En Pontevedra la noche del 23-F fue larguísima, para empezar porque nadie, ni siquiera el entonces gobernador civil, sabía nada. Lo confirma el entonces alcalde José Rivas Fontán, que reconoce que “llevábamos semanas, por no decir meses o años, temiendo el golpe. Y de ese día lo que más recuerdo es que, como todos, quería sobrevivir”.

—¿Cuál es la primera imagen que recuerda al pensar en el 23-F?

—Mi reunión con el gobernador civil, que me llamó por la tarde, yo estaba fuera de Pontevedra y me mandó un recado urgentísimo de que me presentase en el Gobierno Civil. Había oído la noticia por la radio, así es que fui al Gobierno Civil, pero antes de entrar di varias vueltas con mi coche particular alrededor del edificio porque no quería que me sucediese lo que había pasado en 1936; solo pensaba en aquellos que con el estallido del golpe fueron al Gobierno Civil, entre ellos Alexandre Bóveda, y al final fueron detenidos, encarcelados y varios de ellos fusilados, no quería que me pasase. Esa es la imagen que tengo, el instinto de supervivencia.

—¿En ese momento pensaba en los pontevedreses fusilados medio siglo antes?

—Sí, claro, te hablan de un golpe de estado y lo que teníamos históricamente más reciente era el año 36, y yo que había sido diputado en las Cortes Constituyentes y que había participado en la elaboración de la Constitución, que además éramos de UCD, que para los carcas y fachas éramos los traidores al régimen, porque fuimos quienes tuvimos fuerza política suficiente para cambiar las estructuras del régimen y llevar a España a los primeros pasos de una democracia.

—¿Cómo fue esa reunión con el gobernador civil?

—El gobernador, Joaquín Borrell, era un tipo muy majo, un hombre inteligente. Me llamó y dijo “no sé qué hacer porque no hay teléfonos que estén comunicados con Madrid”. Entonces los gobiernos civiles tenían un teléfono rojo que comunicaba directamente con la Presidencia o con el Ministerio del Interior, no recuerdo exactamente, pero aquel teléfono, que era sin número, una línea directa, lo levantabas y nadie salía porque, claro, el Gobierno estaba secuestrado en las Cortes, de modo que no sabíamos nada más que lo que decía la prensa. Y lo que pasó aquella tarde, que fue lo que de alguna forma me tranquilizó un poco, es que el gobernador me explicó que aquí estaba un teniente coronel de la Guardia Civil, Garea, que es compañero de promoción de Tejero y él nos podría dar alguna pista de lo que podría suceder, porque además él era guardia civil y ésta estaba implicada en el golpe por Tejero. Los dos estuvimos esperándolo a que llegara.

—¿Y qué les garantizaba que él no estuviese implicado en el golpe?

—Esa era otra ¿quién lo podía garantizar y que no viniera a por nosotros? Y de hecho ese temor claro que lo teníamos. Al llegar la actitud de él fue ejemplar: recuerdo que sacó el tricornio, sacó la pistola, la metió dentro del tricornio, la puso encima de la mesa del gobernador civil, se puso firme y le dijo “a tus órdenes gobernador”. Eso fue un gran motivo de tranquilidad, hablamos con él con más calma y nos tranquilizó, nos explicó que conocía bien a Tejero, que estaba obsesionado con el golpe porque había estado de hecho ya en otra operación, pero también nos dijo que nos podía garantizar que, “con él, no habrá sangre en el Congreso”, porque nuestro temor realmente, el de todos, era que los disparos que habían sonado hubiesen alcanzado a alguien. Era un temor importante, si había sangre de por medio el suceso, seguro, acabaría de otro modo porque tendrían que intervenir las fuerzas especiales de la Policía, de la Guardia Civil, etc. El hecho es que eso fue para mí el elemento más importante de tranquilidad.

—¿Volvió a su despacho en la Alcaldía?

—Si, volví al ayuntamiento y me llamó el jefe de la Policía Local y me dijo “a sus órdenes, hacemos lo que tu me digas”. Y yo le dije “pues mira, quedaos en casa que nosotros no tenemos fusiles” (risas), “así que tranquilos y que nadie se mueva, que nadie se salga de sus obligaciones cotidianas”.

—¿La ciudad estaba completamente vacía?

—Completamente vacía, la gente desapareció de las calles. Y muchos de los concejales que estaban conmigo, desde los del Partido Comunista a los de Unidade Galega o del Partido Socialista, escaparon incluso al extranjero, sé seguro que alguno salió al extranjero y otros se fueron a casa de personas de la derecha del franquismo, para protegerse, hablo de concejales de los que supe días después.

—¿Es cierto que Joaquín Queizán (un reconocido representante de la derecha) ocultó a militantes de la izquierda?

—Creo que sí, pero no puedo da fe al cien por cien, aunque creo que sí porque realmente los que peligrábamos (y así me lo confirmó el gobernador civil) era la gente de UCD. Le cuento una anécdota: en la primera procesión que yo asistí del Viernes Santo en Pontevedra como alcalde, en A Ferrería se apagaban las luces y un pontevedrés conocido en ese acto religioso y en medio del silencio gritó “Rivas, traidor, habéis sacado a Dios de la Constitución”. Y eso imagínese que fue en 1979. Pues toda esa mala fe que albergaban muchos malos ciudadanos había hecho exaltar los ánimos en 1981. Puedo decirle que por haber vivido la elaboración de la Constitución en el Congreso hicimos algún viaje de Madrid a Pontevedra, sobre todo cuando se aprobó la Constitución, que no vinimos ni en avión ni en tren, porque se suponía que iban a dar un golpe de estado, porque del golpe de estado se venía hablando desde hacía tiempo, desde el 78. (A preguntas de FARO DE VIGO Joaquín Queizán, que se recupera de una reciente operación, declinó amablemente pronunciarse sobre su ayuda a sus compañeros de actividad política en la noche del golpe del 23-F, a los que habría protegido ocultándolos en edificios de instituciones o en su propia vivienda familiar: “Si los ayudé o no es un asunto que forma parte de mi vida privada”).