A finales de mayo, Benito Fariñas retornó a Barcelona llevándose el trabajo cumplido, algunos kilos suplementarios, una botella de aguardiente de hierbas, una empanada de berberechos y mi gratitud. Cuando mi madre percibió el subsidio de la jubilación, cerró el negocio de hospedaje y los dos nos concedimos una tranquila existencia; robé mis primeros libros y posteriormente, pese a las admoniciones maternas que situaban al diablo al otro lado de las fronteras (erraba por milímetros: el diablo son las fronteras), efectué un viaje por Europa y en Dublín, al entrar en The Roses 2 para adquirir una pañoleta verde, conocí a Sally. Ella vino a visitarme durante su año sabático y cuando se fue, mamá dijo que aquella era la mujer que me convenía alegando que, pese a su nacionalidad, tenía similitudes físicas con cualquier "chica de Aldán", por incurrir en un tercer ejemplo, aunque aducía en contra de la irlandesa que me hubiera vendido "un trapo verde" inadecuado para quien respetaba los consuetudinarios rigores del luto. "Cuando yo muera", dijo, "ella deberá cuidarte".

Un día, en efecto, mi madre murió. Metida en la caja parecía más diminuta y tranquila, como si por fin hubiese eludido los sinsabores de la existencia; le notifiqué a Sally esta circunstancia en una carta que ella reputó de sombría, pues resaltaba el color céreo de la muerta, sus manos enlazadas, las arrugas del rostro y particularmente el contraste producido por la pañoleta verde (de 1.60 x 1.50 m.) que la amortajaba. Sally tomó un avión y se presentó en Vigo unos días después de recibir mis lúgubres novedades. Para entonces, yo ya me había desmayado varias veces ante el cadáver y cuando Sally me anunció que debía volver a Dublín, malvendí la casa del pueblo y el piso vigués a una inmobiliaria y volé en su compañía a tierras irlandesas, más que fascinado por el amor con la idea de que la peligrosa, perdón, la pelirroja podría ser la sustituta de mi madre muerta y que toda una vida me estaría mimando. Ese fue el primer error de los numerosos que cometí con las mujeres: considerar que de un modo vicario ellas ocuparían el vacío materno. Pero la dolorosa orfandad con que me hirió la ausencia de aquella mujer silenciosa, no se mitigó con mis relaciones alternativas; continué siendo un hipocondriaco incapaz de enfrentarme a la vida sin aquella a quien yo más amaba. "Porque una madre es insustituible", me dijo más tarde Bralt. Mamá, desde que conoció a Sally, hablaba de ella con afecto, quizá porque el físico de la irlandesa condecía con las características de las gallegas de la costa, y a menudo reflexioné que yo había seguido imprudentemente a Sally hasta Dublín para no desairar el consejo materno más que para reescribir esa historia que se conoce con el nombre (horroroso nombre, comentó Bralt parafraseando a Beckett) de amor.

[El presente texto pertenece a la novela Nembrot (Transmigraciones y máscaras) que aparecerá a finales del presente mes de junio en la Editorial Trifolium y que es una reedición de Nembrot (DVD Ediciones, 2002) pero conteniendo los capítulos que para la edición anterior fueron suprimidos por el autor). Por lo tanto, la obra pasa de las 300 páginas de la primera edición a 500.]

José María Pérez Álvarez (Chesi), (Barco de Valdeorras, 1952), obtuvo premios literarios de cuentos (Hucha de Plata, Mor de Fuentes, Gabriel Miró), de novela corta (Ramón Sijé y Felipe Trigo) y de novela (Constitución y Bruguera).