En la actualidad, España y una buena parte de Europa viven una situación de crisis económica que conduce a graves carencias, las cuales imponen austeridad y falta de desarrollo en el mundo occidental. Estas circunstancias adversas afectan a la felicidad colectiva e individual y lo hacen sobre todo en el trabajo, clave en nuestro proyecto de vida. Con este motivo, la preocupación sobre el estudio de la felicidad ha traspasado sus campos tradicionales de la filosofía, sociología, antropología, psicología y psiquiatría, sobre todo en la última década, y se ha extendido al terreno económico, de manera que diferentes tipos de organismos oficiales y privados han desarrollado un elevado número de extensos estudios, basados en distintas encuestas y escalas, que tratan de medir el grado de satisfacción y alegría. La transposición parece lógica si se considera que la capacidad de dar soluciones a los diferentes aspectos de la vida hacen al individuo más o menos feliz, si bien para ello se requiere capacidad, formación, salud, medios y solvencia, a los que indudablemente afecta la crisis económica, conduciendo a la frustración como causa principal de la pérdida de felicidad. Según los economistas, son siete los elementos que contribuyen a la felicidad: dinero, calidad de trabajo, salud, familia, amistad, valores y libertad; cuestión distinta es cuáles han de ser prioridad en la vida. En cualquier caso, el tema no es tan sencillo, porque muchas son las definiciones e interpretaciones de la felicidad, según las diferentes filosofías, religiones y, claro está, según la personalidad -que es la que administra los recursos- y la lucha externa -ya que estamos en un mundo competitivo que premia al que no comete errores-. Así, vemos cómo el grado de satisfacción para un país, como puede ser el caso de España, es muy variable dependiendo del tipo de investigación o bien, cómo países muy pobres ocupan lugares preeminentes en el ranking de felicidad. Son resultados paradójicos de los que son buena muestra las conclusiones de Richard Easterlin -economista de la Universidad de California- que comprobó que en países de Occidente en los que los ingresos medios han subido espectacularmente, los niveles de felicidad no han cambiado. Tal paradoja la explica Bruno Frey -de la Universidad de Zurich- al concluir que "no es el nivel absoluto de ingresos lo que importa sino la posición de uno respecto a la de otros individuos". No obstante, el propio Frey mantiene -en manifestaciones a John Carlin- que "perder el trabajo, o incluso temer que uno lo vaya a perder, genera depresión, ansiedad, baja autoestima y, en general, una enorme infelicidad". La infelicidad es aún más grave en los depresivos, que viven atrapados en un pasado negativo.

En lo que se refiere a la felicidad desde el punto de vista religioso y cristiano, mucho y bueno es lo escrito, pero quiero traer aquí, dado su carácter tradicional, al escritor portugués Teodoro de Almeida (Lisboa, 1722-1804), sabio, erudito, filósofo, naturalista y sacerdote de la Congregación del Oratorio de San Felipe de Neri. Fue una de las figuras más importantes de la ilustración portuguesa y gran propagador de cultura, llegando a ser catalogado como el "Padre Feijóo portugués". Fue el autor de Recreaciones filosóficas o Diálogos de filosofía natural, entre 1751 y 1800, en 10 tomos, obra con la que causó una verdadera revolución en las ciencias físicas y por la que sufrió vejámenes y persecuciones de los defensores de las erróneas teorías antiguas. Además, escribió otras obras filosóficas y religiosas, todas ellas traducidas al español, incluso antes de publicarse en portugués, reeditadas muchas veces y muy leídas en nuestro país. Pero lo traigo aquí por su especie de novela-poema, titulada El hombre feliz, independiente del mundo y de la fortuna, o arte de vivir contento en cualesquier trabajo de la vida. (Madrid: Joaquín Ibarra; 1783), traducido del portugués por José Francisco Monserrate y Urbina, obra que tuvo mucha aceptación en España y fue reeditada muchas veces (de ella tengo yo, gracias a la generosidad de la familia Echegoyen-Estévez, la séptima, muy cuidada edición de 1855). Tampoco, sin embargo, faltó quien criticase, satirizase y ridiculizase este libro con publicaciones y poemas como Felices independientes o La mujer feliz. Almeida justifica su obra en el prologo sosteniendo que "Veía yo que la mayor parte de los que se llaman infelices, pudieran no serlo, si tuviesen en el entendimiento otro modo de pensar, y en la voluntad otra moderación en querer". El sacerdote parte del convencimiento de que la felicidad sólida sólo se puede conseguir por medio de la virtud, la cual pone "delante de los ojos mortales" a través de un personaje de principios del siglo XIII, Uladislao III, rey de Polonia, que supo sacrificarse por su pueblo, cuando lo necesitó, y dejar el trono muy tranquilo cuando apenas vio que se inclinaban por otro. Al tiempo, mantiene que necesita la virtud de la contraposición del vicio, para lo que requiere de otro personaje, que él fija en el Conde de Moravia, famoso por los yerros de su pasión, que le llevaron al asesinato de su hermana la Reina de Hungría.

Con un sentido cristiano, pero también profundamente humano y aún plenamente actual, el sacerdote y periodista ourensano Pedro Gómez Antón, escribió en 1981, un interesante opúsculo, Razones para el optimismo o sentido de una victoria (del que tengo que agradecer un ejemplar a mi amigo don Miguel Ángel González). Parte don Pedro del reconocimiento de una amplia zona de derrotismo, pesimismo, mal físico, hambre, paro, violencia, materialismo? al que contrapone el optimismo, las ganas de triunfar y la victoria del bien, en connotación con el Mismo Mensaje de la Iglesia. El propio Aristóteles había abierto el camino cuando sentenció que la felicidad más humana es la que está basada en la virtud.

Desde una perspectiva no religiosa, pero sí compatible, estimo muy acertados los pensamientos del psiquiatra Enrique Rojas, recogidos en distintos artículos publicados en la prensa, conferencias y libros. Para este autor, la felicidad consiste en ilusión, la ilusión de llegar a ser uno mismo. Para ello es esencial vivir mirando hacia delante, pensando en el mañana, con metas, retos, objetivos y planes por cumplir. Como ejemplo menciona a don Quijote cuando afirma "la felicidad no está en la posada, sino en medio del camino". Y es que la felicidad no es un destino en el que instalarse de por vida; es tener ilusiones para seguir con vocación, deseo profundo y esfuerzo en una dirección determinada y sin sentirse perdido. Mas ese proyecto ha de "aspirar a una felicidad razonable, ya que la felicidad absoluta no existe; es una quimera, una pretensión vana, una utopía". Se trata, pues, de aspirar a una felicidad posible, en la que se aprecia lo que se tiene y no se aspira en exceso a lo que falta, en que no se hace lo que uno quiere, sino que se quiere lo que se hace. Hay que hacer algo que merezca la pena con la propia vida y de acuerdo con las facultades y posibilidades de cada uno, pero hay que hacerlo incluso en condiciones adversas. El profesor nos recuerda que la vida es la gran maestra y el tiempo su gran escultor. Y es que en la vida de cada cual, por muy buena que sea, se atraviesan dificultades, se sufren achaques o se tuercen las cosas, lo que nos obliga a reconducir el camino y a seguir tirando para tratar de sacar lo mejor de uno mismo. El psiquiatra nos anima a que entendamos la felicidad como proyecto personal que debe ser coherente y realista, y en el que amor y trabajo se conjuguen, unidos a la amistad -de pocos, buenos y bien conocidos amigos- y una forma de convivencia amable y equilibrada, en la que se evite el roce, se respete, se ceda y se perdone. En cualquier caso debemos tener en cuenta que "la felicidad no consiste en vivir bien y tener un excelente nivel de vida, sino en saber vivir", cuestión que en muchos casos no se capta hasta cuando se llega a la madurez o cuando la vida se acaba.

La felicidad exige amor verdadero, en el que busquemos la felicidad de la persona amada a cambio de nada. Lo ha expresado muy bien Hermann Hesse, "La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz". En el trabajo, la felicidad requiere de cierto nivel de reconocimiento por parte de los demás, por lo que resulta difícil, aunque no imposible, que una persona solitaria alcance la plena felicidad. La felicidad exige sentirse necesitado y entregarse al que nos necesite; no olvidemos que cuanto más se da, más le queda a uno.

Es motivo de discusión si para conseguir la felicidad puede uno valerse de los llamados libros de autoayuda. Posiblemente esos manuales solamente son rentables para el autor que explota determinadas necesidades de la gente. Lo que sí es una buena autoayuda es un buen libro de un buen autor, que en algunos casos te devolverá a ti mismo y en muchas ocasiones, al menos, te dará un buen rato de felicidad. También puede ayudarnos repasar el viejo álbum de fotos, que rescata imágenes que se habían quedado perdidas en la cabeza, en esas zonas de sombra y olvido indiferente, la relectura de cartas de personas entrañables y un sinfín de cosas a las que hace tiempo no hemos accedido.