Mi conocimiento de Olga Gallego se remonta a 1974, año en que ingresé en el Cuerpo Facultativo de Archiveros y fui destinado al Archivo Histórico Provincial de Pontevedra, donde permanecí hasta que obtuve la dirección del Archivo del Reino de Galicia, en A Coruña, en 1986. Una de mis primeras preocupaciones fue entrar en contacto con los colegas que pudieran tener problemas similares a los que se planteaban en estos centros, y para los que, evidentemente, un joven recién ingresado no tenía siempre respuestas adecuadas.

Del escaso grupo de facultativos del Estado que trabajaban entonces en Galicia, la mayoría eran bibliotecarios o museólogos, y si se ocupaban de algún archivo, lo hacían por tratarse de plazas mixtas, como ocurría en Lugo, donde Mercedes Freire, bibliotecaria, se ocupaba también de los archivos del Estado en la ciudad. Solo había dos facultativos que trabajaban exclusivamente en archivos en Galicia, en aquel momento, Antonio Gil Merino, cuya pérdida tuvimos que lamentar el año pasado, que dirigía el Archivo del Reino de Galicia, y Olga Gallego, que dirigía, como en mi caso, un archivo histórico provincial, el de Ourense.

Por lo tanto, era ella quien podía responder a mis preguntas con más conocimientos y proximidad. Fui a visitarla, y su acogida, como era usual en ella con todo el que pedía ayuda, fue cordial y abierta, y una vez establecida una vía de comunicación profesional, la simpatía mutua y una visión común sobre el enfoque ético de los problemas profesionales, nos llevó a establecer una relación de trabajo permanente. Relación que se fue consolidando con el tiempo y que produjo, con sus aportaciones fundamentales y el complemento de mi ímpetu juvenil de aquellos años, obras que tuvieron repercusión en la archivística gallega y española. Por supuesto, su aportación intelectual en relación a los archivos y a la archivística va mucho más allá de su cooperación conmigo, por mucho que para mi haya sido muy importante.

De hecho, sus publicaciones sobre organización de archivos históricos provinciales, sus estudios sobre los documentos de archivo y sus agrupaciones, y su manual de archivos familiares, son hitos fundamentales y de referencia para los archiveros españoles, como lo son sus aportaciones al conocimiento y organización del archivo histórico provincial de Ourense, que dirigió durante veinte años (1969-1989), lo que nos ha llevado a algunos a solicitar que este centro lleve su nombre, como se ha hecho en otros casos, para honrar su memoria. No solo por motivos sentimentales, sino como justo reconocimiento a sus aportaciones al conocimiento histórico de su provincia, y a su muy valiosa aportación intelectual al campo de los documentos y los archivos, no solo gallegos.

Naturalmente podría extenderme glosando las más significativas, sobre el catastro del marqués de la Ensenada, sobre la documentación de la Desamortización, protocolos notariales, etc., etc., pero no hace falta. Sus méritos han sido públicamente reconocidos por la Academia Gallega, y ha sido la primera mujer en ser admitida en ese cenáculo del saber; y la asociación de archiveros, bibliotecarios, museólogos y documentalistas, Anabad, en 2006, le rindió un homenaje, en el que tuve la honra de participar con un trabajo que titulé "Olga Gallego Domínguez. Una bio-bibliografía provisional", en que traía a colación su extensísima obra sobre libros y bibliotecas, clero secular y regular, ciencias médicas y farmacológicas, sociedad, economía y administración, arte y urbanismo, arqueología y museística, biografía, historia e historia local, documentos, archivos, sistemas archivísticos y patrimonio documental, organización y descripción, acceso y difusión de archivos, y formación de archiveros, campo éste en que ejerció su magisterio sobre varias generaciones. Lamentablemente, la provisionalidad de su bio-bibliografía ha durado poco tiempo, y ya podemos cerrar su lista de publicaciones. Entre las últimas, su estudio sobre las mujeres ourensanas en el Antiguo Régimen demuestra que era capaz de realizar investigaciones que enlazaran con líneas y preocupaciones actuales, como las de género, sin alharacas y con total naturalidad. Su capacidad de trabajo, su disciplina intelectual y su afición a la investigación la mantuvieron activa hasta poco antes de su fallecimiento.