A Óscar Pinal, fotógrafo 'freelance' natural de O Carballiño, nunca le gustó ver las cosas como se las dan, "masticadas", por ello, siempre tuvo esa "inquietud personal" y esa voluntad por "ir hasta allí y ser testigo", como él mismo cuenta apoyado en una ventana de su casa de Ourense, rememorando sus periplos por los Territorios Palestinos y por los también países en conflicto Macedonia, Serbia, Hungría y Croacia: "Quiero estar allí para documentar las brutadas que se hacen con gente que acaba de venir de una guerra, por eso hice el camino con los refugiados". El "allí" del que habla es ese mundo que parece tan olvidado por el nuestro: la dura crisis humanitaria de los refugiados, que se intensificó a partir del año 2012 y que sigue siendo la vergüenza de nuestra historia, una masacre que está dejando muy por debajo a la II Guerra Mundial.

Señalando la pantalla de su ordenador de mesa, todo una mina de imágenes de la verdad, esa que no se suele conocer, nos dice: "Nada más llegar, cogimos a estas dos niñas y a su madre en el coche y las llevamos al campamento y, una vez allí, el Gobierno macedonio les dio un papel para indicarles que tenían 48 horas para irse del país... les están expulsando de país en país. Alemania era el que más período de asilo ofrecía a los refugiados, sobre 1 año, y, el resto te daban, a lo mejor, 3-4 meses; si en ese tiempo, no conseguiste ni trabajo ni aprendiste la lengua, te repatrían a otro país que no era país realmente. Entonces, todo el mundo se quería llegar a Alemania".

Sobre si este año se va a desplazar a otro lugar en conflicto, Óscar comenta que quiere ir a Níger o a Filipinas: "A mí, me llaman mogollón de sitios... Filipinas, que ahora está bastante 'jodido' con Rodrigo Duterte, que está trastornado de la cabeza. Y, que me llame más, Níger, que es una zona supercaliente y no está documentada para nada. Además, es un lugar que está pegado a otros países que tienen amenazas de Al Qaeda, de Daesh, y, después, es el país más pobre del mundo".

De todo, lo que más le impresionó al carballiñés es la dejadez gubernamental y el maltrato de los nativos europeos, sobre todo de la mayoría de los húngaros, ante la cruel realidad. Nos enseña unos pies "encharcados después de 20 días caminando", mientras explica, indignado, que, cuando se cerró el último vagón hacia Grecia el día que él llegó a Hungría, había gente sacándose 'selfies' y la policía se estaba riendo. Algo así, está claro que lo dejó marcado: "Te das un poco de cuenta de los cabrones que somos y, sobre todo, de que nosotros, como personas, podemos hacer hasta cierto límite porque el siguiente nivel ya es administrativo. De la gente local, me llevé una mala impresión, pero, a nivel Unión Europea... no hace absolutamente nada, crea un continente racista o clasista". Confiesa que las despedidas de estos lugares tan necesitados es muy dura "por lo que les iba a venir encima a ellos? cualquier cosa les vale antes de que los maten". "Había chavales que su ilusión primordial era llegar a otro país porque "allí va a ser tremendo" y había otros que eran un poco más realistas que decían "yo, mientras viva?, así que imagínate".