¿A cuántas muertes equivale el dolor de la mujer entrada en años que aparece en una foto abrazada al pino de la carretera de Campañó, en A Caeira, donde junto a otros compañeros, fusilaron a su hijo Víctor Casas? Se hace la pregunta Xosé Álvarez Castro, autor del libro Pontevedra nos anos do medo, una publicación inspirada en el blog del mismo nombre en el que el que el experto va detallando, casi uno a uno, los casos de represión en Pontevedra: rondan los 220 en los primeros años tras el golpe de estado.

En los años treinta Pontevedra disfrutaba de su efervescencia cultural: un año antes del golpe franquista Laxeiro había estrenado sus formas volumétricas y su lejanía del costumbrismo en una exposición en la ciudad del Lérez, en cuyo joven museo Castelao ya había depositado los 11 primeros cuadros de la actual intente colección del artista.

Con todo, si algo se reconoce en la pequeña capital es un alto índice de analfabetismo que los maestros republicanos se esforzaban por corregir, los primeros intentos de transformación social y una población que arrastra siglos de miseria... Lo que no aparece para nada es "el desorden y la violencia que los golpistas utilizaron" para justificarse, señala el historiador.

En este escenario y una vez proclamado el golpe a ellas, las rojas, se las culpa doble o triplemente, de ser de izquierdas y mujeres para empezar, pero también se las acusa de militar en el comunismo, de propagar el amor libre, de acudir a las reuniones del partido uniformadas o hasta de procurarle un entierro laico a su madre, razón por la que fue fusilada en una playa la maestra de Miño María Vázquez Suárez.

Deliberadamente en opinión de los expertos, se generó un clima de terror entre la población. Falange y la Guardia Cívica que encabezaba Víctor Lis Quibén tuvieron el triste honor de liderar el miedo.

Como en el resto de Galicia, aproximadamente 68 de cada cien muertes que se produjeron fueron extraoficiales. En el caso de Pontevedra, solo dos mujeres fueron sometidas a un consejo militar, Consuelo Acuña Iglesias y Elvira Lodeiro.

A propósito de este episodio, Álvarez Castro explicó a FARO que en diciembre de 1936 la Guardia Cívica, bajo el mando de Víctor Lis, junto con la Guardia Civil, uno de cuyos grupos también participaba en la "misión" acude a Salcedo de madrugada y rodean una casa donde están escondidos personas huidas en el monte.

"Eso era algo muy habitual en los primeros tiempos, que la gente huyese al monte, en este caso por los montes de Salcedo y Tomeza", explica el historiador "Allí estaba Juan Manuel Gómez Corbacho, al que ellos tenían especial interés por capturar porque había sido un personaje muy importante a nivel obrero en Pontevedra ... Lo que hacen es incendiar la casa... Es una situación confusa, incluso hay versiones diferentes en los periódicos, que es una cosa rara que los periódicos den este tipo de noticias pero en este caso salen y aparecen dos versiones bastante diferentes. En resumen: matan a dos personas, Juan Manuel Gómez Corbacho y Manuel Méndez, y encuentran en la casa a un tranviario, a su hermano y a la compañera de Corbacho que era Elvira Lodeiro. Juzgan a estos tres y Elvira, que era una mujer joven de unos 28 años, aduce que está embarazada y por lo tanto no la matan. Condenan a muerte a los otros dos hermanos, a Consuelo y a su hermano, y a ella una semana después la fusilan diciendo que en realidad no estaba embarazada, pero hay otras versiones que indican que en realidad la hicieron abortar para matarla en Monte Porreiro".

El fusilamiento era solo una, y en rigor la menos aplicada, forma de la represión, que si algo fue es poliédrica: depuración de maestros y otros funcionarios, económica mediante incautaciones, donaciones forzosas o por las amenazas de inclusión en listas negras "un entramado que movió gran cantidad de dinero", recordaba el investigador al presentar su libro en el IES Valle Inclán.

También represión, añadía, por la militarización de la sociedad y por lo que se ha llamado el franquismo sociológico: la promoción de un sector social de indiferentes.

Como resultado, las maestras más significadas fueron depuradas (el ejemplo más claro es Ernestina Otero, que fue la primera directora de la Escuela Normal de Pontevedra, una pionera en la defensa de la educación universal y, especialmente, de la formación de las niñas), las obreras que habían militado en sindicatos, las pocas intelectuales, las madres, parejas o hijas de personas significadas.

Y en general, toda pobre, condenada por ejemplo a abortar en condiciones infames haciendo uso del cornezuelo, de agujas de calcetar, el aguardiente alemán... No pocas pagaban el "pecado" (como era retratado por los ultracatólicos) con la vida y si eran sorprendidas con una hemorragia y se probaba el aborto se enfrentaban a 6 años de cárcel.

A Angelita, Marina o Celia, tres de las mujeres documentadas por Álvarez Castro, se les rapa el pelo al cero y se les pinta la frente por haber desfilado con las milicias; la señora Carmen Martínez "A Mariona", una jornalera que jamás tragó con los cívicos, antifranquista y anticlerical, acudía al monte con el pretexto de recoger tojo y les dejaba ropa y comida a los hombres de su familia, huidos en el monte; otras, escondidas en la Illa do Covo, escucharon cantar a sus hombres y familiares y luego los disparos, aquel 17 de abril de 1937.

Sin maridos o con ellos presos o huidos, con hijos pequeños, expuestas a las vejaciones, las entradas en las casas de los "cívicos" y a las palizas... El estraperlo, la busca del volframio y trabajar de sol a sol eran en la gran mayoría de los casos las alternativas para sacar adelante a la familia.

Fueron las perdedoras, mujeres como Carmen Casalderrey. Horas antes de que fusilasen a su compañero y padre de sus dos hijos, Albino Sánchez, se casó con él y una vez que llegó la democracia le concedieron una indemnización. Cuenta Xosé Álvarez Castro que lo primero que hizo con el dinero fue comprar el anillo que no había podido tener en aquella triste boda.