Las primeras ordenanzas pesqueras gallegas son las elaboradas, en 1514, por la cofradía y hospital de Santo Andrés de A Coruña. Su redacción viene condicionada por la reducida extensión del caladero donde faenaban sus cercos, el denominado Mar do Branco, delimitado por Mera (Seixo Branco) y los Pelamios, en la ribera coruñesa. La reglamentación se reduce a prohibir faenar a los redeiros (xeitos) desde la festividad de Nuestra Señora de agosto hasta la de Navidad; así como la veda permanente de ciertas artes de enmalle: rascos y volantes.

Los vicarios acaban solicitando su confirmación al concejo, al corregidor y a la Real Audiencia. La autoridad municipal, efectivamente, las confirma y las manda pregonar en los lugares acostumbrados: plaza de San Jorge, Cruz y Trabancas. El tribunal real no puede tomar esta decisión sin el consentimiento regio y se limita a informar al Consejo Real, que no parece que haya aprobado esta normativa. La iniciativa proviene de los armadores de los cercos coruñeses, que tratan de asegurarse el monopolio otoñal del Mar do Branco, frente a los xeiteiros de Betanzos y Ferrol. Los vicarios exponen claramente los objetivos de esta reglamentación: "biendo y considerando los grandes gastos que se hazen e están fechos e cada un año se han de hazer en los galeones y çedazos y en otras cosas necesarias a los dichos galeones para la sacada e çercos, que se fazen e tenemos hechos para matar la sardina". Además, los maestros de las tres compañías de cerco existentes daban su visto bueno a estas normas.

En Pontevedra las motivaciones son distintas. Sus primeras ordenanzas son compuestas en 1523 y ni citan a los xeitos, sino que se centran en regular estrictamente el empleo de las sacadas; los xeitos no serán contemplados como perjudiciales para los lances de los cercos hasta la redacción de las ordenanzas de 1531. Con esta reglamentación los vicarios del Corpo Santo tratan de mejorar las capturas de sardina, afectadas por cíclicas crisis, durante las cuales desaparece de las rías; por los mismos años, en 1526, el concejo de Vigo acuerda tasar el precio de la sardina, en consideración a los altos precios de venta.

Cercos reales. Esta denominación de cerco ha dado lugar a muchas equivocaciones e inexactitudes. Se corresponde con los cercos, sino dieciochescos, con los que surgen durante el último tercio del siglo XVII, amparados por la Corona para que "se restableciesen los instrumentos y labores con que antiguamente se aumentaban las repúblicas", como señala Carlos II al concejo pontevedrés, en 1679.

A pesar de los intentos del regimiento, que acudió ante el capitán general para armar dos cercos, poco duró la experiencia: en 1689, según testimonio de fray Martín Sarmiento, no existía constancia de ningún cerco en la ría de Pontevedra. Otra tentativa de recuperación de las antiguas armazones la localiza C. Sampedro en el primer tercio del siglo XVIII, pero que tampoco fructifica.

Continuando esta política de activación de la producción económica nacional desplegada durante el último tercio del sigo XVII, los primeros borbones (Felipe V, Fernando VI; 1700-1759) copian literalmente las medidas mercantilistas desplegadas en Francia por el ministro Colbert. Su objetivo es el de conseguir una balanza comercial positiva, poniendo coto a las importaciones de géneros extranjeros, entre los que se encontraban los productos pesqueros. Por este medio se reactivaría la atracción de los metales preciosos, al evitar su salida masiva como pago a las importaciones. Para corregir la escasez de capitales y la falta de iniciativa privada, el Estado asume la creación de empresas, las manufacturas reales, entre los que podemos contar la nueva generación de cercos que nace de mano de Francisco Xavier García de Sarmiento, hermano del fraile benedictino, que puede considerarse como protector y que elaborará unas nuevas ordenanzas, con el fin de actualizar las preeminencias de los cercos sobre las restantes artes pesqueras, que serán confirmadas por la Real Orden de 12 de abril de 1750.

A esta iniciativa se sumaron otras, como la del cerco que tenía por armador al asturiano Juan Antonio Poladura; también el gremio de mareantes de Marín dispuso de un "Plan ?en fomento de los Cercos Reales, sin decadencia del jeito", mediando la ayuda real a través del montepío de pescadores. Todos estos intentos de restablecer los cercos no cuajaron en las Rías Baixas; las nuevas ordenanzas pesqueras redactadas, nuevamente por García de Sarmiento, en 1767, ya se centran en la defensa de los xeitos, advirtiendo que, si se restableciesen los cercos en la ría de Pontevedra, se contemplaría lo legislado en 1750.

Sin embargo, Sáñez Reguart señala los caladeros en los que, a finales del siglo XVIII, se mantenían operativos los cercos: Laxe, A Coruña, ría de Betanzos. Del cerco coruñés, un cerco real, ofrece además una ilustración aclaratoria de su funcionamiento, la única representación gráfica conocida de este tipo de artes. Esta exclusividad reafirmó que fuera tomado como modelo general del funcionamiento de los cercos en general, a pesar de las reticencias expuestas por C. Sampedro. Las capturas del cerco de Sáñez Reguart no se recogen en la ribera, sino que se mantiene en medio de la ría en una especie de depósito o vivero circular, de donde se va extrayendo la sardina a medida que se le va dando salida. Este sistema de pesca altera la calidad de la sardina, como llega a reconocer Cornide Saavedra, pero economiza las inversiones precisas para el correcto funcionamiento de los cercos tradicionales, que precisaban el concurso de labradores o terrestres, que acercaban el cope a la playa, tirando desde las cuerdas. La cancelación del sistema tradicional de cobrar los lances se encuentra documentado en Muros, en 1625, en plena etapa de disolución de los cercos tradicionales. Esta misma solución es la que propugna fray Martín Sarmiento al duque de Medina Sidonia para rentabilizar sus almadrabas, en 1772, cuando de los cercos de tiro no quedaba ni el recuerdo.

A Félix Otero