"Felicitamos a l@s cinco usuari@s de la Asociación Juan XXIII que durante dos meses han estado formándose para acreditarse como "monitores de ocio y tiempo libre". Pili, Ana, Sofía, Mari Sol y Miguel nos cuentan que la experiencia ha sido muy positiva y se llevan muy buenos recuerdos y amig@s. En los próximos días empezarán a hacer las prácticas y estamos seguros de que? ¡lo vais a hacer genial!".

El reciente mensaje de ánimo de toda la familia del Juan XXIII a cinco de sus miembros anunciaba un nuevo paso hacia la igualdad y la integración de estas personas con discapacidad intelectual, que se ven capaces y así son percibidas por los más del centenar de participantes en los campamentos de verano en los colegios de Nazaret, en Cangas, y Espiñeira, en Aldán. Tras superar las 150 horas de teoría, ahora pasan a la práctica y la experiencia está resultando "fenomenal", la palabra que más utilizan los nuevos monitores, sus compañeros de trabajo y los niños y niñas a los que atienden.

"Non foi nada difícil facer este curso, pero é mellor xogar cos rapaces que estudiar", reconoce Pili Bernárdez, que tiene 48 años y vive en Gruncheiras, cerca de la capilla de Espíritu Santo, desde donde cada mañana coge su bicicleta para trasladarse a Nazaret. Antes trabajó en la limpieza del centro Juan XXIII en Montecarrasco y como reponedora en el Eroski de Moaña, y aún le quedó tiempo para acabar la ESO en Rodeira. "Gústanme todos eses traballos, pero se me dan unha oportunidade eu quero traballar cos nenos e teño responsabilidade para atendelos", reclama, mientras comparte un baile con algunos y los anima a formar para la foto de grupo.

Su compañero Miguel Rocha, de 36 años, trabajó como carpintero en el Juan XXIII, pero es la primera vez que lo hace fuera del centro, apunta. Viene cada día desde la parroquia moañesa de Domaio, en autobús, y aprovecha para reivindicar que el servicio no funciona todo lo bien que debiera, "e a Xunta debe pensar máis nos usuarios e revisar o Plan de Transporte". En el plano estrictamente profesional dice que le han enseñado "a respetar e a que nos respeten", y ahora quiere transmitir esos valores en su trabajo como monitor, en el que se encuentra a gusto, aunque "en principio tiña pensado ir a traballar á biblioteca de Moaña, que tampouco estaría mal e quédame máis cerca".

Pero la distancia no es impedimento cuando hay voluntad y ganas de atender las tareas diarias. Lo demuestra Ana Santomé, que sale cada mañana de su casa de Vilariño para ir caminando hasta el colegio de Espiñeira, donde ejerce como monitora en prácticas. Tienen 37 años y antes trabajó como barrendera en el Concello de Cangas y tres años como reponedora en el Eroski. No la hace ascos a nada, "pero si hay opción me gustaría seguir trabajando aquí", reconoce, porque está "muy a gusto", al igual que sus compañeros y usuarios.

Responsable y trabajadora son también cualidades de Sofía Vizoso, de 40 años y vecina de O Hío, que en marzo hizo prácticas en el comedor escolar de Beluso y ahora trabaja para completar la formación como monitora de tiempo libre. Ambas ocupaciones le gustan, "porque me gustan mucho los niños y tengo vocación y paciencia para trabajar con ellos", confiesa, y pide oportunidades para demostrar "que somos personas como las demás y podemos trabajar como cualquiera", sin tener que sentir los estigmas por su discapacidad intelectual.

Lo certifica Soraya Vidal, directora de los campamentos que se celebran en Cangas durante el verano y por los que pasan centenares de niños y niñas de distintas edades: "La verdad es que se adaptan perfectamente y en ningún caso se percibe rechazo. Es una experiencia personal, profesional y humana que nos satisface a todos".