Dos jardines gallegos, el de Lourizán y Pasatiempo en Betanzos, ejemplifican para muchos el lenguaje simbólico de la masonería trasladado a las plantas, una expresión que han analizado autores como el economista, arabista y paisajista cántabro Manuel Gómez Anuarbe.

Este firma el libro "Lenguaje oculto de los jardines gallegos", que bien podría servir de guía para un merecidísimo redescubrimiento de esta magnífica finca de 54 hectáreas situada entre Pontevedra y Marín cuyos orígenes se remontan al siglo XV.

De aquella propiedad original, una granja, solo continúa en pie el palomar coronado en almenas.

En el siglo XIX Montero Ríos convierte a este espacio en el margen izquierdo de la ría en su residencia de verano. La transforma en una suntuosa finca que disponía hasta de embarcadero propio y la convertirá en punto de encuentro de los personajes más influyentes del momento.

El arquitecto Genaro de la Fuente recibió el encargo de diseñar el edificio, en cuyo interior se negoció el Tratado de París, y lo hizo a partir de la gran escalinata de piedra, los ventanales que permiten que la luz inunde el interior y estatuas de inspiración clásica para ornamentar el exterior.

Tras las escalera custodiada por estatuas, "la parte central está realzada por un blasón y un reloj, en el lugar del escudo que lucen los pazos gallegos", recuerdan desde Visit Pontevedra, "además de la parte central el edificio tiene dos alas laterales, de mayor ligereza, con una mezcla de clasicismo modernista, dominando la piedra como en el resto, en las columnas, en los balcones y ornamentos que decoran con un estilo de resortes clasicistas cada hueco, cada espacio. Una terraza de gran extensión ocupa la parte superior con pilastras de una piedra y trabajados jarrones".

Pero si algo destaca de la propiedad es el jardín, visible casi desde cualquier punto del interior, una joya del patrimonio botánico de Galicia.

Fue adquirido por la Diputación a principios de los años cuarenta y hoy es el Centro de Investigaciones Forestales de Lourizán, si bien puede visitarse a diario.

De estilo romántico, completa su amplísima variedad de especies vegetales con varias fuentes históricas: la más antigua, del siglo XVII, es la fuente de los tornos; un siglo después se situó la fuente de la concha, y en el XIX redondeó el proyecto la llamada gruta de los espejos y su ornamentación con vidrios.

Muy poco ha cambiado desde que Montero Ríos y sus influyentes invitados paseaban por la finca. Ésta es también jardín y arboleda y brinda un gigantesco abanico de posibilidades para deleitarse con la naturaleza en forma de plantas carnívoras, crasas, helechos arborescentes, suculentas, acuáticas...

La Metasequoia glyptostroboides los castaños japoneses y chinos y el cedro del Líbano, que se calcula que tiene 190 años, figuran por su interés paisajístico en el Catálogo de Árbores Senlleiras. Se suman, por ejemplo, a la avenida de magnolias o a los cultivares de Alba Plena que la propia Sociedad Española de la Camelia considera "impresionantes".

Jardineros franceses plantaron el espacio vegetal, una parte destinada a cultivar vi y otra a esas especies exóticas, como cipreses, cedros, plátanos, aligustres...

La Sociedad de la Camelia también señala que "los especímenes antiguos de camelia de Lourizán se cree que pertenecen al Establecimiento Hortícola portugués de Jose Marques Loureiro en el siglo XIX".

Y si el visitante quiere ahondar más en el significado del jardín, Manuel Gómez Anuarbe propone descubrir como Montero Ríos era masón y dejó constancia de ello en el diseño del jardín.

La piedra sin debastar, recuerda el paisajista, simboliza a la persona que todavía no se ha incorporado a la masonería, mientras que la pulida alude al hombre que ha adquirido ese conocimiento.

Especialmente, el autor de "lenguaje oculto de los jardines gallegos" se refiere a una palmera que surge de entre las rocas no pulidas. Lo considera "un símbolo muy evidente" de la masonería, ya que la palmera significa la inmortalidad, de modo que el jardín indica al visitante "que el hombre pulido, el que ha pasado a un estado superior de conciencia "puede llegar a la inmortalidad, en el sentido del conocimiento", indicó el paisajista en la presentación de su obra en Pontevedra.

En este redescubrimiento de los jardines no puede faltar el magnífico invernadero de diseño modernista. Se trata de una obra única en Galicia, con su fábrica de metal que, cuentan las crónicas de la época, se tambaleaba como una hoja y hasta que le fueron colocados los vidrios que, a pesar de su aparente fragilidad, otorgaron consistencia al edificio e hicieron que desde el primer momento la estructura dejase de moverse.

Conviene pensar pues en qué es fragilidad, en la conveniencia de conservar nuestros jardines, y en aquel mariscal francés que pidió a su jardinero que plantase un árbol.

El jardinero objetó que el árbol tardaría en crecer y no alcanzaría la madurez hasta 100 años más tarde. Se cuenta que el mariscal respondió: 'En ese caso, no hay tiempo que perder; plántalo esta misma tarde!"