El derribo del convento de Santo Domingo fue en realidad una larga tragedia. A principios del siglo XIX quedaban muy atrás las glorias del convento gótico más grande de Galicia (ningún otro templo de una orden mendicante cuenta con cinco ábsides en la cabecera) última morada de los caballeros Pedro Álvarez de Sotomayor o Tristán de Montenegro, enterrados al abrigo de sus muros, que también vieron como en 1474 Pedro Madruga respalda públicamente a Juana de Trastámara, La Beltraneja, en su lucha por el trono.

En el XIX todo el espléndido pasado e incluso la belleza del edificio, iniciado cinco siglos antes, parecían olvidados; los propios monjes querían derribar los últimos restos, la cabecera gótica que quedaba del que se cree inigualado convento en Galicia.

"Hacia 1804 se emprende la construcción de una nueva nave neoclásica en la iglesia" , indica la restauradora Rosa Benavides en el estudio realizado para las recientes obras de consolidación del edificio, "al tiempo que se trabajaba en ella, los frailes habían proyectado la demolición de la cabecera y del transepto medievales, por estimar que se encontraban arruinados"

El plan, que afortunadamente no pudo seguir adelante por la falta de presupuesto, ya venía de décadas anteriores: tras la exclaustración el convento pasa a depender de la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de los Conventos Suprimidos para ser reconvertido en asilo, cárcel, hospicio... Y se le van retirando sillares de muros y capillas para pavimentar calles.

En 1881 se aprueba finalmente la demolición completa y durante toda la década siguiente esa amenaza de derribo total planea en distintas ocasiones, bien por iniciativas privadas o del concello.

Unos años antes la ciudad había perdido las Torres Arzobispales, demolidas en 1874. Fue otra tragedia de la que la Real Academia de la Historia tomó nota: varios investigadores consideran actualmente que la Comisión de Monumentos no informó con suficiente diligencia, un mal precedente que acabaría por influir de forma positiva en el destino del convento dominico.

Así, derribadas las torres la Comisión de Antigüedades pasa a centrar su labor en las ruinas, que en agosto de 1895 son declaradas Monumento Histórico Artístico. De ese periodo datan las imágenes de esta página, recopiladas por el ex parlamentario Roberto Taboada en su obra Das feiras aos gabinetes. A fotografía en Pontevedra 1865-1960.

Se estipula en ese verano de 1895, recuerda el Museo, actual responsable del monumento, que se haga cargo de ellas la Comisión de Monumentos y que se dicten "las oportunas disposiciones para la conservación, decoro y custodia, justamente un año después de la creación de la Sociedad Arqueológica bajo la presidencia de Casto Sampedro, el 15 de agosto de 1894".

Un día antes se las había elegido "entre una terna de edificios conformada por el claustro de San Francisco y los bajos del Colegio de la Compañía, hoy Edificio Sarmiento", para la sede del Museo que se pretendía fundar, añaden.

Con todo, Casto Sampedro tendría que seguir interviniendo hasta 20 años después para frenar el pretendido traslado de los sepulcros y altares fuera de la iglesia.

Las ruinas encaran hoy la recta final de su restauración (su reapertura estaba prevista para este verano y se ha retrasado para consolidar un rosetón) y 120 años después de su salvación in extremis más de 40.000 personas disfrutan cada año de su imponente belleza.