En la tienda del centro de A Veiga, Ana María Diéguez y Maite Anta se pelean por pagar la compra del día. Son primas y vecinas en el núcleo municipal. La primera, ya jubilada en Barcelona, se instala con su marido y su madre los dos meses del verano. La segunda trabaja en el geriátrico donde, dice, "tengo una familia grande". Aunque tiene mucho que hacer todo el año está deseando que llegue el verano para ver gente y niños en A Veiga.

En la tienda siempre hay gente y abre todos los días. La propietaria corre de un lado para otro atendiendo a los clientes que, sobre todo, demandan productos frescos, frutas y verduras de temporada.

En el pueblo más próximo, en Baños, las casas rurales lucen piscinas de quita y pon para los niños y los nietos que vienen el fin de semana. Irene Cotado, María Luisa Domínguez y Ángela Cotado son tres vecinas del pueblo, ya mayores, que todos los días se sientan a la sombra en unos sofás viejos recogidos en un vertedero. "A Veiga está muy bien, es un sitio tranquilo que se llena de gente, pero termina el verano y quedamos los de siempre", dice Ángeles con nostalgia.