Cuando Pedro Antonio Rivas Fontenla era estudiante de Derecho en Santiago y su afición taurina aún no había dado paso a su vocación periodística, hizo su debut aquella tarde en la plaza de toros de Pontevedra con el sobrenombre del "Niño de Compostela".

Su amigo y apoderado para la ocasión, Enrique Parra "Parrita", otro impenitente taurino que tanto había entrenado con el carretón a su pupilo, echó la casa por la ventana para que la presentación de Pedro Rivas fuera sonada y no dejara indiferente a nadie. A fe que lo consiguió

La mejor habitación de La Orensana, una popular fonda ubicada en la calle Riestra, frente a la central de autobuses de línea, se convirtió en su cuartel general. Allí se vistió de luces el incipiente maestro y su cuadrilla, y de allí salió en busca de la gloria en un vistoso automóvil Chenard&Walker que el Garaje Miranda tenía en alquiler.

Para enmarcar la presentación del "Niño de Compostela" recordó Álvarez Negreira en su crónica surrealista que solamente había toreado con anterioridad en otra becerrada celebrada en Redondela, "y como el bicho le rompió el pantalón, se retiró".

Inopinadamente ponerle banderillas al morlaco que le tocó en suerte a Pedro Rivas resultó toda una odisea. Nadie se atrevía, y quien lo hizo salió trasquilado.

Con sus peones atrincherados en el burladero, sin asomar siquiera la cabeza, saltó al ruedo un tal señor Ruiz, que era el cuidador de las Ruinas de Santo Domingo. Pidió un par de banderillas y, cuando intentó ponerlas, el animal lo volteó sin piedad y acabó magullado.

Luego apareció un monosabio que, según Álvarez Negreira, "tenía más de lo primero que de lo segundo". Otro fiasco para la afición que no paraba de chillar.

Por fin salió "un señor vestido de torero bien", que el despistado cronista no logró identificar. "Encaró al becerro y lo banderilleó; luego saludó y se fue a sol, donde estaba el grupo más gritón y bañado en vino".

El "Niño de Compostela estuvo valiente y afortunado con el capote y faroleo. Con la baquilla a su merced hizo una faena templada y acabó con la bicha de una media estocada que le valió el máximo premio: las dos orejas y el rabo, y salida por la puerta grande.