La placa con el número 27 en la escalera de entrada y los restos destartalados de un frigorífico son la escasa prueba de que la casa de Alicia y María Teresa de Santurxo estaba habitada antes de que un fuego descontrolado se la comiese sin pedir permiso. Las llamas acababan de iniciarse monte arriba, en Santigoso (O Barco), y empujadas por rachas de 60 kilómetros por hora bajaban arrasando masa forestal, tendido eléctrico, árboles frutales, "palleiras", coches y cobertizos. Cuando llegaron a este pueblo se lo encontraron vacío y camparon a sus anchas. Al igual que Raxoá, Millarouso y Coedo (todos en la caída hacia la villa barquense) Santurxo fue desalojado por la Guardia Civil cuando el incendio forestal adquiría dimensiones dramáticas.

Madre e hija perdieron su casa entera. De la estructura quedan cuatro paredes sin tejado y unas vigas humeantes de madera a punto de desprenderse. De lo que había dentro, sobrevive el chasis de la nevera y dos radiadores sobre una montaña de amasijos. El hogar quedó reducido a un montón de piedras y ceniza. Lo mismo que el de Camila, una mujer mayor que temporalmente estaba alojada en la casa de su hija por enfermedad y de cuya casa tampoco quedó nada.

Elena García Díaz, de Millarouso, se lamenta de la muerte de su burra dentro de un cobertizo al que no pudo llegar cuando recibió la orden de desalojo: "Me sacaron la manguera de las manos y me puse tan nerviosa que no sabía lo que hacía, entraba y salía de la casa sin saber qué coger. Al final me fui con lo puesto, el bañador y una bata", relata.

Además de la burra, Elena perdió toda la hierba que tenía almacenada para su vaca porque ardió toda la cuadra. Ahora se plantea vender la res y cuando un vecino le ofrece compartir con ella la hierba que este pudo salvar, ella se lo agradece pero está tan desmoralizada que no puede aceptar. "Ya me arreglaré como pueda y si no puedo, la vendo, qué le voy a hacer€".

María Elena Rodríguez, otra vecina de Millarouso, el pueblo más afectado por el incendio, se lamenta también de lo sucedido y se construye su propio consuelo: "Y gracias que no ardimos nosotros". Ambas se quejan de que "durante dos horas aquí no vino nadie, los medios aéreos andaban por ahí haciendo el ridículo mientras nosotros corríamos de un lado a otro con las mangueras". La amenaza inminente del fuego avisó con un ruido ensordecedor, "horroroso", "como si nos sobrevolase un caza". Lo suficientemente aterrador como para aceptar que la orden de evacuación no era una broma: "Avisé a mi marido que estaba reventado de trabajar para que no entrase el fuego y le dije a mi nuera que metiese pañales y biberones para la niña porque no sabíamos cuando volveríamos", cuenta Elena García mientras no quita ojo a posibles reproducciones. "Enrique €grita-, mira detrás de ese garaje, corre que está ardiendo". El aludido aparece corriendo con un balde lleno de agua que ya estaba preparado y lo sofoca.

Mientras los vecinos de estos pueblos recomponen como pueden el escenario en el que hasta el viernes se desarrollaba su vida cotidiana, los aviones no dejan de sobrevolar O Barco, esta vez en dirección a Rubiá, donde el fuego mantiene en vilo a los vecinos de Veiga de Cascallá. "Hoy les toca a ellos", se resignan en Millarouso.