Los vendedores del Rastro de Antigüedades de la Plaza de A Verdura lo tienen claro: quieren continuar ofreciendo sus productos en este emplazamiento del casco histórico y piden al Concello de Pontevedra que reubique en la calle Sierra a las personas que en los últimos meses se han incorporado a esta particular feria, donde las reglas no escritas rigen cada jornada de venta.

"Nos hemos enterado por vuestro periódico de que el Concello de Pontevedra quiere trasladarnos a la calle Sierra", aseguraba ayer Benito Villaverde, que vende en A Verdura desde el año 1998 antigüedades y otras curiosidades. "Es una falta de decoro. Yo creo que antes nos tenían que haber informado a nosotros", dice molesto.

El vendedor considera que la plaza ganó mucho gracias a esta feria: "antes esto era una zona muerta. Con nuestros puestos la gente comenzó a venir los domingos. Nosotros nos encargamos de hacer publicidad de nuestra presencia aquí y conseguimos que el mercado apareciese en guías internacionales".

"Queremos continuar aquí, y creo que lo merecemos porque el sector de las antigüedades es un sector dinámico y ayuda a mucha gente a sobrevivir en los momentos de crisis. Si nos trasladan a la calle Sierra, ¿qué va a ser de nosotros?", se pregunta.

Villaverde es de la opinión de que esta decisión del Concello ha surgido a raíz de la incorporación al mercadillo de personas, en su mayoría inmigrantes, que venden otros tipos de objetos que no tienen nada que ver con la idea original de la feria: ropa y calzado de segunda mano, artículos electrónicos de dudosa procedencia y otros objetos en muy mal estado.

En la misma línea se manifiesta Alberto Martínez, que hace tres años se incorporó a este tipo de venta ambulante porque pasaba por una situación económica dura.

"Hay unos diez vendedores que son los más antiguos. Entre nosotros nos respetamos los sitios y nunca hemos tenido problemas, que han surgido ahora en los últimos tiempos con estas personas. De hecho, yo realicé unos escritos aclaratorios explicando en qué consistía el rastro y los repartí para que se cumpliesen las condiciones, pero todo ha seguido igual", aclara.

La cuestión es, según los vendedores más veteranos, "que algunas personas de países del Este han hecho suyo el mercado y no respetan las normas que nosotros venimos respetando desde hace años".

Martínez también quiere continuar con su puesto en la Plaza de A Verdura. "Si nos mandan a la calle Sierra, ¿quién nos va a ver? ¿quién pasa por allí un domingo por la mañana?", se pregunta, para añadir que para ellos todo supondría un trastorno, como el simple hecho de tener que utilizar un cuarto de baño. "Nosotros ahora estamos yendo a los de los bares de la plaza, donde, de paso, consumimos: bocadillos, bebida?"

Respecto a la otra ubicación que se valoró desde el Concello en su momento, la Praza da Pedreira, este vendedor dice tajante: "allí se celebran bodas, cómo vamos a estar nosotros con nuestros puestos por el medio".

Tanto él como Villaverde piden al Concello que se siente a hablar con ellos y "con los más veteranos". "Los de siempre no damos problemas", insisten.

Ernesto Salazar es otro de los más antiguos del rastro de antigüedades. Lleva cinco años vendiendo en esta feria que se celebra cada domingo al aire libre. Su especialidad son los libros. "Son mi pasión, por eso los vendo. Y los vendo a un euro, mira tú, porque quiero que la gente lea", explica.

Al igual que sus compañeros, el cubano lleva mal la propuesta de cambio de ubicación: "Yo al Concello le pediría una cosa, que nos quedemos en A Verdura los de siempre, y que reubiquen a los otros", dice en clara alusión a esos vendedores ocasionales extranjeros de los últimos meses.

"Cualquier cosa que no sea la Praza da Verdura no me gusta", subraya. "Nosotros estamos familiarizados con el lugar. Para nosotros venir aquí ya es una tradición. El Concello siempre ha tenido una buena visión de conjunto. Yo creo que, tomen la decisión que tomen, ha de ser equilibrada y justa", explica.

"La Plaza de A Verdura es el único lugar con ambiente los domingos, llueve o truene, ya lo ves", dice señalando al cielo nublado. "Y, en gran parte, es gracias a nosotros", añade.

Sobre ello también opina Marcos Aparicio, de Ourense, que tiene un puesto con vinilos. "Este tipo de rastros es una actividad que sirve para dinamizar los cascos viejos de las ciudades. Si nos cambian de sitio se le quitará mucha vida a la plaza", afirma.

Cuota simbólica

Marcos Aparicio, al igual que Alberto Martínez, considera que el problema de los nuevos vendedores se podría solucionar cobrando una cuota simbólica por puesto que disuada a "cualquiera de venir a vender cualquier cosa". "Estamos hablando, a lo mejor, de cinco o diez euros, una cantidad que no nos suponga a nosotros una carga", proponen.

Además de los artículos que estos nuevos vendedores exponen cada domingo en la Plaza de A Verdura, los más veteranos critican su comportamiento: "llegan de madrugada para guardar los sitios, a las dos o a las tres, por lo que cuando llegamos nosotros, los de siempre, ya no tenemos donde poner nuestros puestos".

Conflictos con los bares

Respecto a los establecimientos hosteleros de la zona, se encuentran divididos en función de cómo les haya afectado particularmente a sus locales la actividad del rastro.

Mientras que algunos como el Rúas, Os Carballos o El Feira Vella aseguran que el rastro les viene muy bien porque dinamiza la plaza, otros como el Pintxo Viño declaran abiertamente su oposición a una actividad que les perjudica desde hace tiempo. "Yo he llegado a recibir amenazas", asegura un camarero de este establecimiento.

La opinión se endurece en la zona en la que se encuentran los bares y restaurantes O Baúl, Os Maristas y O Furancho de Bora, donde los nuevos vendedores extienden sus mantas cada domingo provocando el enfado de los hosteleros y algunos vecinos, ya que "nos bloquean las entradas de locales, viviendas y garajes".

"Las cosas han cambiado y esta gente ha hecho que el rastro haya decaído", explica un camarero del Furancho de Bora.

Los hosteleros se quejan de que muchos de los artículos que se han puesto a la venta últimamente son robados y aseveran que la ropa y calzado de los puestos proceden de Cáritas y Cruz Roja. "Y lo peor es que acaba en la basura, con tanta necesidad como hay", aseguran.

Y, tal y como ellos vaticinan, pasadas las dos de la tarde, algunos de los vendedores se dirigen a los contenedores de basura cercanos para tirar prendas que hacía tan solo unas horas antes estaban a la venta sobre manteles en el suelo.

A partir de ahí, se sucede una cadena, "que ocurre todos los domingos": llegan otros vendedores, revuelven en los contenedores y seleccionan los artículos en mejor estado para volverlos a vender en ocasiones próximas.

"¿Ves?", dicen, señalando en dirección a dos inmigrantes que llenan bolsas con aquello que otros han desechado.

Los hosteleros dicen no tener problemas con los vendedores veteranos, pero sí con los de nueva incorporación. "Comprendemos que todo el mundo tenga que vivir, pero nosotros pagamos unos impuestos por poner unas mesas que durante 52 días al año no podemos colocar", explica el dueño del Baúl, que aclara que "yo quiero que todo el mundo tenga posibilidades, pero nosotros salimos perjudicados".

"Una mafia"

Además, algunos de los hosteleros denuncian que determinadas personas se ocupan de guardar los sitios de madrugada cobrando a cambio hasta 30 euros a los vendedores que llegan horas más tarde. "Es todo una mafia. No entendemos como se permite esto", critican desde O Furancho de Bora.

La suciedad es otra de las quejas. Desde Os Maristas critican que cuando llega la hora de recogida del rastro, a mediodía, "todo queda sucio".

"Hemos enviado escritos al ayuntamiento para explicar toda esta situación, y no nos han hecho ni caso", concluyen, por su parte, desde O Furancho de Bora.