En la historia de Ourense hay y habrá miles de bares, pero muy pocos pasarán a formar parte de la historia por haber sido un símbolo de identidad del barrio en que se ubican y parte activa de movimiento cultural y social urbano.

Uno de ellos ha sido por méritos desde hace 36 años, el "Milocho" ubicado en la confluencia entre Celso Emilio Ferreiro y Cardenal Quevedo, en una de esas pocas esquinas que no han sido atrapadas aún por una firma bancaria o una empresa de telefonía.

Su ubicación, en una zona de de confluencia entre el centro urbano y un barrio de As Lagoas que eran antaño perímetro rural y su proximidad a la antigua Casa da Xuventude, cuando ese espacio hoy desahuciado por la Xunta, era la casa de todos y era joven así como las decenas de personas y personajes de la vida local a las que el fundador del "1008", como bautizó Emilio Campo, "Milocho", a su cafetería, lo convirtieron con el paso de las décadas, en punto de encuentro de colectivos culturales y juveniles, funcionarios, maestros en horas de recreo. Ya má recientemente un grupo de clientes del "Milocho", fundarían allí mismo la Asociación Amigos da República.

Pero ayer la cafetería-bar "Milocho" cerró sus puertas, por traspaso, para que el otro Milocho el de carne y hueso, el de Parada do Sil "eso poñamo por favor: de Parada do Sil", insiste el mítico hostelero, disfrute de su jubilación. "Eu jubílome con él, pero que conste que son máis nova", bromeaba Susana, su mujer.

Un día antes del cierre decenas de amigos y clientes, con las voces de fondo de miembros de la Coral de Ruada organizaron una despedida. Allí estaban también muchos de esos uncionarios, profesores, vecinos, soñadores o rebeldes de la palabra, que hicieron de ese inhóspitos depósito de mesas y sillas que es siempre un bar, la prolongación de su salita de estar. Algo que solo ocurre cuando hay oficio y alma detrás de una barra.

"Va ser una alegría cuando den las 6 de la mañana y no tenga que oír sonar el despertador" bromeaba Milocho.

"Veña, veña hai que ir recollendo cousas" insistía Milocho para romper la carga emocional de la última jornada. El hostelero capaz de encargarse de velar por cambiar el ticket de la ORA a cualquier ciudadano que se lo pedía, aficionado a las partidas, a ver, oír y callar cuando le llegaban aquellos adolescentes inquietos de un Ourense que aprendía a vivir en democracia, se va para su casa. En la barra estaba ayer uno de los clientes que estuvo el día de la apertura, el entonces presidente de la Casa da Xuventude y ahora sindicalista Anxo Pérez Moure. Pero Milocho se va contento. Ahora volverá al bar solo como cliente. Su aspiración de futuro la tiene clara: "Ser feliz, y dicen que para eso solo hay que tener buena salud y poca memoria". Todo un sabio.