El Ayuntamiento de Pontevedra convocaba antaño un concursillo para adjudicar el servicio de costaleros en los pasos de la procesión del Viernes Santo. Ganaba siempre el grupo de Rodolfo Estévez Rodríguez al equipo de Miguel A. Paz Peón porque su oferta económica era sensiblemente más baja.

En 1941, por ejemplo, las pujas fueron de 299 frente a 350 pesetas. Al año siguiente el segundo bajó a 292 pesetas para salirse con la suya. Pero el primero lo vio venir y se llevó el gato al agua otra vez porque rebajó a 270 pesetas.

En aquel tiempo la corporación municipal tenía a su cargo todas las procesiones. Si esa tradición llega a prolongarse, resulta bien sabido que hoy no saldría ninguna por falta de organización y también por falta de pago.

Con el paso del tiempo la supresión lógica de ambas costumbres, que no la pérdida de devoción, estuvo detrás de la lenta pero inexorable desaparición de los costaleros, con la consiguiente desnaturalización de estos desfiles religiosos.

Unas procesiones de Semana Santa sin costaleros no son unas procesiones como Dios manda, con perdón y sin ánimo de ofender. No hay color, ni hay pasión, ni hay sentimiento entre unos pasos llevados a hombros frente a otros pasos montados en carruajes móviles.

Esa diferencia sustancial acaba de ponerse de manifiesto otro año más. El esfuerzo por mejorar la programación en general resulta incuestionable. Tal reconocimiento, sin embargo, no es incompatible con la observación de fallos bien visibles: falta de coordinación, lentitud en exceso, demasiada separación, etc.

El mérito de los cofrades que han portado sus imágenes como mandan los cánones ha sido merecidamente aplaudido. El demérito ha correspondido, por tanto, a las demás cofradías que son mayoría y que no acaban de ponerse a su altura para recuperar esa admirada tradición perdida.

El meollo de la cuestión está en vislumbrar si más pronto que tarde la Semana Santa pontevedresa estará en condiciones de superar sus carencias de porteadores y dispondrá de costaleros suficientes para llevar los pasos sobre sus hombros sin necesidad de recurrir a aquellos pagos de antaño.