"Cazar no es matar", defiende Ángeles Marcos, de Sanxenxo, para quien abatir jabalíes, corzos y liebres es algo "natural". Es cazadora desde 1989 y solo aparcó su afición una temporada para dedicarse a criar a sus dos hijos. Ayer participó con otras 17 compañeras de toda Galicia en la segunda montería gallega que organizan conjuntamente la Asociación Galega de Caza Maior y la asociación de Cea Monteros Galaicos.

Distribuidos en cuadrillas pero conectados por radio patearon el tecor de arriba a abajo hasta abatir a cuatro jabalíes, uno de ellos una cría de unos tres meses a la que no hizo falta disparar porque fue capturada por los perros. Pese a su corta edad, su caza está permitida según Óscar Garriga, presidente de las asociaciones organizadoras y experto cazador, ya "la cría del jabalí se puede abatir desde que su pelaje pierde las rayas, como es este caso", apunta.

A pesar de que la montería era para las chicas, ninguna de ellas hizo blanco aunque algunas sí llegaron a disparar. Lucía Saborido, de Rianxo, es una de las más jóvenes. Estudiante de ingeniería forestal y amante del monte, llegó a realizar dos disparos aunque ninguno de ellos fue definitivo. Para ella cazar es una distracción y una forma de ocio y deporte que, desde sus conocimientos académicos, "no es matar, sino un control necesario de la biodiversidad".

Las mujeres se reunieron a las 9 de la mañana en la carretera de Santiago, en Cea, donde se realizó el sorteo de los puestos. En total participaron cinco rehalas de 20 perros cada una y 42 cazadores ya que, a pesar de ser un encuentro femenino, también los hombres se suman a la montería. La batida comenzó pasadas las 10,30 horas y finalizó cinco horas después. Empapados por la intensa lluvia, los cazadores llegaron al punto de encuentro donde les esperaban dos largas mesas para comer emocionados por una cacería "espectacular", según Garriga, con un buen balance. "Cuatro jabalíes es un buen número", comentaba uno de los participantes.

En realidad llegaron a dispararle a 19, lo que revela un buen trabajo de las rehalas, encargadas de cercar a las presas. Estela Pardo, de Guitiriz, defiende la importancia del trabajo de los perros en la caza mayor, pero también en la menor, que es realmente la que más le gusta "porque es donde realmente se ve el adiestramiento que han recibido los perros durante todo el año".

Estela empezó a cazar cuando tenía 22 años y ya lleva quince. Heredó la afición de su padre y admite que siente "un poco de pena" cuando el animal es abatido, aunque disfruta cuando da en el blanco. Es un sentimiento "contradictorio" en el que "salir a matar algo" es dominante.

Ángeles Marcos, de Sanxenxo, no puede ocultar su pasión por la caza, una afición en la que se inició poco después que su novio y que sus hijos respetan pero no practican. Compara la caza con el sexo porque es una "pasión que tiene un fin y que se debe hacer siempre con un control". Entiende que abatiendo jabalíes y otras presas contribuye a la "gestión ordenada de la naturaleza" y no siente pudor alguno al afirmar que "cazando me siento viva".

María González, de A Garda, empezó hace seis años y lo suyo es una afición familiar. Su marido y sus dos hijos también son cazadores. Amante del monte coincide con las demás en que cazar "no es matar" y reconoce no sentir empatía alguna por la pieza que corre libre por el monte y cae abatida. Ayer le disparó a un jabalí que logró escapar.