La sal, como acontece en nuestros días, poseía un valor intrínseco irrisorio. Esta escasa valoración permite que la Revolución de la Sal, caracterizada por la concentración en las grandes salinas atlánticas de Bretaña, Aveiro, Setúbal, Cádiz... operada en torno a 1370, arrase con las pequeñas y dispersas salinas medievales, de las que sólo restaba en los tiempos modernos su recuerdo en la toponimia: el benedictino Sarmiento hace proceder Salnés de Territorium Saliniense, en clara alusión a las salinas allí existentes en la Alta Edad Media. Resulta significativo el dato aportado por Ferreira Piegue de que a partir de 1380 se documente la presencia de pescado gallego en las plazas mediterráneas

La provisión de los alfolíes gallegos y asturianos constituye una de las rutas mercantiles más demandadas durante el Antiguo Régimen, dada a importancia de la sal en la curación de la pesca, pero también en las matanzas familiares. Esta necesidad de la economía gallega obligó a la Corona a imponer en ambos partidos un precio de venta inferior en un 25% al resto de los territorios de la Corona de Castilla. Este tráfico implicaba anualmente a más de cien carabelas portuguesas, que transportaban cada año el conservante a los alfolíes gallegos y asturianos desde las salinas de Aveiro. Durante la vigencia de la Tregua de los Doce Años (1609-1621) esta ruta gozó de una plena tranquilidad; en el año fiscal de 1612-13 tan sólo se perdieron tres carabelas accidentadas "en la mar y barra de Aveiro" de las aproximadamente ciento sesenta que participaron en la carrera de la sal. Entre 1614-17, se perdieron en los dichos cuatro años "en la mar con malos temporales, como parece de los autos e informaciones que dello dieron los maestres", veintiuna embarcaciones.

A partir de 1621, cancelada la Tregua de los Doce Años, el estrangulamiento de la navegación vuelve a estar presente, a cargo de los piratas de Salé, demostrando la conexión de la política holandesa con la piratería berberisca. A tal nivel de inseguridad se llegó en los suministros de sal, que, como si regresáramos a la Edad Media, en 1634 se reabren las salinas pontevedresas de la parroquia de Noaia, en el viejo Territorium Saliniense actual Salnés, que llevaban más de doscientos años abandonadas, con la pretensión de lograr la autarquía en el abasto de sal, evitando las peligrosas travesías. En 1627, una carabela que se dirigía a Gijón fue perseguida y cañoneada por tres navíos piratas, teniendo que buscar refugio en Viveiro, donde encalló; la gente de la villa armada con arcabuces y mosquetes salió en su defensa, poniendo en fuga a sus perseguidores. Otra carabela procedente de Aveiro y consignada a Gijón tuvo que buscar refugio en Pontevedra. Este mismo año, el administrador del estanco Diego de Orduña se quejaba, a finales de septiembre, del desabastecimiento de los alfolíes, por estar el mar infectado de piratas durante todo el año. Hacía pocos días que habían perseguido hasta la ría de Vigo a una carabela consignada a Pontevedra.

Los administradores del estanco deben echar mano de las salinas bretonas, que aunque debían navegar frente a puntos tan peligrosos como los cabos de Fisterra o Corrubedo, evitaban la ruta establecida entre las salinas de Aveiro y las Rías Baixas. En demostración de la nueva derrota seguida por los transportistas de la sal, Bartolomé de La Riba, cabo y capitán de las pinazas y gente de guerra de las Cuatro Villas, que van a servir a la real armada de la Mar Océano reconoce, en 28 de septiembre de 1626, haber recibido de Pedro Pastoreu y Carlos Cadu, franceses y maestres de sus navíos, La Ligera y La Juana, 3.000 reales, "por deçir avían tomado los dichos sus navíos cargados de sal a los moros y piratas en la costa y mar de Galiçia y en que por la dicha suma les resgataron".

El riesgo en la navegación permitía a los mercaderes hacer buen negocio con la sal, al margen de la administración por parte de la Real Hacienda. Los navíos franceses ancorados en Pontevedra venden su carga de sal al cristiano-novo Miguel Denís, unas cuatrocientas treinta fanega de pala cargada, percibiendo cada maestre 2.661,5 reales de vellón, y se obligan a transportarla al alfolí que les fuere indicado. El seguro marítimo corría por cuenta del mercader. Los maestres reciben de otro marrano, Francisco de Dueñas, tres mil reales empleados en pagar los servicios de protección del capitán Bartolomé de La Riba.

La carrera de la sal prácticamente se paralizó en 1623, como si los moros y turcos compensasen la imposibilidad de saltar a tierra con un feroz estrangulamiento de las rutas comerciales. En julio de dicho año, el administrador del estanco, Fernando de Losada, informaba cómo "la malicia de esta costa y cantidad de enemigos es de suerte que no a sido posible meter un navío de sal en este Reino", lo que generaba un desabastecimiento en los alfolíes... ni un grano de sal.

La actividad berberisca continuó asaltando a los navíos mercantes: en 14 de junio, habían partido de Aveiro veinticuatro carabelas con carga de sal, sin poder alcanzar los puertos gallegos más de dos y otra más que se esperaba en Asturias; otra se había ido a pique al chocar contra los escollos, huyendo de los piratas. El resto, hubo de buscar refugio en la desembocadura del Douro, en Oporto, de donde no se atrevían a salir. Tras la barra de Aveiro se protegían otras dieciséis carabelas, incapaces de iniciar su travesía. La actividad pirática no solamente afectaba a embarcaciones modestas, sino que llegaba a atreverse con la carrera de las Indias Portuguesas; en víspera de San Juan, arribó a Pontevedra una nao procedente de Brasil con carga de azúcares y cueros, pidiendo auxilio, cañoneando, malparada de los ataques enemigos. Constituía el resto de una flota de cuarenta y un navíos, de los que el enemigo había tomado catorce.

Tales eran las dificultades en mantener la carrera de la sal, al estar el mar cuajado de piratas berberiscos hasta la altura de Viana do Castelo, que obligaron al administrador del estanco a solicitar licencia para abastecer los alfolíes asturianos desde las salinas bretonas, como ya observamos en 1626. Los piratas argelinos se instalaban frente a las costas peninsulares a finales de la primavera, manteniéndose hasta la llegada del invierno, en que los temporales los obligarían a recogerse en los puertos africanos.

Hasta el 3 de junio de 1623 se habían podido cargar en Aveiro veintidós carabelas portuguesas y dos navíos gallegos. Desde este momento la navegación, como vimos, quedó interrumpida. Volverá a reanudarse durante el invierno; era preferible enfrentarse con las tempestades que con los argelinos. Enrique Sinel, arrendador de la renta del estanco de la sal en los partidos de Galicia y Asturias desde San Juan de 1634, tendrá que echar mano, ironías del destino, de doce navíos holandeses perfectamente artillados.

A Juan Manuel García-Pardo Sagarna