Muchos en Entrimo dicen que el fuego que lo ha teñido todo de negro empezó en Paradela, un pueblo portugués al otro lado del embalse de Lindoso. Era martes por la tarde y toda la atención se centraba en los grandes incendios forestales de Oímbra y el concello vecino de Muíños, donde las llamas devoraban hectáreas y hectáreas de monte a un ritmo de vértigo.

La columna de humo la vio a las cuatro de la tarde José Da Silva, vecino de A Illa, que no se explica cómo de repente las llamas corrían por su municipio. Saltaron el embalse y se extendieron descontroladas por Olelas llevándose por delante "la mitad del patrimonio natural de Entrimo", lamenta este hombre mientras señala unos caballos que caminan desorientados por una ladera pedregosa y negra: "Viven en libertad y ahora no tienen nada que comer, alguien tendrá que venir a hacerse cargo de ellos", dice.

Unos metros más abajo, el alcalde, Ramón Alonso, atiende el teléfono que no para de sonar. Le ha tocado lidiar con el incendio más grande del año en Galicia, hasta ahora. Cree que los medios tardaron en actuar en este foco y que, de haberlo abordado antes, se habría evitado un auténtico desastre natural. Las pérdidas son ecológicas y paisajísticas en pleno Parque Natural do Xurés, Reserva de la Biosfera transfronteriza y Rede Natura. También económicas porque los ganaderos se han quedado sin pastos. Una granja, un campo de fútbol de tierra y una área recreativa han sido pasto de las llamas. Las tres infraestructuras estaban ya abandonadas. ¿Por qué? "Esa es la raíz del problema que nadie quiere abordar", dice el alcalde, "aquí quien gestiona el medio es la naturaleza, y la naturaleza crece". El regidor reclamará ayudas de emergencia.

La negrura y el olor a quemado en Entrimo es el fondo en una instantánea en la que las vacas que pastaban libres van regresando a su cortes. Abraham Domínguez tiene 120 cabezas de Cachena do Xurés a la entrada de Olelas y todavía le faltan 40. Es optimista y confía en que habrán escapado de las llamas buscando algo de verde y que regresarán. Las 22 que llegaron ayer por la mañana venían famélicas y muertas de sed. Peor suerte tendrán los 40 o 50caballos que corren libres por el parque natural. "Están ceibes, si nadie los alimenta morirán de hambre", lamenta Abraham que se pregunta cómo pasará el invierno su ganado: "El incendio quemó la parte buena, solo quedó la piedra". Si la situación ya era "mala" para estas personas que intentan salir adelante en el rural, ahora está mucho peor. "La hierba que tenía para el invierno la voy a tener que gastar en septiembre", dice Abraham.

Mientras los ganaderos hacen cuentas, los vecinos siguen sin despertar de la pesadilla. Han visto el fuego de cerca y le han hecho frente con sus propios medios. Ayer, con menos humo miraban a su alrededor y solo veían tierra y vegetación quemada. Fermina Fernández, una mujer mayor del Bouzadrago, recibió a su hermano Benjamín y sus sobrinos a las 3 de la madrugada. Vinieron desde Valladolid para proteger su casa, a la que rondaron las llamas. Cuando ellos llegaron lo peor ya había pasado. A Fermina le pilló el fuego por sorpresa. "Vino muy rápido, ni que le echaran gasolina", dice. Cuando llegaron los "soldados" a decirle que saliese de su casa se negó: "Yo no me quería ir y salí con la manguera a regar delante de la puerta, pero tampoco me dejaron, dijeron que me metiera dentro y que cerrase puertas y ventanas". Más arriba, Sita Álvarez salió con otros cuatro o cinco vecinos a apagar el fuego que se quedó a las puertas de sus propiedades. "Nunca vi nada igual, y no venía ningún helicóptero, estuvieron los bomberos de Celanova y unas brigadas arriba y abajo, pero aquí apagamos los vecinos con calderos de agua", relata. El que prendió, apunta indignada, "tenía que estar en el medio del fuego". Las llamas llegaron al interior de una edificación abandonada que pudo propagarse a las viviendas adosadas si no fuese porque ellos mismos las apagaron. "Llegó el fuego y nos vimos solos y abandonados", señala Lidia Álvarez, otra vecina de Bouzadrago que todavía recuerda angustiada cómo se echaron al monte "con palos, herradas y calderos; no nos llegaba el agua que había". Un "día horrible", resume, "un día de mucho miedo".