Las mujeres, los inmigrantes, los niños, los enfermos de VIH o los discapacitados son algunos de los protagonistas de "La cara más dura de la esperanza", un libro que presentará mañana en el Sexto Edificio del Museo el periodista Juan de Sola y que relata en primera persona historias humanas marcadas por la exclusión, la desigualdad y la pobreza, lo único que realmente se globaliza: casi la mitad de la riqueza mundial está hoy en manos del 1% más rico de la población, según un estudio hecho público esta misma semana por Oxfam Intermón en el que se denuncia que la democracia ha sido "secuestrada" para alimentar a las élites económicas. Con todo, la obra reúne proyectos y experiencias que abren la puerta a la ilusión.

-La cara más dura de la esperanza retrata escenarios en donde casi no cabe la esperanza...

-Donde desde luego es bastante más exigua la esperanza, indudablemente, pero lo que trata, y ya se puede intuir por la portada, es mostrar que es la mujer la que provoca que esa esperanza todavía permanezca viva en muchos sitios y contextos donde la pobreza, la injusticia y las desigualdades se encuentran más presentes que ausentes. Esa es un poco la intención inicial y, sobre todo, valorizar el rol femenino frente al masculino, sin hacer diferencias excesivas pero si resaltando que la mujer es la que más empuja cuando las adversidades son más notables.

-¿Detrás del hombre más pobre y abandonado del mundo solo hay una mujer protegiendo a sus niños?

-Si, en la mayoría de las ocasiones es así, e incluso ya no diría detrás del hombre, a la intemperie en la mayoría de los casos se encuentra una mujer protegiendo a sus hijos, con total seguridad, incluso en contextos donde la mujer por el mero hecho de quedarse embarazada siendo soltera era rechazada socialmente, familiarmente y padecía un estigma, pues incluso en esos escenarios hemos encontrado lugares donde habita la esperanza, porque hemos visto proyectos que intentan que por lo menos se recobre un mínimo de esperanza y que las mujeres jóvenes tengan espacios donde poder refugiarse, rehacer o continuar con su vida sin tener que acabar condenadas a la exclusión social.

-¿En qué países ha trabajado para realizar el libro?

-Hemos estado en todo el Magreb, especialmente Marruecos y las fronteras del Magreb, en Latinoamérica y con mayor incidencia en la zona del Pacífico; hemos conocido las comunidades indígenas de los Andes, donde también está la cuestión racista, la cuestión xenófoba se impone, también está la diferencia cultural, y las maneras de subsistir en los Andes no tienen nada que ver con cómo se subsiste o la manera de desarrollar una comunidad en la zona del Pacífico. Todas ellas por regla general, insisto, o la mayoría están protagonizadas por mujeres.

-¿Qué casos le han sorprendido más negativamente?

-Negativamente ninguno, porque la compilación de trabajos que figura en el libro lo que trata de transmitir al final es esperanza, que a pesar de todo es verdad que a pesar de la injusticia y la pobreza es posible la esperanza, pero los más ásperos son mujeres que se atreven a dar el paso en una fábrica del textil, donde están sometidas a unas condiciones infrahumanas, se atreven a dar el paso y convertirse en líderes sindicales clandestinamente, porque el sindicalismo es un derecho que está totalmente hurtado en muchos lugares. También está la historia de la peladora de gambas, la encontré en la zona franca de Tánger, donde fábricas de capital europeo contratan informalmente a mujeres muy jóvenes para dedicarse al pelado de gambas, que parece un ejercicio muy normal pero una cosa es hacerlo en nuestro plato y otro muy distinto por kilos y en unas condiciones absolutamente insoportables. Esta peladora se levanta a las 3 de la mañana y sale a las 7 de la tarde, la situación que cuenta y su falta de perspectiva personal es bastante dura. Además están mujeres inmigrantes en un contexto de pobreza en el Estrecho, pero no en el Estrecho cómodo sino en el del otro lado, donde permanecen no meses sino años esperando porque consideran que pasar a Europa es lo mejor para sus hijos, no para ellas, y están en poblados recluidas, donde solo puedes entrar unas horas contadas, muy pocas pero que nos permitieron acercarnos a la situación del África subsahariana. Son historias que te llegan, porque eres un ser humano y te llegan y además porque piensas que la historia podía ser al revés y ellas podían estar contando tu caso.

-También se ha centrado en realidades más cercanas...

-Si, hemos abordado temas como la mujer y la discapacidad, hemos trabajado mucho tiempo con colectivos de discapacitados en numerosos talleres de comunicación para el desarrollo, especialmente en radio, y hemos hecho muchos trabajos, ejercicios de comunicación en ese aspecto, y el colectivo de mujeres discapacitadas siempre por regla general acaba confluyendo en el mismo argumento, se siente doblemente discriminado, y su gran preocupación por el hecho de ser madre y otras circunstancias del proyecto familiar. Por todo ello me pareció una historia interesante y un domingo cuando vi una mujer discapacitada con su hijo me pareció una historia interesante, la seguí y la conté como un reflejo de lo que me habían contado durante muchos años mujeres discapacitadas. Luego también está una historia que me parece que puede sensibilizar a jóvenes y a todo el mundo porque el VIH continúa siendo un estigma social, y ahí se plasma una historia que conseguí, la de una chica muy joven que le acababan de comunicar el diagnóstico y en su fase de desahogo me cogió a mi, no se si tuve esa suerte o esa desgracia, no lo se muy bien, pero me contó muchas cosas que se le venían en ese momento a la cabeza y al final decidí contar sus historias, conservando el anonimato porque el estigma, insisto, sigue estando muy presente.