Probablemente ningún otro lugar emblemático de esta ciudad arrastra un deterioro tan grande como el enlosado de la plaza de La Herrería. A punto de cumplirse 25 años desde su última reforma, que tuvo lugar en 1986, el empedrado de La Herrería ha lanzado un chirrido bastante ostensible dentro de una ciudad llena de claros y sombras en materia de conservación urbana.

Buena parte del suelo de La Herrería está hecho añicos. Más allá de la exageración que encierra esta valoración, usamos la acepción recogida en el diccionario de la Real Academia Española que se refiere a "causar gran fatiga física o moral". Ahí es donde más nos duele la situación de la plaza más pontevedresa, que es consecuencia de una inacción municipal, a caballo entre la desidia y la irracionalidad.

¿Acaso el alcalde o algún concejal del bipartito municipal no ha pisado en los últimos meses la plaza de La Herrería? ¿Acaso tampoco lo ha hecho ningún miembro de la oposición municipal? Pues todos hacen mal. Solo desde una respuesta negativa de unos y otros resulta explicable semejante estado de la cuestión. Los primeros, por no ordenar una reparación a tiempo. Y los segundos, por no poner el grito en el cielo y exigir cuanto antes ese necesario arreglo.

No hace falta dar más de media docena de pasos por la entrada principal de la plaza de La Herrería para encontrarse de frente, junto a la máquina del tren de asar castañas, con la parte más deteriorada de su enlosado. Da pena fijar la vista en este lugar. Media docena de piedras están literalmente destrozadas, salientes y balanceantes, como si el vehículo más pesado hubiese estado realizando alguna tarea extraña que no alcanza a comprenderse en dicho lugar.

A partir de esta zona especialmente machacada, un recorrido más sosegado de lado a lado, con los ojos puestos sobre nuestros pasos, puede ofrecer una idea más certera y ajustada de ese abandono culpable.

No menos de medio centenar de roturas y grietas de distintos tamaños acumula hoy todo el enlosado de la plaza más genuina y llena de historia de la ciudad. La plaza más nuestra, sin ninguna duda, en una ciudad llena de plazas, a cada cual más bonita, peculiar, característica. Pero ninguna puede compararse a La Herrería. Y paradójicamente es la plaza que por falta de mantenimiento presenta en la actualidad el peor estado de conservación.

Objetivamente hablando, existe un fuerte desequilibrio entre lo que La Herrería da a Pontevedra y lo que luego recibe de Pontevedra. Pierde en el canje. De ahí la necesidad de recuperar una acción siquiera compensatoria que restablezca la debida armonía.

De un tiempo a esta parte, cualquier actividad festiva, cultural o lúdica que se precie ha tenido a esta emblemática plaza como epicentro y lugar de acogida. Unas actividades que casi siempre conllevan la instalación de escenarios de mayor o menor tamaño que, en no pocas ocasiones, requieren la presencia de vehículos de mayor o menor peso, con el consiguiente castigo a un enlosado peatonal, no apto para soportar tan pesadas cargas sin sufrir las lógicas consecuencias.

Más que de un uso racional, también podría hablarse de un abuso injustificado de nuestra plaza más emblemática.

Porque ¿cómo calificar, por ejemplo, el paso de vehículos de la Policía Municipal por el medio de La Herrería cuando no están realizando ninguna persecución, ni servicio urgente que justifique semejante licencia?

¿O que decir del camión del servicio de recogida de basura que cruza la plaza a diario para realizar su trabajo, en lugar de acceder por el paseo de Antonio Odriozola para llegar hasta sus contenedores, previa apertura puntual de las letras de BOA (Vila) que impiden el paso de forma indiscriminada?

No pueden cerrarse los ojos, ni mirar para otro lado ante estas acciones inadmisibles, que ocurren todos los días y se presentan como un verdadero contrasentido dentro del marco peatonal imperante.

Bien está desde luego que el casco antiguo se beneficie de un servicio especial de mantenimiento y reparación de pequeños desperfectos, que se encuentran a la orden del día. Pero mejor estaría que el servicio de obras del Ayuntamiento se encargara igualmente de esos trabajos un poco más delicados, tal y como el que requiere la plaza de La Herrería. Una actuación rápida antes de que el deterioro de su enlosado sea todavía mayor y su arreglo demande una inversión considerable.