Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo y cuando se dice, hay que tener el coraje de realizarlo. Si usted es de los pocos que cumple las reglas de Clemenceau, si avanza en la dirección de los sueños, si ha vivido y leído lo suficiente como para saber que casi todo nos sobra, tenga cuidado, a lo mejor se llama usted Pedro García Olivo y está a punto de perder felizmente la cabeza...Otra vez.

-¿Educar es domesticar?

-No, educar no es domesticar en absoluto, yo distingo entre educar y escolarizar. La educación en sí es algo que ocurre, que pasa, que acontece, hay educación cuando hablas con una persona que estimas, con tu padre o con un amigo, pero algo muy distinto es cuando te escolarizan, cuando vas a la escuela; ahí sí hay domesticación, sí hay domesticación en la escuela, siempre.

-¿Cómo debería de ser la escuela ideal, si es que cree que debería de existir?

-¿La escuela ideal? En mi opinión la escuela nunca puede ser ideal.

-¿Cómo deberíamos entonces educar?

-En un ambiente social como el nuestro, una sociedad de clase, desigual, injusta, si habrá escuela y una escuela donde haya opresión, es inevitable porque hay un reparto de papeles, unas ideas de autoridad ya desde la escuela, pero en una sociedad ideal, en un mundo que imaginásemos mejor, es posible entonces que la tarea de educar fuese asumida por la comunidad. Sería una sociedad ideal en la que la educación simplemente pasa, como ocurre en las sociedades sin clases, en el mundo indígena por ejemplo, donde un muchacho vive simplemente, hace su vida cotidiana en ese ámbito, alcanza la mayoría de edad y está educado, formado y no ha padecido años de secuestro y confinamiento, solamente ha vivido en esa sociedad.

-¿Es verdad que vive en un corral sin luz, sin agua corriente o cuarto de baño?

-Si.

-¿Qué le aporta ese modo de vida?

-Provengo del lumpen, de la clase baja, en mi infancia tampoco tenía ni luz ni agua, vivía en una infravivienda y por razones biográficas estudié, me hice profesor, funcionario y después de muchos años, de un recorrido largo por la clase media, la pequeña burguesía, decidí volver al lumpen.

-No le ha gustado lo que ha descubierto en la clase media.

-Lo que he descubierto ni me ha interesado ni me ha gustado nada, por eso ahora he buscado vivir en un pequeño corral en el monte, en una situación de autonomía, de libertad y de bienestar. Digamos que como un cínico antiguo.

-¿Tener es depender? ¿Si le digo cuánto tengo le estoy enumerando cuánto voy a perder?

-Considero que sí, que las propiedades te esclavizan, que la compañía envilece y la verdad es que después de muchos años, casi medio siglo extraviado, ahora me encuentro muy bien.

-Tras aprobar la oposición, abandonó la profesión de docente para ser pastor de cabras ¿ganó con el cambio?

-Yo estudié para escapar del lumpen, cuando naces sin muchos medios sientes la necesidad de estudiar para escapar de ello, estudié como un loco, como un enfermo, para huir de ello, algo que no resulta fácil, porque me he criado en un entorno muy cercano al robo, a la delincuencia. Yo no diría que era una familia desestructurada, diría una familia de clase baja en tiempos difíciles, no siempre había trabajo, no siempre podíamos comer y cuando no había trabajo es cierto que practicábamos la delincuencia alimenticia. A partir de ahí se suman otros factores como los trastornos mentales de mi padre o de mi madre, que también existían.

-¿A qué edad empezó a ir a la escuela?

-Empecé a los diez años, me iba a la escuela y a partir de ahí estudio, quise cambiar mi situación y prácticamente no tuve infancia ni juventud, fue un encierro en mis estudios y logré sacar la oposición.

-Prácticamente su única nota en Secundaria es la matrícula de honor ¿le parece sano?

-Si, prácticamente mi única nota, eso ni siquiera es recomendable, ni sano. Fue centrarme en una vía de escape de algo que detestas pero jamás lo recomiendo ¿y sabe qué? Me hice funcionario y saqué la oposición y sin embargo nunca he dejado de ser un niño de clase baja que le perdió el miedo a todo porque tenía más miedo al hambre.

-¿Qué pasó cuando empezó a dar clases?

-Que muy pronto intento de alguna forma ser consecuente con mi origen social y mi formación, mis lecturas son marxistas y sobre todo anarquistas, así que empiezo a dar clases y busco una escuela libre, sin autoridad, sin exámenes, sin violencia y muy pronto me desengaño, veo que es falso, que soy un impostor y me decepciono, me siento al principio como una especie de infiltrado, un hombre que empieza a dar clase para acabar de alguna forma con la enseñanza, con el sistema, y de pronto veo que soy como los demás, que están jugando conmigo, me entra angustia y me planteo otro objetivo: conquistar la expulsión, en lugar de simplemente irme me propuse luchar para que me echasen de la enseñanza.

-¿Lo consiguió?

-No, transgredí todas las normas educativas posibles durante cuatro años: asistencia, evaluación, curriculum, tuve varias denuncias y todo tipo de cosas pero no conseguí la expulsión. En extremo lo que hice fue autodenunciarme: mandé una carta de denuncia, por encima de la Inspección, al delegado territorial, en la que me acusé de todo eso y de paso denuncié, como no, al jefe de estudios, al director y al inspector por complicidad conmigo ¿cómo es posible que se hubiese tolerando durante todo ese tiempo una práctica tan radical de la insumisión? Hubo un escándalo, luego esa carta se publicó en 1991 y me mandaron un inspector de rango superior. Hubo una entrevista y yo estaba contento porque pensaba bueno, este ya me expulsa porque parecía un hombre inteligente, mientras que los otros llegaban como acobardados, tristes hombres que tenían como miedo. Llegaban y me preguntaban: ¿Es verdad que usted tal día pidió a sus alumnos en un examen de Ética veinte insultos a la Virgen? Y yo decía “no, fueron seis”. Y ellos escribían “fueron seis”. Y se iban.

-¿Y cuándo llegó el superinspector?

-Pensé que él si me iba a expulsar: era alto, inteligente, de pelo blanco. Y al contrario, me dijo “mira Pedro, tenemos que hablar durante una hora”, fuimos a un aula y me confesó que se hizo inspector para escapar de la docencia, que me iba a hablar durante un tiempo y luego me diría lo que tenía que decirme. Así que estuvimos hablando de la agricultura y de la literatura, que eran los dos temas que más le gustaban a este hombre: los tomates, las lechugas, Kafka... El caso es que al final me lo dijo claro: “Pedro, eres funcionario, no te vamos a expulsar por una cuestión así teórica y filosófica como la que planteas, por esto no te vamos a expulsar”. Me dijo que si quería la expulsión había tres vías: absentismo premeditado, dejar de venir a clase, otra (que era la más recomendable y la más rápida) era un escándalo sexual, con una chica o mejor con un chico, que era más rápido, y la tercera era consumo de drogas en el aula o invitación al consumo. Y claro, yo jamás querría eso, yo quería una respuesta a una lucha política, quería la expulsión como una medalla, como un premio.

-¿Qué decidió hacer?

-Irme, entonces si, lo que hice fue firmar la excedencia e irme, me fui primero al Este, estuve varios años hasta que cayó el muro de Berlín y tuve que regresar. Trabajé lo mínimo, unos cuatro años, pedí la excedencia y me hice pastor de cabras, estuve con el ganado pero cuando llegó la crisis de la pequeña ganadería, me arruiné del todo y ahora estoy a punto de plantear mi tercera y ya definitiva huida de la enseñanza, en 2011 lo dejo definitivamente.

-¿Sabe ya a qué se dedicará?

-Lo tengo fácil, gracias a que vivo en ese corral del que hablábamos en un pueblo del interior de Valencia donde puedo cultivar, me llevo bien con los cinco vecinos que viven allí y quiero vivir como un primitivo: tengo el espacio para dormir, tengo una hamaca, un techo, una estufa de leña que ya tengo en esa propiedad que tampoco es mía, es un monte público como ocupado. Estoy intentando formarme en el primitivismo, saber la cantidad de plantas del bosque se pueden comer, por ejemplo; también tendré que aprender a tender trampas porque tengo un par de perros y a partir de ahí es aprender a vivir sin recursos. Tengo casi 50 años ¿no cree que es una buena edad para perder la cabeza y darle la espalda a la razón? Porque para que me vaya mal en la vida ya es tarde.