Vicente Risco calificó a Galicia como "o país dos mortos" por considerar que para los pueblos antiguos de la Península, Galicia fue ese "País ond´iban morar as almas dos difuntos". (NOS, n.34:15). Lo cierto es que, en Galicia, la devoción a los difuntos quizás sea la más importante de las que aún conservamos. Nuestros difuntos los recordamos todo el año con misas, rezos, sufragios y el cabo de año, además de tenerles reservado dos días especiales de culto, cuales son el "día de Todos los Santos" y el día "Fieles Difuntos", el 1 y 2 de noviembre respectivamente, que forman ambos una única fiesta dedicada a los muertos.

Consideran algunos autores que estos días de culto a los muertos non son más que la cristianización del Samahaim, fiesta celta de comienzo del inverno o final del verano. Pero no es sobre el origen y evolución de esta celebración funeraria lo que me interesa reflexionar aquí, sino más bien sobre aquellos rituales ceremoniales y el consumo ritual de alimentos relacionados con estos días de Santos y Difuntos.

A este respecto, nos recuerda V. Risco, que en muchos lugares de Galicia se les ponía la mesa con todo el servicio y una pieza de pan, para que vengan a cenar con los familiares, aunque su presencia sea invisible. También a media noche, entre Santos y Difuntos, ciertas casas dejaban algunas castañas sobre una mesa para que los muertos familiares fueran a comer, no debiendo después tocar nadie de esa comida. En otros lugares se confecciona un pequeño "Pan das ánimas", elaborado con harina de maíz, aceite y azúcar o miel, para comer el día de Fieles Difuntos, regalar a los chavales y, también, al cura para que rece en favor de las almas. Así mismo, en otras zonas de Galicia fue costumbre llevar un pan de un quilo y un jarro de vino al cementerio y colocarlo sobre la sepultura del muerto el día de los fieles difuntos, mientras que en otras, como Viveiro, los niños iban al cementerio con rosarios de castañas cocidas con la monda ("zonchos"). Una costumbre similar es la que aparece en las parroquias de Sobrado dos Monxes (Coruña), donde, las madres mondan castañas, las cuecen, y luego perforándolas con una aguja pasan un hilo por su interior haciendo collares de castañas que cuelgan del cuello de los hijos en la creencia de que por cada castaña que se come sale un alma del purgatorio.

También son cuantiosas las prohibiciones que se hacen en los Sínodos gallegos para que los parroquianos no vayan comer y beber a las iglesias estos días de Todos los Santos y Fieles Difuntos, poniendo las mesas dentro de ellas y "lo que es peor, poniendo jarros y platos encima de los altares. Lo mismo ordenan que se elimine la costumbre de los jóvenes de ir pedir por las puertas, en estos días, pan, carne, vino y otros productos para comer, en sus casas, en recuerdo de los santos y difuntos.

El significado de estas prácticas populares debemos buscarlo en la naturaleza especial de estos días consagrados a los Santos y Difuntos, días en que se cree que andan por el mundo. Se cree en su supervivencia, en su retorno periódico a la tierra, y en su intervención en los acontecimientos humanos; y los referidos cultos populares, los banquetes rituales con ocasión de los funerales, y las ofrendas de la misma naturaleza que se hacen en casa, en honra de los "manes" domésticos han sido muy comunes en todas las culturas europeas y, por supuesto, en la cultura gallega.

Una de las comidas ceremoniales que adquiere especial relevancia estos días, en Galicia, es la del magosto tradicional de la que participan nuestra comunidad de muertos y vivos. De acuerdo con las creencias europeas, constituye una reminiscencia de sacrificios o ceremonias fúnebres que tenían lugar en el día consagrado a los muertos, y que consistían en ofrendas alimentarias a las almas de los muertos familiares. La castaña, fruto propio de este tiempo y de gran importancia en la economía alimentaria de otras épocas, debió estar dotada de gran importancia ritual constituyendo un manjar significativo para cualquier ofrenda simbólica que tuviese lugar en este mes de noviembre, en aquellas regiones, como la nuestra, de abundancia de castañas. Precisamente, en Galicia, aparece esta costumbre del magosto, asociada al día de Todos los Santos, la que nos muestra su valor como elemento ancestral influyente en la formación de las costumbres y el pensamiento mágico-religioso de nuestra sociedad tradicional.

La sobremesa de castañas asadas aparece como una regla durante este mes de noviembre, en las comidas que no son propiamente ceremoniales. La temporada adecuada para incorporarlas en los magostos populares, se prolonga desde mediados del mes de octubre al de noviembre, coincidiendo con la preparación y celebración de los rituales consagrados a los muertos –limpieza de tumbas, encargo y disposición de flores, visitas a los cementerios, retirada de restos, etc.– Pero por toda Galicia el día oficial de esta celebración ritual del magosto, es el primero de noviembre, a excepción del municipio de Ourense que lo traslada al día 11, día de San Martiño, patrono de la diócesis. Estos magostos populares continúan mostrando ese aspecto de una comida ceremonial, al estar tradicionalmente establecido el Magosto, con una forma definida de celebración, y con carácter más o menos obligatorio en ciertos días festivos del año, pareciendo así significar la supervivencia de algunos comportamientos particulares de las culturas locales, integrados, en otros tiempos, en estructuras rituales de cultos ancestrales como el ya citado Samahaim.

Estos magostos se pueden hacer en muchos lugares, como las "encrucilladas" del pueblo, la era comunal, en la "lareira" doméstica, atrio de la iglesia o el cementerio parroquial, aunque el magosto verdadero es el que se celebra en un espacio abierto del monte, emulando la ancestral costumbre celta, tal como hacen en Ourense quienes optan por ir a las laderas del "Monte Alegre" para celebrarlo. Don Antonio Fraguas nos habla de otros lugares para hacerlo, como aquel que se llevaba a cabo en su Cotobade natal (Pontevedra), en el monte, "sobre una piedra de forma especial, estimada como lugar o cama de matrimonios que buscaban un remedio para lograr descendencia. Siendo en el cementerio parroquial en donde se consumen las castañas es por la creencia de que también participan de este magosto la comunidad de los muertos, y cuando se termina cada uno vuelve a su casa. Manuel Murguía concedía gran importancia a estos magostos que se celebran en la víspera del Día de Difuntos, a los que califica de "banquete Funerario" en el que los dos elementos esenciales, las castañas y el vino, simbolizarían "la muerte y la vida".

Y para terminar, las castañas del magosto también tienen su cantiga: "Non chas quero, non chas quero/castañas do teu magosto/ non chas quero, non chas quero/ que me cheiran a chamosco"; y su complemento actual: los sorbos de licor café artesano elaborado en la casa que en los magostos actuales nunca debe faltar.