"Si llega a ser invierno la historia igual sería muy distinta". Es una de las afirmaciones de Jesús "Suso" Barros después del naufragio sufrido con su planeadora a última hora del lunes delante de Udra. El marinero buenense gestiona ahora junto a la Cofradía de Bueu y su seguro el reflotamiento de su embarcación, que se encuentra a unos 16 metros de profundidad. Él pudo salvar la vida gracias a que tuvo la suficiente sangre fría de saber qué hacer y cómo hacerlo. "Era el barco o yo. Así que me eché al mar e intenté nadar hasta tierra. El agua no estaba muy fría y como todavía era de día podía ver hacia donde quería ir. Si llega a ser de noche o con el mar del invierno no sé como acabaría", cuenta hoy mientras atiende a medios de comunicación, vecinos y atiende las llamadas telefónicas de conocidos y amigos. "Perdí todo: el móvil, la cartera? Ahora estoy usando el teléfono de mi mujer", explica.

Acercarse a tierra le costó entre media hora y tres cuartos de hora. Pero aún le quedaba lo más difícil. La costa de Udra está llena de rocas y cantiles. "Lo peor era cuando estaba a casi 20 metros. Estaba tan agotado que parecía no llegaba. Hace años tuve unas arritmias e intenté tranquilizarme para que no me diese algo. Cuando por fin conseguí llegar a una roca luego aún tuve que subir por Udra, por un terreno lleno de tojos y silvas hasta que encontré a una pareja que paseaba por la zona y que me prestaron su teléfono para avisar de lo sucedido", relata. En la cercana cafetería del aula de la naturaleza de Udra también se portaron bien con él, ofreciéndole ropa para abrigarse después de su odisea.

La causa del hundimiento de su planeadora se debió a la unión entre el viento del noroeste y el mar. "El viento del noroeste es el más cabrón que hay", afirma convencido. Retrasó más de una hora su salida al mar, pero aún así no fue suficiente. "Con el viento vinieron varias cucharas de agua [olas] y de repente tenía mucho peso en el barco. Las bombas de achique no eran capaces de achicar tanto", relata. En un momento dado el peso era tanto que la proa se inclinaba hacia delante y la hélice del motor se quedaba en el aire. Fue cuando tuvo claro que debía abandonar la embarcación. "Desembragué el motor para que la hélice no siguiese dando vueltas y me tiré al mar. Lo más difícil fue deshacerse del pantalón de aguas porque con él era imposible nadar", señala.

El de ayer ha sido su primer incidente serio en el mar después de toda una vida trabajando como marinero, tanto en la altura como desde hace 30 años en la bajura. "Casi no me lo podía creer, después de tantos años me pasó lo que más me temía. Más que un susto fue un disgusto", decía esta misma mañana desde la explanada del puerto de Bueu. Ahora le toca esperar a poder reflotar el barco y seguir trabajando. "Aún me quedan tres años para poder jubilarme", concluye.