Sr. Ferrando:

Uno de los gallegos más ilustres de nuestra historia no tan lejana -1930- viajó a Mitteleuropa y escribió sus impresiones sobre Berlín; se llamaba Vicente Risco. Los ourensanos lo sabemos, y tengo algún motivo para recordarlo y cerrar nuestros "parladoiro" con él; verá por qué. Siendo uno de los paladines de ese "espíritu de los pueblos" de que hablábamos y que floreció con los romanticismos -por eso hablaba antes de ese carácter alemán que se manifiesta "con una confianza, un plante, una mirada alta y un gesto que me pone en guardia- se encontró con la tragedia de tener que elegir entre las fuerzas que defendían su fe espiritual y las que se decantaron por el "espíritu del pueblo". Su elección lo convirtió a los ojos del espíritu patriarcal en traidor a su pueblo, pues las circunstancias de la guerra convirtieron su teoría patriarcal en sagrada causa de lucha. Ocurrió que -lo cuenta su discípulo Tovar- no podía traicionar su fe en lo divino: elección que no le libró de ser condenado al purgatorio de por vida.

Permítame volver atrás, al viaje de estudios que hizo el patriarca por Alemania, a su estancia en Berlín, porque arroja luz sobre el drama de este hombre bueno.

Desde la aguda inteligencia de sus impresiones de viajero fue afiliando los rasgos de la ciudad -costumbres, monumentos, historia, gentes- a un espíritu profundo, un volksgeist en donde el pueblo se reconocía. Al leerlas ahora nos sorprenden sus observaciones y nos conmueven; las hacia desde la fraternidad hacia sus paisanos; no era un turista, precisamente; pensaba en "eses pobres irmáns nosos que deixan a súa terra coitados"; y como se identificaba con ellos pedía una "conciencia galega", una existencia con "conciencia de seu".

La pujanza de esta Germania capitalina le tenía que provocar melancolía. A la luz de esta visión Risco definía la raza como "fondo da alma inatacable" -"a superioridade da raza ten que ser efecto do seu isolamento (?). Xa que a mestizaxe é unha causa de dexeneración e porque isolados conservan a tradición que nos fai fortes"-. Defendía la pujanza del pueblo -"unha soa nación con unidade étnica e lingüística"- y exigía "un estado para cada unha das nacións"; defendía el idealismo de estado, que viene de la filosofía clásica postkantiana -de Carlomagno a Guillermo II-, el que preserva "o sentimento inmorrente da gran raza germánica". Al proclamar esa suprema realidad encarnada quedaba de manifiesto el largo camino que a Galicia le faltaba por recorrer.

Sus comentarios sobre el pueblo que visitaba van de lo nimio, los "estreitos edredóns", a lo característico: el alemán que "non ten senso da ironía; non sabe disimular, di sempre o que sente. Son tardos". Y sacaba conclusiones más hondas: La catedral era de un "clasicismo grandote, impoñente de proporcións. Proporcións imperiáis. Todos estes edificios están cheos de soberbia. Mais ben fundada, indica unha confianza e unha seguranza indestructible no poder".

Y como no estaba libre de los prejuicios morales de una época que recelaba de la atmósfera cosmopolita describe ciertos ambientes: "as mulleres pintadas" de Kurfürstendamm, "os seus mutilados e os seus mendigos" que los escritores acogían como "imaxe-resume da gran cidade mundial". Es capaz de ver más allá de las formas y de las costumbres; miraba ciertas barriadas, ciertas arquitecturas como la figura de un "alma esmagada, unha alma a ras de terra, deprimida, enana, incapaz de verticalidade: o que sería unha cultura marxista' (anticipándose en casi medio siglo a las barriadas del Este).

Al hablar del expresionismo dice "que estarrica os ollos" -con ser tan caro a lo galaico-; salta a la vista, dice, la "violencia da raza alemana -gran guerra, espartaquismo, nacional-socialismo"-. Al sopesar los inconvenientes y ventajas de esta vida agitada, moderna "que exige moito más esforzo", apunta al economicismo, al materialismo histórico (socialismo internacional) que vienen, que van a triunfar. Un mundo de "automóbiles", espacios, "a grandura de todo, ao movemento, ao gasto, á cidade, ao idioma, á ciencia, á grande vila tentacular" que lo sumen en una meditación tétrica y lo llevan a una visión de "apocalipse": "fantasmagoría eléctrica coa que a gran cidade disfraza de irrealidade a súa dor de miseria e a súa podredume de negocio".

En fin, señor Ferrando, nuestro patriarca mira el mundo que se anuncia haciendo un esfuerzo por separar el infierno de la violencia, del paraíso del mundo patriarcal que se sostiene sobre la raza y el "volkgeist". Pero qué pensativos nos deja hoy todo esto, ¡oh ironías de la historia! Que fuera este economicismo tecnológico que parecía abocarnos al fin del viejo mundo el que nos salvara de los paraísos nacional-socialista y comunista de tan predicada y soñada justicia e igualdad. ¿Y ahora, qué hacemos, amigo mío; no le parece que vivimos desgarrados entre el mundo viejo, hijo del romanticismo, y el nuevo y restallante universo tecnológico que no sabemos a dónde nos conduce, pero que tenemos que recorrer con el único sentido de nuestras pobres fuerzas en diálogo, haciendo que pilotamos en alta mar una ruta de salvación que es un infinito descubrimiento?

Una cosa está clara: el proyecto de salvación que defendemos puede hacerse inhumano y volverse contra nosotros y llevarse nuestra vida, como le ocurrió al patriarca gallego. Este aldeano universal, este intelectual de conciencia personal y humanística protesta ante el mundo terrible que anticipa: "Todo o que hai en min de coitado, de badoco, de provinciano, de apoucado, de metido na casa (?) revólvese dentro do meu peito nun pulo de protesta e de espanto", llega a decir. Desde su conciencia espiritual se pregunta si este sistema de producción capitalista, de concentración, de fábrica, compensa de la "perda da fe no sobrenatural, a perda da ledicia de vivir, a perda da paz da alma". Y traza la ruta de un futuro que no tardaría en cumplirse.

Sobre el tablero mundial albisca un diabólico combate entre dos frentes de batalla, el comunista y el nacional-socialista. Indefectiblemente tenía que elegir. A pesar de "esa esaxeración ao excesivo, á violencia, nativamente, con todo (o nacional-socialismo) ten de abondo para ser bo, con ser a única forza que na Europa de hoxe se pode opor con eficacia ao marxismo". Se refugia en su fe patriarcal para salvar el espíritu, enfrentado a la sociedad de masas en la que se consuma la pérdida de la individualidad.

Terrible ironía: al analizar el conflicto entre el individuo de conciencia y la sociedad de masas está retratando sin él saberlo su propio destino. Lo dice así:

"De maneira que ademais dos marxistas, hai outros moitos pacifistas, na Alemaña e fóra dela. - o que non o é, cala, sobre todo se está só, porque soamente en masa -como os nacionalsocialistas ou os nacionalistas- se atreven os homes de agora a manifestaren afeizóns guerreiras; se o fai un só, apóupano".

Termino, señor Ferrando; cuando el fanatismo patrio convirtió las ideologías en máquinas de guerra justificándose cada una en su mito sagrado Vicente Risco se quedó en medio con su humanismo espiritual, devorado por las fuerzas oscuras de esa maquinaria; las mismas fuerzas que él veía pocos años antes en nuestro romántico Berlín.

Pero no sabe lo mejor. Tras la muerte de Risco era posible conocer y hacer amistad con muchos de los sucesores de la herencia cultural y ciudadana del patriarca, que se reunían y confraternizaban, no sé si lo siguen haciendo, por encima de toda edad y condición, por encima de bandos, partidos, ideologías, unidos por el amor al arte, a su pueblo, al espíritu humano. Y, sabe, ni los más modestos, ni los universales, pues hay de todo, han renunciado a su herencia, que se ha extendido y se extiende aún hoy entre los más jóvenes, algunos, brillantes hombres de cultura y de institución. ¿Comprende usted por qué cuando caminábamos por su ciudad y me quedaba mirando a mi grupo, conciudadanos míos a los que oía hablar en castellano y en gallego, mirando por sus hijos, todos de camino, me despistaba de las historias del rey Federico, de su hijo y de sus nietos que usted nos contaba?