Apenas se conservan imágenes de la antigua Capela dos Santos de Mollabao, mandada construir en 1737 por Juan A. De Marzoa, por entonces rector de la feligresía de Salcedo y "familiar del Santo Oficio", y concluida en 1741. Su memoria se perdió poco a poco, a pesar de que se trataba de un impresionante ejemplo del barroco de inspiración portuguesa, un templo rodeado por columnas coronadas con estatuas de santos.

Fueron estas imágenes (dedicadas a Santiago, san Juan, san José, san Pedro, san Miguel, san Antonio, san Mariño, san Lopo, a la Virgen y al angel de la guarda) las que acabaron por dar nombre al templo, conocido popularmente como Capela dos Santos a pesar de que en origen estaba dedicado a San Francisco.

Ya a mediados del siglo XIX el templo fue abandonado por circunstancias que los historiadores desconocen. Poco a poco, sus piezas se trasladaron a otros emplazamientos y de hecho hasta 1987 prácticamente el recuerdo de la capilla había desaparecido, salvo por las escasas fotos de las que se tiene constancia.

En la década de los ochenta del pasado siglo, con el beneplácito del Concello y de la entonces Comisión Provincial de Patrimonio, se derribaron decenas de muestras de la arquitectura ecléctica del XIX y el XX, prácticamente todo el ensanche pontevedrés. Uno de estos edificios condenados por la especulación fue la mansión Domerq, situada en la esquina de la calle González Besada con la plaza de Galicia, frente a lo que un tiempo fue la estación de ferrocarril de la ciudad.

Era la casa familiar del ingeniero Domerq, que había participado en las obras de construcción de la vía entre Pontevedra y Carril, un edificio de tres plantas con un gran jardín y un cenador a la calle que en sus últimos años fue conocido como "la casa del notario", en alusión al profesional que ejercía en ella.

En los primeros meses de 1987 la empresa —sorprendentemente ya que la pauta habitual era destruir todo tipo de restos— comunica el hallazgo de un arco, que había sido reinstalado en la mansión, en concreto en la zona de cocinas, como elemento de descarga.

El hallazgo fue comunicado al Museo y a los pocos días el historiador Juan Juega Puig y el arqueólogo Antonio De la Peña publican un informe en el que llaman la atención sobre la importancia de estos restos y los relacionan (tras el informe elaborado por el historiador Enrique Acuña) con la desaparecida Capela dos Santos.

Dado su valor, el Museo aceptó el depósito de piedras, primero en locales del antiguo Hospicio y posteriormente pasaron a ser "custodiadas" en los jardines de la institución cultural, rodeadas durante años de jeringuillas y otras basuras y, desde hace unos años, de hierba.

Allí siguen 25 años después, casi toda la estructura (porque se teme que ha desaparecido una dovela) sin un destino conocido, a pesar de que ya en el primer informe los dos expertos recordaban la tradición del Museo de ceder piezas de su colección (en algunos casos obras de la Sociedad Arqueológica) para adornar espacios públicos.

Un buen ejemplo de esta tradición es el crucero de A Leña, que es propiedad del Museo, en donde lo depositó Castelao.

¿Y el resto de la Capela dos Santos? Enrique Acuña ha localizado en los últimos años varias piezas, las principales en el cementerio de Salcedo, donde estaban tres de los santos en un nicho común, desgraciadamente después uno fue robado aunque su desaparición no fue denunciada. Otros 3 santos más se reinstalaron en la capilla de San Brais y curiosamente la talla pétrea de San Francisco que figuraba en la hornacina de la fachada pasó a presidir el monumento funerario de Sánchez Cantón en San Mauro. El destino, como siempre, se ríe de todas las posibilidades.