En el siglo VI Vigo se convirtió en un gran enclave comercial a la altura de Marsella, Nápoles o Cartago, ciudades centrales en el mundo antiguo europeo. Es la innovadora conclusión de una tesis galardonada con el Premio Extraordinario de Doctorado por la Universidad de Vigo y que prueba que las rutas comerciales del Mediterráneo se extendían hacia el Atlántico y llegaban a las Rías Baixas.

El autor de la investigación es el arqueólogo Adolfo Fernández, que centró sus análisis en los materiales obtenidos de las excavaciones realizadas en la ciudad olívica. "En Vigo se ha excavado mucho desde el año 1992 que comenzó la investigación en la zona de Areal", señala el experto, "pero los materiales que iban saliendo, que son en realidad millones de fragmentos, no se estudiaban".

Fueron esos materiales (por ejemplo numerosos restos cerámicos) los que probaron que se trataba de piezas importadas. ¿Su procedencia? Llegaron a Vigo entre el año 500 y el 700 desde diversos puntos del Mediterráneo y los análisis refrendan definitivamente las teorías ya apuntadas anteriormente por varios especialistas que señalaban a una más que posible conexión entre ciudades francesas o del Magreb (caso de Cartago, en Túnez) y las Rías Baixas.

"Mi conclusión es que el Atlántico no está tan apartado del Mediterráneo como se dijo durante décadas, y que las rutas comerciales del mundo tardorromano en el Mediterráneo continuaban hacia el Atlántico, algo que había pasado completamente desapercibido", señala Adolfo Fernández.

Hasta la presente investigación se habían realizado escasos avances en el estudio del comercio en el mundo tardorromano, suevo y visigodo en el Noroeste de la Península. El arqueólogo explica a este respecto que "efectivamente se hicieron pequeñas investigaciones, había arqueólogos que ya más o menos conocían y pensaban que había materiales importados, pero nunca del calibre y de la intensidad que efectivamente hemos probado".

Y es que se han localizado piezas "que no hay prácticamente en todo el Mediterráneo occidental, ni en Francia ni en Italia".

Se trata de materiales de origen asirio y de Turquía que no han sido identificados en ciudades milenarias como Marsella, lo que lleva a los investigadores a concluir que Vigo se sitúa entre los grandes enclaves comerciales del mundo tardorromano.

"Vigo debe ser el puerto con más materiales de este calibre, por lo tanto la ruta que conectaba con Oriente era muy importante", añade el arqueólogo.

La investigación, que en breve será publicada por British Archaeological Reports, también profundiza en el tipo de mercancías que se intercambiaban en estas rutas.

Se localizaron ánforas asirias (un imperio de la antigüedad en el suroeste asiático) que muy posiblemente se usaron para transportar vino pero "lo más probable es que también trajesen otros materiales porque nadie viene desde Asiria para traer vino, seguramente los barcos venían cargados también con textiles y joyería manufacturada en oriente".

Pero si algún material era apreciado en el puerto gallego era el alumbre. Hasta el Medievo no se localizaron en la Península minas de este tipo de sal doble que se empleaba para teñir paños, fijar colores y curtir pieles.

"Los barcos pasaban por Turquía y Egipto y la traían hacia Vigo", explica el arqueólogo, que ha rastreado citas de autores antiguos que hablan de un comercio de alumbre con el puerto de Burdeos, una ruta marítima que posteriormente seguía hacia Galicia.

Pero en realidad a los armadores procedentes de oriente no les interesaban en exceso los materiales a vender en la Península sino a la inversa, la compensación estaba en el retorno. "Se llevaban metales, sobre todo estaño y el plomo, que era muy apreciado", indica el experto.

Este plomo embarcado en Vigo se destinaba a la India y a la Ruta de la Seda. Los barcos procedentes de Vigo llegaban posteriormente a Gaza, Alejandría y, especialmente, a Antioquía, de donde partía una de las rutas más importantes hacia la India.

Más sorprendente si cabe (también más difícil de probar) es el más que probable comercio de esclavos, de origen bretón, escandinavos o gallegos que habían sido hechos prisioneros. "Las fuentes que tenemos de ese momento histórico proceden de la Iglesia, que no admitía ese comercio aunque lo toleraba", explica el responsable de la investigación, "así es que no quedó constancia por escrito, pero el comercio de esclavos estaba muy vivo en todas las ciudades de oriente y los esclavos europeos eran muy apreciados".