Cástor y Félix Castro revelan que el extracto de la causa (pieza 3ª B, folio 62v) recoge "Más hechos por los que no se hicieron cargos al procesado" y varios testigos declaran ya en 1852 que era de público conocimiento que Manuel Blanco se reunía con otras dos personas en el monte Invernadeiro y que el 5 o 6 de septiembre de 1851 se les juntó en Naveaus Marta Blanco, de Souteliño-Laza, separada de su marido, y que conducida a la montaña, "en una cueba que tenían debajo de una peña grande la introdugeron en donde tenían todos los efectos necesarios para hacer de comer y habiendole mandado uno de los compañeros de Manuel pues que eran dos ó tres y uno muy gordo que mirase lo que habia en un puchero que tenian en la lumbre, advirtió una mano de una criatura como de siete años y prebiniendole que no sabia nada, le mandaron a vuscar agua para hecharle, y en efecto cojió una olla y fue á buscarla con cuyo motibo se marchó" (declaración de José García Blanco, hermano de las fallecidas, folio 80 de la segunda pieza). Marta Blanco huyó persuadida de que no tardarían en hacer lo mismo con ella, por lo que se dio a la figa y refirió lo sucedido.

Manuel Blanco Romasanta negó los hechos, pero los hermanos Castro destacan que hubo testigos que confirmaron que se había producido el encuentro.

Los hermanos Cástor y Félix Castro señalan que el tráfico de unto aparece en numerosas ocasiones en la causa. El 3 de mayo del año 1846 o 1847 Manuel Blanco se valió de un joven llamado Francisco Castro para intentar sacar del pueblo de Prado una banasta con algo duro dentro, pidiéndole se la llevase hasta cierto lugar donde él la recogería disimuladamente. La operación fue fallida pues se presentaron unos desconocidos a la salida del pueblo que pararon al muchacho "quitándole la carga que llevaba". Algunas personas "declararon que la carga eran frascos o botellas con grasa humana". El chico y varios testigos presenciales reconocieron lo ocurrido, aunque dijeron desconocer el contenido de la banasta. Blanco negó que portasen sebo humano, alegando que quiso sacar sus mercancías disimuladamente "para evitar su embargo" por el alguacil de Vilar de Barrio.

Según pudieron comprobar los hermanos Castro, los vecinos de la comarca de Maceda relatan que los crímenes de Romasanta se descubrieron, después de que llevara a una mujer a una cueva que tenía en San Mamede, que al curiosear en un puchero que tenía a la lumbre se encontró una mano flotando y huyó horrorizada, dando parte en el lugar más próximo: A Edreira.