El hallazgo de dos lápidas con caracteres hebraicos, mutiladas y reaprovechadas como material de construcción en una casa moderna, en la rúa Dona Tareixa, parecía confirmar esta hipótesis. Las lápidas medievales procederían del inmediato cementerio judío que, efectivamente, había que situar en el solar frontero a la fortaleza arzobispal.

Sin embargo, la opinión de Gloria de Antonio Rubio es contraria a esta teoría y supone que el cementerio judío pontevedrés, como prescribe el Talmud, debe ubicarse extramuros e, incluso, a una distancia considerable del núcleo habitado. En apoyo de esta posibilidad, fuerza la interpretación de los límites de un terreno señalados en una venta del Concejo, en 1537: "Que está syto çerqua das campas dos judeos". La rotunda afirmación de Sampedro Folgar se basa en fuentes documentales mucho más precisas, desconocidas, al parecer, por la autora de esta crítica; en concreto el libro de Actas municipales de 1573 (Museo de Pontevedra. A. General, 9-12, f. 79), donde se recoge un foro "de un pedazo de suelo, que está en donde dizen las canpanas dos judeos, junto a la fortaleza desta villa".

Los cruceiros, como todo mundo sabe, se localizan preferentemente en los caminos o en los cementerios, por lo que son frecuentes en los atrios de las iglesias. Los hermosos ejemplares que engalanan las plazas pontevedresas (Cinco Calles, Leña, Arzobispo Malvar) son postizos y proceden de otros lugares, aunque ya forman parte del tradicional decorado urbano. El del Campillo de Santa María también ha sido movido, como proclama la mala colocación de su capitel, con la cabeza del ángel a los pies de Cristo, que debiera estar a los de la Virgen. Fue trasladado en época relativamente reciente y manipulado por manos poco expertas, desconocedoras de que el crucificado se sitúa sobre la tumba de Adán, representada por las tibias y calavera. Su ubicación original, como recogen bastantes testimonios gráficos, se encontraba en el Eirado das Torres. Resultaba un lugar extraño para colocar un cruceiro, al margen de las vías de comunicación y en lugar no empleado como cementerio. ¿O, tal vez, no?

Hace años, tuvimos ocasión de hablar con el profesor Filgueira Valverde sobre los avatares de este cruceiro. Su historia formaba parte de la leyenda negra pontevedres: en algún momento del siglo XVII, la oleada del más intransigente catolicismo que asolaba a la sociedad cristiano-vieja, pretendió humillar más allá de la muerte a los integrantes del llamado pueblo deicida. La venganza consistió en colocar este símbolo cristina sobre el solar en el que se suponía dormían el sueño eterno los judíos medievales. Una expresión contundente de la mala lecha hispana, que no será la única que podamos contemplar en la Pontevedra del XVII. Continuando con las apreciaciones del profesor Filgueira, habrá que esperar al advenimiento del Liberalismo para que, de mano del laicismo, se imponga una mentalidad de tolerancia religiosa, que se tradujo en el traslado del susodicho cruceiro a un lugar aséptico, como es el campillo de Santa María.

El antisemitismo en Pontevedra se desata tras 1560, en que el la Villa se asienta una comunidad de cristianos-nuevos procedentes de Portugal, en concreto de la ciudad de Braga. Se trata de un activo grupo de profesionales altamente cualificados, entre los que destacan individuos que se dedican al ejercicio de la medicina, abogacía y, sobre todo, al comercio. Los apellidos Pereira, Saravia, Dinís, Chaves, Coronel, Núñez, Blandón son los usuales en esta comunidad, que también están presentes en Vigo, Redondela, Tui, Baiona, Ribadavia... A partir de 1604 se suceden los autos de fe celebrados en la plaza compostelana de A Quintana, que tratan de imponer violentamente la ortodoxia católica sobre los sospechosos de criptojudaísmo. La comunidad cristiano-nueva de Verín inicia esta trágica andanza, que continuarán los integrantes de las de Ribadavia, Tui, Redondela, Ourense.., en 1619 le toca el turno a los pontevedreses. Tras el auto de fe, la infamia se perpetúa con los temibles sambenitos, lienzos de gran tamaño situados en las parroquias de los condenados por la Inquisición, donde consta su nombre y filiación familiar para permanente escarnio de toda su progenie.

El ascenso social de la comunidad cristiano-nueva pontevedresa, unido a su enriquecimiento por los negocios, va a levantar las suspicacias de la decadente oligarquía local representada por la anquilosada hidalguía. Los miembros más influyentes del clan Dinís logran hacerse con la titularidad de varias regidurías, que se entendían como monopolio de las linajudas familias locales, pero que por deudas se vieron forzadas a vender todo aquello que pudiera tener algún valor. Estas clases tradicionales, temerosas de perder sus privilegios, movilizan el Maldito Oficios (nos negamos a llamarlo Santo) para frenar el ascenso social de los advenedizos. El abajo el que suba tan frecuentemente en nuestra sociedad, posee una larga tradición.

Los estamentos más conservadores de la sociedad pontevedresa habían logrado sus objetivos, abortando la posibilidad de una movilidad social. Desgraciadamente para sus proyectos, el ascenso como valido real del conde-duque de Olivares, a quien repugnaba tanto la limpieza de sangre como la necesidad de contar con los banqueros portugueses de clara ascendencia judaica, impuso una política de tolerancia religiosa, obligando a los inquisidores a no intervenir contra los criptojudíos. Una real cédula fechada en 1623 rehabilita a los condenados pontevedreses, permitiendo a Marcial Saravia Pereira ejercer el cargo de regidor. La hidalguía reaccionar exigiendo mayor serveridad inquisitorial, como recogen los procuradores gallegos en Cortes en 1643.

Ante la falta de apoyo de la Corona, se imponen acciones individuales que frenen la cada vez mayor osadía de los cristiano-nuevos, que llegan a recibir honores nobiliarios, como los hábitos de la Orden de Santiago que pretende para su hijos el rico asentista pontevedrés Ventura Dinís. El concejo de la villa reacciona enviando al Consejo de Ordenes Militares un árbol genealógico de los pretendientes, en el que abundan los familiares penitenciados. Las burlas, los insultos constituyen el pan nuestro de cada día en la Pontevedra de la primera mitad del siglo XVII. El instalar un cruceiro sobre el antiguo cementerio judío forma parte de esta brutal convivencia, como lo era igualmente el colocar una cruz de madera pintada de verde en los lugares donde se realizaban autos de fe, que en algunas ciudades dio nombre a una caller que se denominaría Cruz Verde, como sucede en el caso de Betanzos o Vigo.

En medio de tanta barbarie hay lugar para la transigencia y ésta, como siempre, procede del mundo de la cultura. La actual iglesia parroquial de San Bartolomé, en su día perteneciente al convento de los jesuitas, es todo un monumento a la tolerancia. Su primer promotor es un clérigo pontevedrés de ascendencia judaica establecido en Indias, Jorge de Andrade. Pretendía el bueno de Andrade que, por medio de la instrucción que ejerciesen los jesuitas en su colegio, se extirpasen los fantasmas de la intolerancia religiosa. Su éxito no fue total, pero colaboró a que, poco a poco, la tolerancia fuera disipando las nieblas del oscurantismo. La retirada del cruceiro del Lampán dos Xudeos será su mejor exponente.

En definitiva, al margen de discusiones con poca apoyatura documental, que obligan al manejo de argumentos muy endebles, o Lampán dos Xudeos forma parte de la memoria histórica de una ciudad, que ha situado en ese espacio el cementerio judío. Esta convicción llevó a los regidores del segundo cuarto del siglo XVII a colocar un infamante cruceiro, a los de mediados del XIX a retirarlo, a los de finales del XX a situar una placa conmemorativa. En los años iniciales del siglo XXI, los arqueólogos localizaron en sus inmediaciones las lápidas medievales.