Confiamos en el tiempo porque suele dar buenos resultados, al menos en el caso de la "fábrica de artistas" de Galicia. Atrás quedaron protestas como la encabezada por el hoy director de cine Mario Iglesias, las manifestaciones para lograr una sede y hasta los escándalos de bajo voltaje que a principios de los noventa suponían las performances de artistas desnudos. No somos los mismos, tampoco los 1.500 creadores (en rigor, licenciados) que han salido del centro en estas dos décadas, ni la misma ciudad, que más allá del susto puntual incorporó con naturalidad el nuevo estatus artístico como parte de su sello cultural.

"Cuando empezamos", recuerda el primer decano, Juan Fernando De Laiglesia, "éramos seis profesores y 4 personas en administración y servicios". Los primeros 120 alumnos iniciaron sus clases en el edificio del antiguo hospicio, en la calle Sierra, el solar en donde se levanta actualmente el sexto edificio del Museo, un inmueble casi ruinoso pero que posibilitó las clases de los primeros cursos.

Sin aulas o talleres adecuados, los estudiantes y el claustro de Bellas Artes multiplicaron sus protestas en los años siguientes hasta trasladar la sede al viejo cuartel de San Fernando.

El edificio diseñado en 1900 para acuartelamiento fue rehabilitado por un equipo encabezado por el arquitecto César Portela y la llegada de los primeros estudiantes supuso toda una metáfora del cambio que experimentaría en los años siguientes la ciudad: donde hubo armas o coches habrá jóvenes, intercambio de ideas y espacios para el debate, como el gran patio central para las paradas militares que en adelante será escenario de conciertos, talleres, exposiciones...

Tampoco esta vez faltó la polémica, en este caso con los que no gustaban de la pintura en salmón del edificio situado en la calle Maestranza que en los años siguientes acogería miles de horas de clases, talleres, conferencias de prestigiosos artistas y cientos de exposiciones.

Y así han ido pasando hasta 14 promociones. La última en incorporarse al centro, este mismo año, ni había nacido cuando la titulación echó a andar en Pontevedra y por descontado le preocupa más que funcione la wi-fi de las ya olvidadas protestas por la sede.

Hoy la facultad de Bellas Artes oferta cuatro titulaciones: grado y licenciatura en Bellas Artes, Master en Libro Ilustrado y Animación Audiovisual y graduado superior en Diseño Textil y Moda.

Ha formado hasta el momento a 1.500 licenciados y por sus aulas pasó la práctica totalidad de los creadores jóvenes gallegos. Salvador Cidrás, Kiko Dasilva, Fruela Alonso, Andrés Pinal o Álvaro Negro son algunos de los reconocidos artistas (pintores, ilustradores, fotógrafos o realizadores, caso de Mario Iglesias) que han contribuido a dar una nueva vida al antiguo cuartel.

A ese proyecto colaboró decisivamente un plantel de profesores no menos reconocidos en el ámbito artístico, premiados (como Jesús Pastor, galardonado con el Nacional de Grabado) y valorados internacionalmente como Marina Núñez, Juan Luis Moraza, Nono Bandera, Manuel Moldes o Chelo Matesanz.

"Hoy somos 70 profesores, el centro participa en proyectos internacionales, ha habido grandes logros y continúan algunos retos, como que todavía no hemos llegado a que los jóvenes investigadores tengan un espacio institucional, social, de acogida", señala Juan Fernando De Laiglesia, que ayer presentó su nuevo libro, "La desaparición del fetiche", en el sexto edificio del Museo, donde un día se levantó Bellas Artes.

El cumpleaños acabó por ser el protagonista de la presentación, en la que no faltó la poesía y la música, así como una proyección en la que se evocó cómo se compone un cuadro.

Es un libro dedicado al pensamiento artístico y al arte en la Galicia de hoy, pero también una reivindicación más desde Pontevedra del arte como espacio de conocimiento y no sólo (aunque también) como divertido esparcimiento. "El arte no es un pasatiempo", recordó en su intervención el primer decano de Bellas Artes, "sino una manera de conocer el mundo y mejorarlo".