La leyenda de que le crece el pelo al Santo Cristo está motivada, según Miguel Ángel González, "por el verismo de la imagen, que está hecha en madera, cubierta de piel. Da aspecto de un cadáver, porque tiene postizos los dientes, las uñas y el pelo".

Posiblemente, ha favorecido el suspense que el Cristo del siglo XIV permanezca en la penumbra, cubierto por una cortina, por lo que da la sensación de cierto misterio, al abrirla. Pero además, cada cierto tiempo le cambiaban la peluca, cuando envejecía, cambio que los devotos contemplaban con fascinación.

Según el desaparecido cronista oficial de la ciudad, Anselmo López Morais, el Santo Cristo "tiene dentro una reliquia: un trozo de la soga con la que habían atado a Cristo", recuerda Miguel Ángel González.

Sacristía

La imagen del Santo Cristo se colocó inicialmente en un arcosolio inmediato a la puerta norte de la catedral. En el siglo XVI la trasladaron a una capilla abierta, donde estaba hasta entonces la sacristía de la catedral, abriendo su puerta al Crucero Norte. Puerta sencilla de medio punto, cerrada con una interesante reja, obra de Juan Bautista Celma, uno de los más afamados rejeros del momento. Contratada y pagada por el obispo Pedro González de Acevedo, por lo que ostenta el escudo de sus armas. Celma la acabó en 1606.

Miguel Ángel González explica que la capilla la contrató el Cabildo en 1569, con el arquitecto Juan de Herrera de Gajano en 580 ducados. El día 8 de abril de 1573 se trasladó el Cristo a ella.

Talla de madera

El archivero advierte de que quien entra por primera vez a la capilla tiene la impresión de que es todo talla de madera. "La cantería de su arquitectura está prácticamente disimulada por la intensidad de la decoración sobrepuesta y las pinturas. Es claro que el barroco, que conoce una altísima devoción al Santo Cristo, es un inmejorable caldo de cultivo para empeñarse en un proyecto decorativo que apostaba por causar un impacto estético y al mismo tiempo mediante las escenas talladas y las pinturas ofrecer una lección centrada en la iconografía de la Pasión".

A los pies del Cristo y sobre el altar, el Sagrario tiene un particular tratamiento, casi como de pieza independiente. Se debe al escultor Francisco de Castro Canseco. Se compone de una calle o cuerpo central entre columnitas salomónicas, y dos alerones de talla con ángeles. En la puerta, un elegante relieve de Jesús Buen Pastor, llevando sobre los hombros la oveja perdida, resalta Miguel Ángel González.

Destaca un centellero de plata, por lo curioso de la pieza y su procedencia americana. Fue donación del indiano Pablo López Martínez a su parroquia natal de Sabucedo de Limia en 1690, y lo compró en 1728 a esa iglesia la capilla del Santo Cristo por 276 reales.