“Yo no soy racista, pero...”. Es la frase con la que se inician todas las explicaciones de los vecinos de Caritel, para argumentar porqué quieren expulsar a los gitanos que viven en este pueblo de Ponte Caldelas. El conflicto abierto a principios del pasado año, cuando la Xunta y el Concello de Poio decidieron alojar a algunas familias del poblado chabolista de O Vao en esta aldea, ha llegado a un punto de inflexión con la sentencia del Juzgado de lo Contencioso número 2 de Pontevedra, que anula el plan de realojo en Ponte Caldelas.

Tras conocerse el fallo, la reacción generalizada de los vecinos de Caritel es de incredulidad. “Lo creeré cuando lo vea”, afirma Esperanza “a do Calviño”, que vive a unos metros de la familia Montoya. Su vecina, Sita Muiños, coincide minutos después en esta falta de confianza en la justicia. “La sentencia es una buena noticia, pero lo creeré cuando lo vea”, dice Sita.

La mayoría de los residentes de Caritel piensa igual, aunque pocos están dispuestos a manifestarlo dando su nombre o permitiendo captar su imagen. Más de un año de conflicto sobre esta cuestión lleva a muchos a rehuir de cualquier micrófono y objetivo fotográfico. “El pasado domingo vinieron los de la tele a preguntarle a la gente durante el entierro de una persona. Un poco de atención está bien, pero esto ya es demasiado”, se queja una vecina alejándose del entrevistador.

Otro hombre del lugar da su opinión, coincidente con la de la mayoría, pero no quiere identificarse “por razones de seguridad”, dice. Asegura que la familia gitana “no se integra” y que durante el último año ha habido agresiones e insultos por parte de los realojados.

“Hay gitanos buenos y gitanos malos, y estos son de los malos; ya sabemos de donde vienen y porqué no los han querido en Poio”, declara este vecino. “Ellos son los racistas, porque no admiten la cultura de los payos”, añade mientras se aleja.

Aunque todos los vecinos esperan que la sentencia suponga el principio del final del conflicto, algunas personas continúan cometiendo ataques contra el honor y la intimidad familiar de los Montoya. En los últimos días ha aparecido colgado un pelele ante su vivienda, que representa una mujer gitana crucificada. Las diferencias entre etnias se muestran insalvables en Caritel.