Bajo la amenaza de las estadísticas que unos pocos desaprensivos se encargaron de alimentar en ediciones anteriores, el Igrexario de O Hío madrugó minuciosamente vallado para evitar cualquier exceso con el patrimonio histórico-artístico, aunque 99 de cada 100 carnavaleiros entrevistados saben que el Entroido es otra cosa y que la vía libre a los excesos tiene algunas excepciones que no es preciso precisar. Así, el entorno del emblemático cruceiro volvió a servir de punto de encuentro de las comparsas que llegaron también de Vilanova, Pinténs, Nerga y Donón para entonar los primeros vivas al Carnaval al son de las gaitas y los cánticos de los participantes, que llegaron por los viales de O Viso y desde Vilariño, que también instaló su altar. El atrio sirvió luego de punto de avituallamiento, a base de vino de cosecha, bocadillos y variada dulcería suministrada desde puestos fijos y rosquilleras nómadas, como la tropa multicolor que por estas fechas recupera la trashumancia.

"Vimos a disfrutar!, vivan as xentes de todas as parroquias!, que a festa non decaia!, viva o Carnaval!", intercedían los espontáneos embutidos en disfraces impropios de gente seria, ayatolas mezclados con frailes dominicos, inspectores de las haciendas defraudando al orden establecido, hombres de Harrelson tramando planes perversos con presidiarios, osos polares intimando con panteras rosas sin el más mínimo respeto a las normas que dicta la buena moral, que para eso está. ¡Incluso se consumó una boda por la iglesia, con novia de blanco y todo, oficiada por fieles de la apostasía!, según confiesan algunos testigos de tan impropio proceder, espectadores desde los rústicos palcos habilitados con xestas en los días previos.

Con el buche repleto, la comitiva desfiló por Doade hasta Pinténs y Vilanova, retornando a sus aldeas tras exprimir bien la tarde al ritmo de las gaitas y de canciones de temática improvisada, algunas lindando con la abstracción. Los partes meteorológicos se habían equivocado y el sol fue compañero de travesía en una jornada vespertina en la que las incidencias no traspasaron la barrera de lo previsible: una bajada de tensión por causas ajenas al carnaval y algunos tragos de más animaron la actividad del personal de la ambulancia apostada para atenderlas, mientras en varios cruces de carreteras esperaban unos hombres vestidos de verde para hacer soplar a los más osados.