Xosé Fortes Bouzán no se cree la versión endulcorada que se difunde sobre la Transición (él recuerda bien los gritos de “ejército al poder”, los muertos de Atocha y las muchas resistencias a la democracia) y si toda su generación vivió con extrema preocupación el 23-F, en su caso con doble motivo: era conocido por haber fundado la Unión Militar Democrática y en 1976, tras un consejo de guerra, fue expulsado del ejército. Así es que hace 30 años, cuando se imaginó que había muertos en el Congreso, sencillamente se planteó la huida. Con razón defiende que “frente a los nostálgicos que dirán que cualquier tiempo pasado fue peor, un historiador le diría que todo tiempo pasado casi siempre fue peor”.

—¿Qué recuerda del 23-F?

—El susto (risas), recuerdo el gran susto y la sensación de tristeza.

—Representaba un nuevo fracaso para toda una generación con ansias democráticas.

—Y el intento de salir de la España decimonónica, porque lo que hay que pensar es que una situación con la del 23-F no se podía producir en ningún país europeo más que aquí porque teníamos la tradición de los pronunciamientos, por lo tanto era volver otra vez al siglo XIX, Tejero era un personaje del siglo XIX y el golpe era volver a la época de los pronunciamientos y a aquel mundo que queríamos dejar atrás.

—En una de las más recientes polémicas sobre el estatuto catalán un destacado militar advirtió públicamente de que “quizás el ejército tendría que salir a defender la unidad de España” ¿se explica estas ideas de salvapatrias?

—(risas) Esa tradición de salvapatrias es precisamente la tradición decimonónica, España no tuvo Revolución Francesa, aquí hubo democracia casi sin partidos políticos y el ejército se convirtió en el instrumento de cambio político, hasta el punto de que la Restauración fue el intento de hacer un sistema político sin necesidad de militares, pero claro terminó con Primo de Rivera y después en la República y el franquismo. El golpe de Tejero hubiese sido imposible en otro país, por lo tanto en ese sentido fue bueno porque con él ha desaparecido de la escena el último personaje del siglo XIX y esa idea de que los militares son quienes han de decidir el futuro del país, esa idea murió ahí.

—¿Por aquel entonces era ya concejal?

—Yo estaba expulsado del ejército, era concejal y profesor de instituto, todo me cogió volviendo de clases del instituto, que salía a las seis y me dirigí al ayuntamiento porque tenía una reunión de la comisión de Urbanismo (hasta creo que era una reunión importante, porque intentábamos frenar aquel intento de urbanizar la Xunqueira de O Bao, un tema que nos costó sangre) y yo creo que era esa la reunión que teníamos ese día. Paré en la cafetería Lar a tomar un café y llamé a casa para advertir que me retrasaría, que la reunión iba a ser larga, y me di cuenta de que en el Lar no había la típica tertulia de los socialistas, la de los galleguistas etc, sino una especie de mesa redonda con quince o veinte personas alrededor tomando copas de coñac, y eran precisamente aquellos a los que yo ya no veía desde hace diez años o quince haciendo guardia en la cruz de los caídos el 12 de noviembre, los de la camisa azul.

—¿Decidió esconderse?

—Al ver esa imagen me di cuenta de como estaba la situación, había que irse, yo no tenía conexión con el ejército pero sabía que estaríamos en la vanguardia de las acciones de represión que el ejército adoptaría si daba un golpe, así es que sin coger mi coche (que quedó allí, enfrente del Lar) sino en el coche de un amigo me fui a Vilagarcía para coger un pesquero e irme a Irlanda o a Portugal.

—Al igual que usted muchos personajes con más o menos proyección pensaron en salir del país ¿tenían tan claro que no sobrevivirían?

—Si el golpe triunfaba sabía seguro que antes de cuatro o cinco horas, en realidad tan pronto como el golpe triunfara, vendría un comando civil o militar a buscarme a mi casa y aparecería en una cuneta, eso lo tenía clarísimo. De hecho yo había dormido en varias ocasiones fuera de casa antes del 23-F porque eran momentos muy delicados, en aquella democracia que era una democracia con alfileres, y que Suárez mismo nos pidió ayuda en alguna ocasión a los ex UMD para informarles de si el ejército daba o no un golpe aquella noche, eso antes del 23-F, yo ya había dormido fuera varias veces pensando que alguna de esas noche se podía dar un golpe militar. Y cuando se dio, obviamente no me iba para casa.

—¿A los sectores más vinculados al Ejército les sorprendió el golpe?

—Sorprendió el día y la hora, pero que venía gestándose no, tenga en cuenta que nosotros ese verano y otoño de 1980 en varias ocasiones asesoramos al gobierno de Suárez sobre como parar aquellas aguas, que estaban muy revueltas. Sabíamos antes del 23-F que los motores estaban en marcha y también seríamos cuales serían las medidas represivas si un golpe triunfaba, teníamos claro que podíamos morir, los militares de la UMD por supuesto, pero también obviamente los líderes políticos y los sindicales de izquierda, de modo que en cuanto supuse que aquello triunfaba (y me dijeron que se había producido una ráfaga de tiros en el Congreso, de modo que lo menos que me imaginé es que no había muertos, calculé que si se dispara el ráfagas es que se habría hecho blanco o al menos se pretendía matarlos) sabía que en un par de horas vendrían a buscarme a mi casa.

—¿Cómo reaccionó la ciudad?

—No le puedo decir, porque yo en cuanto me avisaron y vi aquella imagen que tenía delante de mi de unos señores riéndose a carcajadas, tomando coñac y eran los de la camisa azul que yo ya no veía desde hace años y estaban ese día en el Lar, como se puede imaginar no esperé (risas) a ver más. Me marché a Vilagarcía a casa de un amigo.

—¿Y cuando escuchó el bando de Milans del Bosch?

—Fue en casa de ese amigo y eso me puso los pelos más de punta todavía, porque sabía de que pie cojeaban los capitanes generales, al menos casi todos, y me imaginé que aquello era una cadena, que todo estaba preparado para el golpe y aunque no tuviese futuro, aunque dentro de unos dos o tres años Europa presionase o lo que fuese, ese golpe nos llevaría por delante a todos los que suponíamos un obstáculo, por lo tanto había que salirse de enmedio.

—¿Diría que el golpe sirvió para algo después de todo, que ayudó a asentar la democracia en España?

—Después de producirse fue efectivamente la vacuna de esa enfermedad que teníamos de Ejército al poder, esa idea intervencionista para la que parecía haber una cierta legitimidad, los militares tenían una especie de gafas para ver lo que no convenía a la patria y por lo tanto aunque los políticos hubiesen acordado unas autonomías, unos derechos o que fuera, los militares eran capaces, se sentían con cierto derecho a pronunciarse. Resulta que ahora dicen que la Constitución y la democracia es el camino, por lo tanto sí que fue la vacuna contra el atraso que España había desarrollado.

—Porque este continuaba siendo un país con una cultura democrática exigua...

—España se había desarrollado socialmente, pero políticamente estaba anclada en el siglo XIX: la República no fue capaz de dar un salto equivalente al avance que supuso desde el punto de vista económico y social. Es un tema sobre el que no se habla mucho: aquí estuvimos engañados por los historiadores que nos dijeron que la República no podía triunfar porque aquí no había burguesía ni clases medias y resulta que se había producido un desarrollo de la burguesía y de las clases medias brutal. En Pontevedra concretamente fue brutal y en España en general muy importante, por lo tanto la República sí que era viable, que es la tesis que defienden autores como Santos Juliá, que la República era viable. El golpe de 1936 fue innecesario, esa es la tesis que sostenemos y el 23-F fue esa secuela de la España de los golpes, de la España que cree que el ejército tiene derecho a interpretar y a posicionarse en la dirección política del país, y por lo tanto que por muchos votos que haya si el Ejército dice que no pues por ahí no se puede ir.