición de dominio en la asistencia privada. En un acto de audacia Domínguez establece contactos que le llevan a Portugal (Salazar no sufre el aislamiento de la España de Franco) y se hace con una máquina de la marca Siemens. El problema era atravesar la frontera. Por eso la embarcaron en una barcaza de navegación fluvial y siguiendo la misma ruta por la que entraban el café y otros productos de consumo consiguió esquivar el control aduanero. Era un aparato muy voluminoso y pesado. En ocasiones había que subirlo entre varios a pisos sin ascensor para detectar una rotura de cadera, que hasta entonces apenas se operaban y que condenaban a la inmovilidad a una gran cantidad de personas mayores. Aunque ya había recomendaciones para evitar la exposición a la radiación, a la hora de reducir una fractura previa a una intervención tenían que quitarse por fuerza los guantes protectores con láminas de plomo. Eso le pasaría factura a su salud.

Su fama como galeno, ya asentada en toda la comunidad, hace que por entonces se le otorgue también la gestión del antiguo hospital de tuberculosos de A Lanzada. Su propuesta para empezar a utilizar por primera vez los novedosos antibióticos para combatir la enfermedad hace que en unos meses se vacíen las camas por la curación total de los pacientes ingresados y se decida cerrarlo para dedicarlo a otra función.

Mientras se consolida el prestigio del Sanatorio Domínguez (jugadores del Celta en Primera División vienen de Vigo a Pontevedra para ser tratados) su titular comienza a dar muestras también de su otra gran pasión al margen de la medicina, el deporte, pasión que también ha transmitido a sus hijos varones, médicos los tres y muy ligados al fútbol y en concreto al club más emblemático de nuestra ciudad, el Pontevedra C.F.

En 1960 la asamblea de socios, tras el histórico ascenso a Segunda División en León contra el Burgos, le ofrece la presidencia a la que ha renunciado Ángel Agrasar. Tres años después el equipo granate conseguía con la victoria ante el Español en Sarriá y el célebre empate ante el Celta en la penúltima jornada (con el famoso gol del ajo de Rafa Ceresuela) el ascenso a Primera. La ciudad viviría en ese segundo lustro de los sesenta la época de mayor relevancia deportiva, social y mediática gracias a los éxitos de su equipo de fútbol.

Esa capacidad para compaginar la actividad profesional, mantener el liderazgo de su centro médico (el Sanatorio Domínguez será el primero en Pontevedra en incorporar un scaner y una resonancia magnética) y su afición deportiva hará de él todo un personaje en la ciudad y en Galicia. Por poner un ejemplo; el torneo de tenis amateur que organizaba todos los años en Areas reunió a más de 500 participantes, entre ellos al entonces ya presidente del gobierno Adolfo Suarez. Además de presidente del Club de Tenis (la pista central lleva su nombre) fue también presidente del R.C. Naútico de Sanxenxo, y en el ámbito de su profesión, presidente de la Sociedad de Cirugía de Galicia, cofundador de la academia médico-quirúrgica de Pontevedra y presidente del Colegio Médico.

En el segundo lustro de los 80 comienza a dejar de operar y delegar la gestión del sanatorio en manos de sus hijos. Los efectos de aquel novedoso aparato de Rayos X de finales de los 40 empezaban a pasar factura. Su hijo Miguel, traumatólogo de prestigio junto a sus hermanos Rafa y Alberto, y también presidente del Pontevedra C.F., se encargará de la gestión. Entre los dos primeros afrontan la ampliación y modernización del antiguo Sanatorio, al que en 1996 convierten ya en un moderno hospital. Dos años después, en 1998, moría el fundador de esta dinastía, dejando como legado el nombre de un centro médico de referencia en España y un apellido de raíces asturianas sin el que sería imposible entender parte de la historia médica, social y deportiva de Pontevedra en la segunda mitad del siglo XX.