El longboarding es una novedosa práctica deportiva, cada vez más extendida en todas las ciudades, que toma su nombre de la definición, en lengua inglesa, del pilotaje del longboard (tabla larga); un monopatín más largo que los habituales, que se utiliza principalmente para bajar cuestas o desplazarse por vías bien pavimentadas. Esta nueva moda urbana, importada de los Estados Unidos (se inició en las calles de California), es cada vez más habitual también en las calles de Pontevedra. Los aficionados, generalmente chavales jóvenes, utilizan las cuestas de la ciudad para deslizarse en sus longboards, en ocasiones disputando espontáneas carreras a gran velocidad, que han propiciado algún que otro susto a los transeúntes.

Vecinos y hosteleros de calles como Isabel II, Rúa Real, San Nicolás, Don Gonzalo, César Boente, Cobián Roffignac, o Arzobispo Malvar, han dado la voz de alarma sobre el riesgo que supone esta práctica ya que, según explican, los chavales disputan arriesgados eslalons que han llegado a poner en peligro a los peatones, además de a ellos mismos. "La gente sale del portal de su casa o de los negocios y se encuentra de repente con un monopatín que te embiste a gran velocidad; los chavales bajan sin ningún control y algún día va a haber un accidente", advierte Joaquín Salgado. Este vecino de la calle Isabel II observa desde su ventana como se producen pequeños incidentes entre quienes practican "longboarding" y los vecinos o clientes de bares de la zona que se tropiezan con sus temerarias carreras. "Alguno va a acabar dentro de un bar, porque tratan de esquivar a la gente y pierden el control del patín", explica.

Un invidente

Las bajadas en eslalon suelen acabar con algún tipo de pirueta sobre la misma calle o incluso con la colisión del patinador contra alguna pared, según explica Juan López, quien apunta además que un vecino invidente suele transitar por esta zona "y cualquier día se lo llevan por delante".

A esto se suma el riesgo de que en ocasiones se pueden encontrar inesperadamente con vehículos que irrumpen en las esquinas de las calles en las que concluyen sus carreras, con el peligro que esto entraña, principalmente para el propio patinador. El ruido que produce el patín les impide escuchar la llegada de otro vehículo desde la esquina de la calle.

Los vecinos aseguran que el grupo de chavales que se reúnen para practicar este deporte puede sumar en ocasiones la veintena y que todos ellos se concentran en las vías más empinadas para disputar sus carreras. Suele realizar esta práctica a última hora de la tarde o primeras horas de la noche, que es cuando menos gente y obstáculos se encuentran en sus eslalons.

"Esto no me parece normal. Será una moda, pero a mí me parece muy peligrosa, porque pasan rozando a la gente. Yo si los veo venir ya voy por otra calle para no arriesgar", explica Víctor Montero, que acostumbra a caminar por las calles del centro histórico. "Y no ocurre solo en la zona vieja, también están por el resto de la ciudad, en todas las calles donde tienen una buena cuesta para tirarse", añade este vecino.

Terrazas de bares

Iria Blanco, que trabaja en una tapería de la calle Princesa, explica que "por esta zona hay muchos niños y también muchas personas mayores, y los chavales de los monopatines pasan a mucha velocidad; es un poco peligroso para todos. Además lo hacen a las horas a las que hay más gente en las terrazas y hay que estar pendientes de por donde te vienen para no chocar con ellos", explica esta hostelera.

Los profesionales de la zona monumental se quejan además de que los chavales molestan a los clientes de las terrazas y que los mismos camareros tienen que esquivarlos mientras portan bandejas o consumiciones.