“Desmontando a ni-ni: un estereotipo juvenil en tiempo de crisis” es el título de la conferencia que impartió ayer Lorenzo Navarrete en la jornada “O reto de ser adolescente”, un encuentro que tuvo lugar en el Pazo Provincial y en el que se analizaron temas como los retos que plantean las nuevas tecnologías para los más jóvenes o el culto a la imagen.

—¿La adolescencia actual es diferente o lo que hacemos son repetir tópicos: no respetan a sus padres, desafían la autoridad...?

—Esa pregunta tiene que ver con que los padres de los adolescentes actuales tienen la misma importancia en la formación del carácter y de las orientaciones y valores de sus hijos que la tuvieron los padres de los padres, cuando se dice que la generación actual es la primera que rompe la linea de progreso y que va a ser la primera que viva peor que sus padres se está diciendo algo que indirectamente señala a los padres de los adolescentes como auténticos responsables de esa situación.

—¿Ese tipo de argumentos son ciertos? ¿Podría en rigor decirse por ejemplo que los españoles que nacieron en el hambre de la postguerra vivieron peor que la generación anterior que al menos no sufrió la guerra en la infancia?

—Usted sitúa el progreso en cuestiones básicas para el desarrollo de la vida social y humana como son la paz, la convivencia. En eso tiene toda la razón: no podemos hablar de que nuestra generación haya criado a sus hijos peor que las anteriores, porque las ha criado en libertad y en paz. Sin embargo ese escenario pacífico, democrático, puede romperse por culpa de una situación que no contemplamos en la consecución de la paz y es la sostenibilidad, sostenibilidad que pasa por una socialización adecuada, hablamos de sociedades, no hablamos de cultivos ni de los bosques, hablamos de la sostenibilidad, de la convivencia pacífica en una sociedad democrática.

—Ha estudiado fenómenos como el de la generación ni-ni y analizado datos como los de la Encuesta de Población Activa ¿qué concluye?

—En general lo de la generación ni-ni es un tópico pero que es muy visible porque haciendo cuentas y viendo con detenimiento lo que pasaba he comprobado que son menos de lo que parece, que muchos aparecían como que ni estudian ni trabajan porque son personas con discapacidad (y para ellos hay muy poco trabajo), otros cuidan a una persona dependiente y esperando una ayuda a la familia, normalmente son mujeres que se ocupan de familiares con discapacidad grande, otros han terminado el curso, quieren hacer otro y están esperando plaza.

—¿El sistema formativo actual también se ha quedado desfasado?

—Es excesivamente rígido, sobre todo la formación profesional, debería haber un cinturón en torno a la formación y a las profesiones, un cinturón permanente de modo que un joven que se queda sin trabajo al día siguiente pueda estar ahí, matriculado, siguiendo su formación, lo que no puede ser es que estén en la calle y así tenemos cientos de miles de jóvenes... Todas esas rigideces, esperas, plazos de matrículas en una sociedad en crisis tan espectacular nos debe hacer reflexionar que somos bastante culpables. Lo que sucede es que los ni-ni culpabilizan, para justificarse también, a la sociedad, a sus padres (y hay conflicto en la familia) al sistema educativo (y devalúan los estudios y dicen que no sirven para nada y que mira tantos titulados en paro) y a las empresas (porque dicen que explotan, que no te seleccionan), al Inem etc.

—Insiste en que nadie va a resolverle los problemas a los hoy adolescentes...

—El hecho de que yo reconozca en mi investigación que hay unas culpas, de todo el sistema y también de las familias, no quiere decir que no haya que atender a que estos jóvenes vayan percibiendo su situación personal como algo que ellos tienen que resolver, y no lo pueden resolver pasando de largo, yéndose sin pagar de un autobús o de un súper o transgrediendo normas, porque están en un límite de no retorno.

—¿En el mejor de los casos formamos para el mercado laboral?

—Claro, y esa es una manera fragmentada de pensar en la sociedad, no hay unos empleos, no, hay una continuidad social, ese pequeño y ese joven terminará trabajando en algo, haciendo algo, y tiene que aprender desde pequeño que para llegar a eso que le dará lo que necesita para su bienestar (consumir, vivir etc), para todo eso, tiene que ir haciéndose: no consiste en sacar buenas notas, en cumplimientos que te gratifican cada año, consiste en que tu vas poniendo los ladrillos, los fundamentos de un proyecto. Y al final no vas a buscar un empleo sino que tu ya habrás estado dirigiendo muy convencido tu vida hacia esa meta, que es algo que no está en el programa: los jóvenes españoles después de estar escolarizados 14 años, a los veintipico años, no pueden decir que no hay empleo, no puede ser. ¿Y ellos qué saben hacer? “Bueno. Pues he aprendido una serie de cosas”, es decir, no tienen proyecto, buscan un empleo.

—¿Qué les responden en las encuestas sobre sus perspectivas de vida?

—En esas encuestas superficiales que se suelen hacer y en las que se les pregunta ¿qué quieres hacer? ¿qué vas a estudiar? Pues cuando llegan a los 17 años y van a la selectividad, los que van a continuar después en la universidad y que digamos que es un grupo importante para saber qué está pasando, pues resulta que un 70% duda mucho qué va a hacer y elige cosas contradictorias; lo que hace es decidirse confusamente y con mucha tensión entre una opción o dos o tres, va haciendo cuentas y no está claro porque por un lado quiere ser solidario, le gusta la ingeniería, el medio ambiente y por otro lado la medicina. Y piensas ¿qué ha pasado con este joven que ha llegado hasta aquí a los 17 años?

—¿Que hace falta para garantizar una sostenibilidad democrática?

—Un mecanismo que consiste en que la socialización, es decir el aprendizaje para ser nuevos ciudadanos, cumpla con una serie de condiciones. Y ahí es donde la generación actual de padres ha pasado mucho por alto, porque también el sistema, la cultura en general que se extiende a todo ha olvidado que hay una condición para la cual ellos tampoco estaban preparados y de la cual tampoco nosotros éramos conscientes que es necesaria para que la convivencia pacífica se sostenga, y es que las generaciones se reproduzcan incorporando unos valores que forman una tradición democrática y pacífica y de convivencia. Para ello hace falta que tanto la cultura del trabajo, como la educativa y la familiar participen de esa idea y se comprometan en ella. Por lo tanto el agente socializador de turno (familia, agente educativo o laboral) tiene que prestar atención a la educación infantil, también en los hogares, y ofrecer referentes claros en el sistema laboral. Ese proyecto de niño que va a ser joven y va a ser adulto que va a sostener esa sociedad de progreso y paz no existe, el proyecto que tenemos para los jóvenes es solo el consumo, hay un proyecto de bienestar pero solo por la sustitución de los mayores por los más jóvenes y no por la reproducción de los valores que llevaron a eso. Estos chichos no pueden ellos inventar lo que los anteriores hicieron para traer la democracia, los padres tienen que hablar a sus hijos de que hay un proyecto social y que se conquista día a día, que todas las peripecias en la trayectoria familiar que sus padres hicieron para llegar a eso no es un cuentecito de los antepasados sino que ha de traducirse en comportamientos de la vida diaria, comportamientos de autorresponsabilización, autoafirmación, búsqueda y trayectoria hacia ese proyecto, que no será buscar un empleo sino alcanzar otras metas, porque los jóvenes no tienen proyecto.